Tuesday, September 04, 2012

peluquería de mujeres

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Marcelo, distraído, le cortaba el cabello mal teñido a la señora rodríguez. las tijeras se movían por la cabeza de la viejecita perdida en el delirio senil, cortándole el pelo como si estuvieran fuera de control. uno pensaría que marcelo estaba ciego por la manera tan desastrosa que hacía su trabajo. un mechón caía por aquí, otro por allá, la pobre señora rodríguez ya tenía el pelo tan disparejo e irregular que la juventud, el segundo que la desquiciada anciana pusiera un pie en la calle, con toda certeza le robaría el estilo. "hey te acabo de conocer, esto es loco, aquí está mi número, llámame tal vez" balbuceaba consuelo rodríguez con los ojos entrecerrados, en otro tiempo, en otro lugar, bronceada, babeando, tocando con la lengua sus arrugados y secos labios, descubriendo de cuando en cuando sus encías libres de dientes, cubierta por una manta de plastico morada desgastada con una ilustración de unas tijeras y un peine sobre un sol y unas montañas que los años fueron despiadadamente borrando. Marcelo, con el copete bailando libre y gracioso en el aire, moviéndose al ritmo de los 10 ventiladores que soplaban a toda potencia, se miraba en el espejo sucio frente a él, con el corazón pesado y un nudo en la garganta. le costaba trabajo creer que esos ojos eran los mismos que una vez se desbordaron de alegría y que ahora eran dos cráteres producidos por los asteroides de la tristeza. la señora rodríguez, contribuyendo a la patetica escena, para terminar de joder a todos los sentidos, para que cualquier estimulo en ese lugar fuera uno espantoso, se pedorreaba sin misericordía, liberando el hedor de la vejez, el chillido oloroso de su sistema digestivo que llevaba ya mucho tiempo sin funcionar. la peste, pensaba marcelo, era el último toque en esta pintura de mierda. sintiéndose como un perro volteó a la calle y vio el calor emanar de las calles vacías y el brillo naranja, no del sol, si no del producto de la guerra innecesaria entre los humanos y una inteligencia superior proveniente de las estrellas, que le daba al exterior toda la apariencia del Apocalipsis. pero esto, lo anterior, no era lo que machacaba el animo del joven peluquero, él, como cada habitante de la tierra, jodido por el calor y con bronceado envidiable, cubierto día y noche de litros de bloqueador solar de potencia inimaginable, ya se había acostumbrado y vivía, ignorando la colosal maquina de muerte en el cielo, su vida en perpetuo bochorno. Lo que sí abusaba como el gobierno de nosotros, el pueblo, del espíritu de nuestro protagonista, como seguramente muchos de ustedes ya habrán adivinado para ahorita, era el desamor, era su afecto no correspondido. una jovenzuela, como las jovenzuelas suelen hacerlo, se habían cagado en su cariño ofrecido ante ella y dicho "no" a la propuesta amorosa sincera y honesta, despejando los testículos del alma de quien sólo sentía amor por ella. marcelo no tuvo de otra que caer infinitamente por el precipicio del rechazo. lo peor no fue el "no", si no la explicación no pedida que siguió. "me gusta otro" dijo cruel y sin piedad, "me gusta él" y la muchacha empapada en sudor señaló a un tipo musculoso sin playera sentado sobre un cubo de hielo. "no me jodas" respondió el joven destruido, abofeteado por el cliché, por lo repetitiva que probó ser la vida, pero entendió, encarcelado en la masmorra del infortunio, que la lujuria no era exclusiva de los hombres, el objeto de su afecto tenía todo el derecho de cederle el control su vagina. recordó los ojos y la baba y el sudor y como se abanicaba con un folleto sobre las diferentes opciones para el suicidio, perdida en su imaginación, imaginando las porquerías que se dejaría hacer, mordiéndose el labio y soltando pequeños casi inaudibles pujidos, frente a él, enseñándole todo lo que nunca iba a provocar. "oh cristo" dijo marcelo con el corazón desmoronándose. lo más fresco y ardiente en su memoria fue el olor a cola expendido por la jovencita cuando se paró a entregarle su número de teléfono al afortunado hijo de perra con buenos genes. todo esto hubiera sido demasiado para la cordura y marcelo, sin que nadie lo culpara, podía con toda confianza y libertad volverse loco y hacer alguna idiotez, pero por fortuna el enorme circulo negro con un centro rojo en la termosfera, disparando rayos ultravioleta, destruyendo poco a poco con la capa de ozono, derritiendo lentamente los polos, girando cada día más rapido, indestructible e imparable, ya con años recordándole a la humanidad las consecuencias de su terquedad y el fatal destino que le deparaba por meterse con quien no debió, estaba ahí para distraerlo un poco. Marcelo cerró los ojos y sintió el intenso calor, la promesa de muerte, el fin de todo. su tristeza no paró, sólo se calmó tantito con la agregada esperanza de que el mundo podía terminar de pronto, sin previo aviso, en un parpadeo. la violencia de su sufrimiento podría parar antes de que se diera cuenta. soltó un suspiro y regresó a la cabeza de la señora rodríguez. "ay mamá" exclamó al ver la cabeza pelona de la pequeña y moribunda persona. decidió no preocuparse, dejó a la viejecita dormir tranquila y se sentó en uno de los negros sillones de la entrada, contemplando el cielo con una congelada de uva en la boca, a esperar el fin, ahí, en la peluquería de mujeres que le había dejado su madre el día que saltó de un edificio de 50 pisos.

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