Thursday, November 03, 2016

Lo Chungo

66

chungo, ga
adj. col. Difícil o enrevesado.
Dentro de una casa de fachada de ladrillo en una calle empedrada a las afueras de un pueblo del futuro, Manolito, sentado a la mesa de un elegante antecomedor en penumbra, frente a un pastel lindamente decorado, celebraba su cumpleaños número 29. Cantaba solo, con mucho sentimiento, la canción de la sobrevivencia anual que resonaba por los pasillos de la oscura casa aparentemente vacía. La tía de Manolito, la dueña de la casa, padecía de agorafobia y vivía encerrada en el piso de arriba, Manolito era el encargado de darle de comer, pero a veces se le olvidaba y no podía decir con certeza si la vieja seguía viva. Acabó la canción y se oyó en la puerta gruesa de madera dos fuertes golpes. “¡Abre, Manolito, sabemos que estás ahí!”. Manolito, con la pesadumbre prometiendo bebida temprana, volteó con tristeza hacia la entrada, sopló las velas en forma de 2 y 9 y, tomándose su tiempo, fue a abrirles a los representantes de la comunidad. “Manolito, eres un basura, tienes una última chance o estás fuera, ¿oyes? fuera” le dijeron picándole el pecho con la mano en forma de pistola y empujándolo. Manolito tomó el folleto que le dieron, cerró la puerta y, cabizbajo, fue a la sala oscura, la tía había prohibido abrir las cortinas. Se sentó con la cara llena de preocupación, haciendo bola el folleto que se sabía de memoria, y se puso a pensar en sus opciones. Para ser un adulto y seguir participando en la sociedad y disfrutando de sus muchos increíbles beneficios, se tenía hasta los 30 para pasar la prueba de embarazar a alguna, matar un león, construir una casa o escalar una montaña. Manolito había intentado y fracasado en todas las pruebas menos la montaña, llevaba años postergándolo y ese era su último cumpleaños antes de que lo expulsaran al bosque a vivir sin las comodidades futuristas que ofrecía su pueblo. “mierda” dijo Manolito preocupado y siguió pensando en qué hacer. Estaba mucho más allá de sus capacidades embazar o construir y el recuerdo del trágico resultado de esa vez que intentó la cacería activó su estrés postraumático, no tenía de otra más que escalar la montaña, dura tarea en verdad. “ok” se dijo, tomada la decisión, ya sobreestimándose como de costumbre y atravesó el jardín lleno de plantas, enredaderas e increíble belleza, hasta la casa de visitas que era su cuarto. Ahí prendió la computadora del vestidor convertido en estudio de grabación, picó rec, le puso play a la caja de ritmos y a la secuencia programada, se paró frente al micrófono y cantó “oh nena baby, baby baby nena, qué será de miiiii i i i i/yo sólo soy un chaparrito, lindo tierno chaparrito, ¡no estoy listoooo, baby, no, no, no estoy listooo para mori iii ii ii rrr!”
La montaña Chunga, como era conocida, se encontraba a unos 40 kilómetros del pueblo y fue llamada así por lo difícil que era llegar a ella y escalarla y porque es divertido decir “chunga”. Todos los años, una decena de jovencitos y uno que otro despistado se congregaban a las afueras del poblado, durante el festival de verano, listos para cumplir con la prueba exigida para llegar a la adultez. Muchos fracasaban, algunos hasta morían, de todas las pruebas era la más peligrosa ya que no era sólo escalar un montaña de considerable tamaño, se tenía que atravesar el denso bosque con cuidado de no ser asesinado por los expulsados quienes odiaban a la gente del pueblo o no perderse o no renunciar por lo molesta que era la acampada o por la mala administración de la energía,  comida y agua, también se tenía que soportar el mucho calor que hacía durante esa época del año y bueno, para hacer el cuento corto, era duro en verdad, pero, si se contaba con juventud, inteligencia, fuerza y entrenamiento, no imposible. Decían los que hablaban por hablar que matar al león era peor, pero esos en el fondo sabían que el avance en armas facilitaba la misión; el animal, aunque fiero e intimidante, no era competencia para una bazuca o una metralleta, sólo los muy idiotas, impacientes o cobardes fracasaban frente al león. La prueba de embarazar a alguna únicamente era difícil para esos, como era el caso de Manolito, que eran unos ineptos sociales sin habilidad de conquista romántica; las mujeres en el pueblo, la gran mayoría muy bien educadas y en forma, no se impresionan fácilmente y menos aún si, como otra vez era el caso de Manolito, se tenía mala reputación. Ni se diga construir una casa, la prueba más complicada y menos popular por todo lo que implica construir una maldita casa, que arquitectura, que plomería, que electricidad, que etc y sólo los más ambiciosos o muy estudiosos la escogían. Los buenos para nada desechables como Manolito escogía la montaña Chunga sin falta porque no tenían de otra. De 20 que lo intentaban cada año, en promedio 6 lo lograban, 12 fracasaban y 2 morían. Manolito estaba en serios problemas. Llevaban desde la preparatoria sin hacer ejercicio, no había empezado a estudiar el camino, no tenía idea de como orientarse ni tácticas de sobrevivencia, era propenso al despilfarro y a la queja, era irremediablemente comodino, esa era su última oportunidad de intento y sólo tenía 6 meses para cambiar, entrenar y estudiar todo lo obligatorio para empezar a tener una chance de éxito. Sabía que solo no iba a poder, necesitaba ayuda y rápido o fracasaría y tendría que renunciar a todo. 
Manolito se puso a pensar en quien podría ayudarlo. Pensó por días, viendo con fastidio y pereza el mapa del trayecto hacia y por la montaña. Repasó a sus conocidos, dándose cuenta que sólo era una larga lista de puentes quemados, hasta gente que apenas lo conocía tenía mala opinión de él. Estaba a punto de empezar a hacer las paces con la idea de vivir sucio y a la intemperie cuando se acordó de una que no lo odiaba y, bendita su suerte, había escalado la montaña, hace 12 años, claro, pero eso era mejor que nada. “Ingrid” susurró Manolito después de dar vueltas por la sala oscura, jalándose el cabello, no podía pedir su ayuda si no se acordaba de su nombre. “Ingrid, Ingrid, Ingrid” repitió con una sonrisa dibujándose lentamente entre sus cachetes y un brillo que llevaba mucho sin aparecer, llegando a sus ojos. Se dio cinco a él mismo y salió corriendo, sin rastro alguno de gracia, hacia el pueblo, en búsqueda desesperada de la posible solución a todos sus problemas. Ingrid y Manolito se conocieron en un concurso de canto, quedando en último y penúltimo lugar respectivamente. Intercambiaron risas y buenos ratos durante esa tarde de abril y lloraron juntos al enterarse del resultado. Eso fue hace diez años y quien sabe si la mujer sin oído para la música se acordaba del atolondrado hombre, sólo había una manera de averiguarlo y no había tiempo que perder. Manolito llegó sin aliento a la cancha de basquetbol en el centro recreativo rodeado de bosque, en el que le dijeron, después de mucho rogar, podía encontrar a Ingrid encestando una y otra vez como la maniática que era. “¡¡Ingrid!!” le gritó Manolito esa tarde ventosa y silenciosa, haciendo a la mujer fallar. “Hijo de perra” susurró ella y volteó a ver, con creciente enojo, al responsable. “Oh Manolito, cuanto tiempo” dijo, olvidando la furia y haciendo sin querer a Manolito darse cuenta que llevaba meses sin hacer otra cosa más que estar encerrado en su casa e ir al comedor comunal. “Oh no, cuanto desperdicio de vida” se dijo a punto de experimentar grave crisis existencial, pero por suerte fue salvado por la brusca de Ingrid quien le dio un fuerte manazo al sentarse en las gradas junto a su frágil viejo amigo. “¿qué te trae por acá?” preguntó  emocionada de ponerle pausa a la constante soledad, nadie la soportaba tampoco. “quiero que me entrenes, Ingrid, quiero que me ayudes… a escalar la montaña Chunga, Ingrid”, Manolito cerró los ojos para recibir la carcajada habitual cada vez que relevaba que no era un adulto todavía, pero en lugar de burla, recibió ojos comprensivos y mano amigable al hombro. El hermano muy querido de Ingrid fue expulsado el año pasado y ella sabía lo mal que la pasaba. “De acuerdo, Manolito, empezamos de inmediato”. Intercambiaron sonrisas y fueron al parque a empezar por el principio. 
Todo mundo sabe que si no eres capaz de estar sujetado mucho tiempo, la gravedad te convierte en una víctima, para encontrar así sólo fracaso y perdición en la montaña Chunga. Ingrid, sabiendo lo anterior, toda negocios, señaló una rama y empezó “tienes que aferrarte a esa rama, Manolito, tienes que ser capaz de estar aferrado mucho tiempo y no dejarte caer, Manolito, sólo así, ¿me oyes? sólo…” Manolito ya se había distraído con unas muchachas jugando vóleibol. Ingrid le metió seria cachetada, así iba a ser el entrenamiento “concéntrate, mierda, que este discurso no lo digo por mi bien, concéntrate y aférrate o no tienes una chance, no hay futuro para ti, Manolito, sólo el bosque y la miseria, porque esta es la única manera, no tienes de otra, no hay escape ¿me oyes?”, “¡Hmm!” respondió Manolito con la silueta roja de una mano en el cachete, serio, en posición de firmes. Era medio distraído y no muy agraciado, más sensible de lo recomendado, pero no era tan tonto como para no darse cuenta de la seriedad del asunto, tenía que aplicarse por primera vez en su vida o morir en el intento. “¡Estoy listo, Ingrid!” gritó preparado para todo. Ingrid se paseó frente a él, con las manos en la espalda, viéndolo con severidad, buscando hasta el más diminuto rastro de duda, no había tiempo para la vacilación. Por fin satisfecha con el compromiso de su discípulo, sonrió “muy bien, pues empecemos”. Ingrid volvió a señalar la rama y gritó “¡AFERRATE!” y Manolito fue y se colgó de la rama dos segundos, luego cayó patéticamente al suelo soltando un lastimero ruidito. “¡De nuevo!” gritó Ingrid y allá fue Manolito, a colgarse de la rama, así toda esa tarde y la siguiente. Entrenando duro pasaron las semanas. Manolito fue volviéndose más fuerte, sujetándose cada vez más hasta que llegó a aburrirse primero antes de caerse. Había avance y las chances mejoraban, Ingrid estaba muy orgullosa de él y la gente del pueblo reconocía el esfuerzo y echaba porras, pero lo que nadie sabía era que, después de fracasar al intentar resignarse a trabajar duro y echarle ganas, la naturaleza de Manolito, rebelde e indomable, lo obligó a tramar algo. Mientras estaba colgado, viendo hacia delante, con cara de esfuerzo, colorado, en su mente, desde casi el principio del entrenamiento,  pensaba en maneras de escapar de la responsabilidad, de evitarse la molestia e ideaba, suspendido sobre la hierba verde, acariciando por el viento, un plan B, en cómo salirse con la suya y quedarse en el pueblo sin escalar la montaña. A días de la prueba, colgado de la rama, encontró la respuesta y, con la idea terminando de formarse, soltó un grito largo y fuerte de alivio, como una válvula que se abre y deja salir muchísima presión, Manolito le anunció al mundo que había hallado la manera infalible o eso creía, para ahorrarse lo chungo.

CONTINUARÁ…

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