Thursday, November 24, 2016

El Yerno

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Una mañana como cualquier otra, un martes o jueves o qué más da, entró el patrón a la oficina. Todos nos paramos y gritamos muy fuerte “¡buenos días, patrón!”, él nos vio con molestia, lo que sea para joderlo aunque sea un poco, y nos sentamos. Venía con su hija, una verdadera pendeja, y un tipo nuevo. Lo sentaron junto a mí. La hija fue, lo agarró de los cachetes, le taladró los ojos con los suyos y susurró “que se jodan los sueños”. El tipo bajó la cabeza y asintió con notorias ganas de llorar “está bien, mi amor”. El patrón y su hija fueron a la puerta, voltearon para azotar al nuevo con una mirada severa antes de salir y se fueron hablando de lo que sea hablan los ricos. Yo me le quedé viendo, había algo en él que me resultaba familiar; tenía el gesto de criminal recién atrapado, su postura delataba que corrió, pero lo alcanzaron, había caído y ahora intentaba hacer las paces con su nueva realidad, intentaba calmar su corazón y dejar de guerrear. Había visto ese gesto un millón de veces, hace mucho, en el espejo. Me le quedé viendo hasta que nuestros ojos se encontraron y, como un rayo directo a la cabeza, una memoria me pegó casi tirándome de la silla. Más que el recuerdo de mí mismo, había visto a ese hombre en algún lado, ya conocía al yerno. “Pero… ¿Dónde?” me pregunté con empatía, queriéndole decir que uno se acostumbra a todo, que el corazón se endurece y que el callo de la costumbre ya ha empezado a formarse, pero al final decidí que mejor no y sólo me quedé callado y alejé mis enormes, envidiables y primorosos ojos castaños de los suyos inundados por el reclamo absurdo, por el berrinche incomprendido. Continué mirando mi monitor con cara de idiota el resto del día.

De regreso en mi pequeño departamento, todavía con la mente infectada por todo lo anterior, me senté a pensar. “Pues claro” dije recordando en la oscuridad horas después. Me paré con trabajo del asombrosamente cómodo reclinable y fui al librero. Busqué hasta que encontré, como un científico encuentra la cura para la enfermedad que azota a alguien que le cae bien, Las súper tetas de Rodriguita Ramírez. Hace años que no lo tocaba y el polvo se había acumulado sobre los increíbles senos en la portada. Pretendiendo ceremonia, limpié el viejo libro, y embobado, me le quedé viendo un rato. Tenía muy buenos recuerdos de esta pequeña novela. Hace diez años, Las súper tetas fue publicada, no pegó ni con los ñoños ni con los normales y fue rápidamente olvidada. Yo me enteré de ella una vez matando el tiempo, al entrar por capricho a una conferencia casi vacía. El ahora yerno, entonces talentoso autor, hablaba de la inspiración de su libro; tres horas no dejó de hablar de las tetas de alguna tonta que llegó para joder, que él lo había intentado para encontrar sólo rechazo, pero bendita la inspiración, toda la lujuria provocada por el antojo de tener entre sus manos semejantes bultos de placer, fue expulsada sobre el teclado y la alfombra, y ahora, lo que tenía en las manos, Las súper tetas de Rodriguita Ramírez, ingeniosa y divertida literatura, fue el resultado. Esa tarde lluviosa independiente de la fecha por lo natural de la vida bohemia, lo miraba impresionado, en ese auditorio apestoso sin nadie. “¡Viva la lucha, viva los sueños!” acabó gritando, yo grité también, gritó un viejo orate y al día siguiente lo olvidé todo, nunca volví a saber de él y ahora recuerdo esa conferencia y esa emoción con insignificante pena, libre de azote, anestesiado por el tiempo. Acabé Las súper tetas y lo cerré, impresionado, emocionado y pensativo. “Madre” susurré, con una sonrisa en la cara y una erección incontrolable en los pantalones y, como un puñetazo sorpresivo, fui golpeado no muy fuerte por un poco de tristeza. El yerno fue un maestro de la literatura y ahora se sentaba junto a mí, en algún corporativo, trabajando para su suegro, alistándose para el olvido, qué cruel el destino. “ay pero que horror” dije con una mueca de disgusto y fui al piano a tocar y cantar los sentimientos afuera el resto de la noche.

Al día siguiente, llegué al trabajo. Ahí estaba ya el yerno viendo el escritorio, miserable. Me senté en mi lugar, recargué el cachete en la mano y pensé en cómo empezar; habíamos cometido el mismo crimen, nos habíamos atrevido a soñar y sabía por lo que pasaba, me imaginaba era mi responsabilidad aminorar la transición a donde los sueños van a morir, darle la bienvenida como es debido al panteón de la fantasía. Corrieron las horas y, cerca de la salida, viéndolo ahí con ganas de morirse, solté mis riendas porque siempre me funciona y salieron disparados los caballos de la emoción. Me paré con violencia mandando a volar la silla, lo señalé, me empecé a mover al ritmo en mi cabeza y canté un canción no original “túuuuu, que decidiste que tu vida no valíaaa, que te inclinaste por sentirte siempre maaal, que anticipabas un futuro catastrófico, hoy pronosticas la perdición intelectual, túuuuu, que decidiste que tu amor ya no servíaaa, que preferiste maquillar tu identidaaad, hoy te preparas para el golpe más fatídico porque hoy empieza la putrefacción cerebraaaaaaal! ¡Túuuuuu! nan nana na na na na nana na naaa na nara na nana naaa… ¡hoy empieza putrefacción cerebraaaaaaaaal!”. Me callé de repente, dejé de bailar, sudado y respirando duro, y vi a mi alrededor, la gente del trabajo se me quedó viendo un segundo y regresó a lo suyo. El yerno me miró, sufriendo, con la máscara transparente de estoicismo deshaciéndose y, de repente, rompió en ruidoso llanto. Me di cuenta de lo que acababa de cantar, no era mi intención, pero era lo que había dentro de mí y fue lo que salió. Fui y lo abrecé como a un hermano, le sobé con cariño la cabeza, él lloró, llenándome de moco. Dije que no servía de nada las lágrimas, que hay cosas peores, me miró a los ojos recobrando la compostura, “los sueños nunca mueren” le mentí sonriendo con ternura, se necesita muchísima voluntad, pero sobre todo una locura muy especial para abandonar la comodidad del conformismo y regresar a la incertidumbre de intentar vivir de la fantasía, y fuimos a beber el resto de la semana porque al final de cuentas era el yerno del patrón.

LA LETRA DE LA CANCIÓN ME LA ROBÉ DE "LA REVOLUCIÓN SEXUAL" DE LA CASA AZUL.


Tuesday, November 22, 2016

Cotorreo Sin Fin

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Don Chuy estaba echado en su silla, agarrando su barriga, contemplando el infinito, haciendo digestión, se acababa de comer cuatro gorditas especiales. De pronto, sonó su celular anunciando la llegada de un mensaje. Abrió la aplicación y vio un video donde su tierna medio ancha hija estaba amarrada a una silla y era torturada, le cortaban los dedos. “cristo” susurró don chuy mientras chorros de sangre salían de la que chillaba como cerdo. La cámara del teléfono dio un giro violento de 180° y apareció un tipo con un pasamontañas. “don chuy” decía con voz distorsionada “tenemos a su hija y la vamos a matar” y acabó el video. El mundo pareció liberarse de la gravedad que lo mantiene en su sitio y cayó fuera de control por el cosmos; todo se iba al infierno en la mente del usualmente ecuánime y calmado hombre. “madre de dios” susurró don chuy tratando de calmarse, ahí en la bodega en el sótano de donde trabajaba. Pasaron duros segundos y, haciendo un esfuerzo colosal, logró recobrar algo de compostura y pensar. Se acordó de que luego es puro teatro para sacarle dinero a uno. “se parecía mucho a ella y saben mi nombre…” dudó un segundo, llenándose de miedo, pero como sea tenía que cerciorarse de si en realidad era su hija a quien torturaban. Le habló. Sonó un pip, dos pips, tres pips, el suspenso desgarraba, y de repente contestaron. “¡¿bueno!?” gritó don chuy sudado y agitado, no pudiendo con el estrés, “bueno, Yolanda, ¿estás bien?” silencio y se escuchó “don chuy, tenemos a Yolanda y la vamos a matar” y colgaron. Casi le explota el corazón al pobre, sintió como si le dieran escopetazo directo al pecho. Don chuy quería mucho a su hija Yolanda quien estudiaba medicina y un día, se suponía, los iba a sacar de pobres, era el sueño de Don Chuy y ahora, ella, la más educada y linda de sus hijas, estaba quedándose sin dedos. Don Chuy perdió la cabeza y destruyó la bodega. Exhausto y lastimado por darle puñetazos a los archiveros y estantes, tirado en el suelo,  trató de pensar en qué hacer. “la policía” dijo, se levantó, sacó su teléfono de sus entallados pantalones y marcó con dificultad, se había roto uno o dos dedos de cada mano. Le contestó una señorita que no fue de mucha ayuda y quien lo invitó a resignarse “esto es México, don Chuy” le dijo “ni modo” y colgó. No podía ser, eso no podía estar pasando. De la desesperación, salió corriendo a todo lo que pésima condición le permitía, pero se detuvo en el umbral, no tenía a donde ir, no había nada qué hacer. Don Chuy se tiró en su silla tapando su cara gorda y arrugada con sus manos raposas y gruesas. “mierda” dijo cayendo en una profunda desesperanza e impotencia. Lloró amargamente un rato hasta que le llegó otro video. Tomó el celular con sus manos destruidas y, temiendo lo peor, le puso play. Su hija Yolanda y otros dos hombres hacían la seña de amor y paz muy sonrientes viendo la cámara. Yolanda al parecer tenía todos sus dedos. “don chuy, Yolanda está bien. Es sólo una broma para el Cotorreo Sin Fin, lo estamos grabando, mande un saludo” Yolanda, muerta de la risa, mandó un beso a la cámara, se oyó el tema del cotorreo sin fin y acabó el video. Don chuy, todavía con mil químicos explotando en su cerebro y olas de tics yendo y viniendo por su cara, miró a su alrededor y vio en el rincón una cámara y en la esquina del techo otra. “no puede ser” dijo experimentando sentimientos que nunca había sentido, dejándose caer en su silla, viendo el suelo, haciendo las paces con la que le acababa pasar y pasando sorprendentemente rápido de sentir mucha confusión e ira a llenarse de buen humor, “no puede ser” volvió a decir, pero esta vez con una risa que fue convirtiéndose en carcajada. “Méndigos” dijo saludando con la mano ensangrentada a una de las cámaras “se pasan”. Don chuy, otra víctima más del programa de internet Cotorreo Sin Fin, ya pensando todo el asunto muy chistoso, fue al hospital a que le arreglaran las manos.

Wednesday, November 16, 2016

La Santa Comunión de los No Muertos

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Estoy sentado en el trabajo sin hacer nada, esperando la siguiente quincena. Tengo ganas, pero no lo hago, de caer de rodillas bruscamente haciéndome daño, de pegar las palmas con violencia provocando un estruendo y de bajar la cara con los ojos tan cerrados que el parpado superior llegue al pómulo y así darles las gracias a los dioses de lo feliz que soy, de la suerte que tengo, de que no tengo problema alguno a pesar de haber vivido improvisadamente. Espero con disimuladas ansias locas la comunión de los no muertos en el rito principal de la religión #1. La vida no importa, la muerte es lo de menos, no vivo ni muero en un limbo existencial al cual llegué a través del sacrificio de los quince días. Les ofrezco mi no vida y mi no muerte y ellos la toman y son generosos a cambio. Recibo y, después de la cada vez más pequeña explosión en mi centro, balbuceo hacia la nada, con las pupilas tenues, con el corazón y la cabeza ni prendidos ni apagados. Me pongo a rezar, venga a mí lo que merezco, por lo que me he sentado y esperando, por lo que he participado en la única religión que tiene sentido; les rezo a los dioses arriba, los que hacen algo por mi ansiedad, hacen tanto que ha desaparecido y en su lugar no hay nada. El deseo crece y al día catorce ya me muevo como sucio miserable drogadicto que tiene la resistencia muy arriba, sólo quiero y digo “vamos, necesito mi dosis, vamos, estiren su mano, dioses de los no muertos, y tóquenme, a mí y a mis hermanos” y así llega súbitamente, parpadea la noción de su llegada, se celebra un segundo. “hola, comunión de los no muertos” le digo con cara de alivio a la pantalla del cajero y llega otra vez. Regreso a mi silla, a esperar en silencio, a no llamar la atención, a no vivir ni morir, cualquier cosa para no espantar a los dioses, hay que portarse bien y ser serios, no puedes ser un idiota o eso asumo, quien sabe que pase si de repente hiciera idioteces, lo más seguro es que se me despidan, que las cosas dejen de hacer sentido. Como sea, cualquier antojo u ocurrencia desaparece al empezar otra vez el sacrificio, al reanudar la muerte lenta en la vida larga. Hay que andarse con cuidado para apenas ver la pseudo existencia, es peligroso aplicar filosofía, hay que concentrarse en el sacrificio y estar listo para dentro de quince días volver a abrir la mente y todos los sentidos a esa idea que permanece un instante diminuto, que cae como llovizna de un segundo, que baña rico, pero se seca rápido. Enséñales a los dioses tu boca abierta y deja que calmen una milésima la sed incurable. Ven a esperar, ven a sentarte, ven a callarte y recibe la santa comunión de los no muertos.

Thursday, November 03, 2016

Lo Chungo

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chungo, ga
adj. col. Difícil o enrevesado.
Dentro de una casa de fachada de ladrillo en una calle empedrada a las afueras de un pueblo del futuro, Manolito, sentado a la mesa de un elegante antecomedor en penumbra, frente a un pastel lindamente decorado, celebraba su cumpleaños número 29. Cantaba solo, con mucho sentimiento, la canción de la sobrevivencia anual que resonaba por los pasillos de la oscura casa aparentemente vacía. La tía de Manolito, la dueña de la casa, padecía de agorafobia y vivía encerrada en el piso de arriba, Manolito era el encargado de darle de comer, pero a veces se le olvidaba y no podía decir con certeza si la vieja seguía viva. Acabó la canción y se oyó en la puerta gruesa de madera dos fuertes golpes. “¡Abre, Manolito, sabemos que estás ahí!”. Manolito, con la pesadumbre prometiendo bebida temprana, volteó con tristeza hacia la entrada, sopló las velas en forma de 2 y 9 y, tomándose su tiempo, fue a abrirles a los representantes de la comunidad. “Manolito, eres un basura, tienes una última chance o estás fuera, ¿oyes? fuera” le dijeron picándole el pecho con la mano en forma de pistola y empujándolo. Manolito tomó el folleto que le dieron, cerró la puerta y, cabizbajo, fue a la sala oscura, la tía había prohibido abrir las cortinas. Se sentó con la cara llena de preocupación, haciendo bola el folleto que se sabía de memoria, y se puso a pensar en sus opciones. Para ser un adulto y seguir participando en la sociedad y disfrutando de sus muchos increíbles beneficios, se tenía hasta los 30 para pasar la prueba de embarazar a alguna, matar un león, construir una casa o escalar una montaña. Manolito había intentado y fracasado en todas las pruebas menos la montaña, llevaba años postergándolo y ese era su último cumpleaños antes de que lo expulsaran al bosque a vivir sin las comodidades futuristas que ofrecía su pueblo. “mierda” dijo Manolito preocupado y siguió pensando en qué hacer. Estaba mucho más allá de sus capacidades embazar o construir y el recuerdo del trágico resultado de esa vez que intentó la cacería activó su estrés postraumático, no tenía de otra más que escalar la montaña, dura tarea en verdad. “ok” se dijo, tomada la decisión, ya sobreestimándose como de costumbre y atravesó el jardín lleno de plantas, enredaderas e increíble belleza, hasta la casa de visitas que era su cuarto. Ahí prendió la computadora del vestidor convertido en estudio de grabación, picó rec, le puso play a la caja de ritmos y a la secuencia programada, se paró frente al micrófono y cantó “oh nena baby, baby baby nena, qué será de miiiii i i i i/yo sólo soy un chaparrito, lindo tierno chaparrito, ¡no estoy listoooo, baby, no, no, no estoy listooo para mori iii ii ii rrr!”
La montaña Chunga, como era conocida, se encontraba a unos 40 kilómetros del pueblo y fue llamada así por lo difícil que era llegar a ella y escalarla y porque es divertido decir “chunga”. Todos los años, una decena de jovencitos y uno que otro despistado se congregaban a las afueras del poblado, durante el festival de verano, listos para cumplir con la prueba exigida para llegar a la adultez. Muchos fracasaban, algunos hasta morían, de todas las pruebas era la más peligrosa ya que no era sólo escalar un montaña de considerable tamaño, se tenía que atravesar el denso bosque con cuidado de no ser asesinado por los expulsados quienes odiaban a la gente del pueblo o no perderse o no renunciar por lo molesta que era la acampada o por la mala administración de la energía,  comida y agua, también se tenía que soportar el mucho calor que hacía durante esa época del año y bueno, para hacer el cuento corto, era duro en verdad, pero, si se contaba con juventud, inteligencia, fuerza y entrenamiento, no imposible. Decían los que hablaban por hablar que matar al león era peor, pero esos en el fondo sabían que el avance en armas facilitaba la misión; el animal, aunque fiero e intimidante, no era competencia para una bazuca o una metralleta, sólo los muy idiotas, impacientes o cobardes fracasaban frente al león. La prueba de embarazar a alguna únicamente era difícil para esos, como era el caso de Manolito, que eran unos ineptos sociales sin habilidad de conquista romántica; las mujeres en el pueblo, la gran mayoría muy bien educadas y en forma, no se impresionan fácilmente y menos aún si, como otra vez era el caso de Manolito, se tenía mala reputación. Ni se diga construir una casa, la prueba más complicada y menos popular por todo lo que implica construir una maldita casa, que arquitectura, que plomería, que electricidad, que etc y sólo los más ambiciosos o muy estudiosos la escogían. Los buenos para nada desechables como Manolito escogía la montaña Chunga sin falta porque no tenían de otra. De 20 que lo intentaban cada año, en promedio 6 lo lograban, 12 fracasaban y 2 morían. Manolito estaba en serios problemas. Llevaban desde la preparatoria sin hacer ejercicio, no había empezado a estudiar el camino, no tenía idea de como orientarse ni tácticas de sobrevivencia, era propenso al despilfarro y a la queja, era irremediablemente comodino, esa era su última oportunidad de intento y sólo tenía 6 meses para cambiar, entrenar y estudiar todo lo obligatorio para empezar a tener una chance de éxito. Sabía que solo no iba a poder, necesitaba ayuda y rápido o fracasaría y tendría que renunciar a todo. 
Manolito se puso a pensar en quien podría ayudarlo. Pensó por días, viendo con fastidio y pereza el mapa del trayecto hacia y por la montaña. Repasó a sus conocidos, dándose cuenta que sólo era una larga lista de puentes quemados, hasta gente que apenas lo conocía tenía mala opinión de él. Estaba a punto de empezar a hacer las paces con la idea de vivir sucio y a la intemperie cuando se acordó de una que no lo odiaba y, bendita su suerte, había escalado la montaña, hace 12 años, claro, pero eso era mejor que nada. “Ingrid” susurró Manolito después de dar vueltas por la sala oscura, jalándose el cabello, no podía pedir su ayuda si no se acordaba de su nombre. “Ingrid, Ingrid, Ingrid” repitió con una sonrisa dibujándose lentamente entre sus cachetes y un brillo que llevaba mucho sin aparecer, llegando a sus ojos. Se dio cinco a él mismo y salió corriendo, sin rastro alguno de gracia, hacia el pueblo, en búsqueda desesperada de la posible solución a todos sus problemas. Ingrid y Manolito se conocieron en un concurso de canto, quedando en último y penúltimo lugar respectivamente. Intercambiaron risas y buenos ratos durante esa tarde de abril y lloraron juntos al enterarse del resultado. Eso fue hace diez años y quien sabe si la mujer sin oído para la música se acordaba del atolondrado hombre, sólo había una manera de averiguarlo y no había tiempo que perder. Manolito llegó sin aliento a la cancha de basquetbol en el centro recreativo rodeado de bosque, en el que le dijeron, después de mucho rogar, podía encontrar a Ingrid encestando una y otra vez como la maniática que era. “¡¡Ingrid!!” le gritó Manolito esa tarde ventosa y silenciosa, haciendo a la mujer fallar. “Hijo de perra” susurró ella y volteó a ver, con creciente enojo, al responsable. “Oh Manolito, cuanto tiempo” dijo, olvidando la furia y haciendo sin querer a Manolito darse cuenta que llevaba meses sin hacer otra cosa más que estar encerrado en su casa e ir al comedor comunal. “Oh no, cuanto desperdicio de vida” se dijo a punto de experimentar grave crisis existencial, pero por suerte fue salvado por la brusca de Ingrid quien le dio un fuerte manazo al sentarse en las gradas junto a su frágil viejo amigo. “¿qué te trae por acá?” preguntó  emocionada de ponerle pausa a la constante soledad, nadie la soportaba tampoco. “quiero que me entrenes, Ingrid, quiero que me ayudes… a escalar la montaña Chunga, Ingrid”, Manolito cerró los ojos para recibir la carcajada habitual cada vez que relevaba que no era un adulto todavía, pero en lugar de burla, recibió ojos comprensivos y mano amigable al hombro. El hermano muy querido de Ingrid fue expulsado el año pasado y ella sabía lo mal que la pasaba. “De acuerdo, Manolito, empezamos de inmediato”. Intercambiaron sonrisas y fueron al parque a empezar por el principio. 
Todo mundo sabe que si no eres capaz de estar sujetado mucho tiempo, la gravedad te convierte en una víctima, para encontrar así sólo fracaso y perdición en la montaña Chunga. Ingrid, sabiendo lo anterior, toda negocios, señaló una rama y empezó “tienes que aferrarte a esa rama, Manolito, tienes que ser capaz de estar aferrado mucho tiempo y no dejarte caer, Manolito, sólo así, ¿me oyes? sólo…” Manolito ya se había distraído con unas muchachas jugando vóleibol. Ingrid le metió seria cachetada, así iba a ser el entrenamiento “concéntrate, mierda, que este discurso no lo digo por mi bien, concéntrate y aférrate o no tienes una chance, no hay futuro para ti, Manolito, sólo el bosque y la miseria, porque esta es la única manera, no tienes de otra, no hay escape ¿me oyes?”, “¡Hmm!” respondió Manolito con la silueta roja de una mano en el cachete, serio, en posición de firmes. Era medio distraído y no muy agraciado, más sensible de lo recomendado, pero no era tan tonto como para no darse cuenta de la seriedad del asunto, tenía que aplicarse por primera vez en su vida o morir en el intento. “¡Estoy listo, Ingrid!” gritó preparado para todo. Ingrid se paseó frente a él, con las manos en la espalda, viéndolo con severidad, buscando hasta el más diminuto rastro de duda, no había tiempo para la vacilación. Por fin satisfecha con el compromiso de su discípulo, sonrió “muy bien, pues empecemos”. Ingrid volvió a señalar la rama y gritó “¡AFERRATE!” y Manolito fue y se colgó de la rama dos segundos, luego cayó patéticamente al suelo soltando un lastimero ruidito. “¡De nuevo!” gritó Ingrid y allá fue Manolito, a colgarse de la rama, así toda esa tarde y la siguiente. Entrenando duro pasaron las semanas. Manolito fue volviéndose más fuerte, sujetándose cada vez más hasta que llegó a aburrirse primero antes de caerse. Había avance y las chances mejoraban, Ingrid estaba muy orgullosa de él y la gente del pueblo reconocía el esfuerzo y echaba porras, pero lo que nadie sabía era que, después de fracasar al intentar resignarse a trabajar duro y echarle ganas, la naturaleza de Manolito, rebelde e indomable, lo obligó a tramar algo. Mientras estaba colgado, viendo hacia delante, con cara de esfuerzo, colorado, en su mente, desde casi el principio del entrenamiento,  pensaba en maneras de escapar de la responsabilidad, de evitarse la molestia e ideaba, suspendido sobre la hierba verde, acariciando por el viento, un plan B, en cómo salirse con la suya y quedarse en el pueblo sin escalar la montaña. A días de la prueba, colgado de la rama, encontró la respuesta y, con la idea terminando de formarse, soltó un grito largo y fuerte de alivio, como una válvula que se abre y deja salir muchísima presión, Manolito le anunció al mundo que había hallado la manera infalible o eso creía, para ahorrarse lo chungo.

CONTINUARÁ…