Wednesday, July 23, 2014

Las Nieves De Don Jacinto

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estaba sentado sobre una roca en mi jardín delantero, cubierto todo por pequeñas gotas de sudor, quemándome en el sol, soplando besos a las guapas güeras que pasaban en short shorts, viendo el cielo, deslumbrado, con ojos entrecerrados, drogado fuera de mí, sacando una humareda, sintiendo al verano descender sobre mi linda barriga y pequeñas tetas de hombre, con antojo salvaje de algo frío y dulce, esperando a que pasara don jacinto con sus deliciosas nieves que simplemente me volvían loco.

"don jacinto!" grité de rodillas sobre el pasto, "don jacintoooo! aghhh" grité, golpeé el suelo y maté algunas hormigas. desesperado por la espera, con el espíritu agitado, con el ánimo perturbado, canté, con los ademanes correspondientes y los ojos cerrados. le canté a la lenta progresión del tiempo, pero sobre todo a don jacinto, exigiendo que se apurara, confesando que no podía más. al percatarme de las burlas de mis vecinos, regresé a mi roca con el corazón apaleado y clavé la vista cargada de tristeza en el principio de mi calle. miraba hacia la distancia, loco por el suspenso, con los ojos tan abiertos que la retina me quedó tantito bronceada. traté de distraerme, pero la obsesión había hecho de mí una miserable víctima.

siempre que se iba, temía que nunca regresara. don jacinto y yo nos esforzábamos por caernos bien, se veía que perezosamente le echábamos ganas por ser amigos, yo amaba sus nieves y él amaba mi dinero, pero nada más no conectábamos. yo no soy muy agradable en general y menos ansioso y emocionado y él estaba acostumbrado al trámite rápido de la convivencia regular, decir sus lineas e irse, pero, siempre, sin falta, al tratar de hacerme el gracioso, de caerle bien, lo terminaba molestando o insultando y esos momentos incomodos, resultado de forzar una amistad entre dos tan diferentes unidos única y exclusivamente por nieve, tarde o temprano se volverían insoportables. no me mentía y sabía que el adiós estaba siempre cerca, se leía claro en sus ojos, y al verlo alejarse empujando su carrito, con un cono en la mano y la boca manchada, me invadía el miedo de nunca volverlo a ver.

anochecía. don jacinto no pasaría y estaba seguro que nunca volvería a pasar. "adiós, don jacinto" dije al desembonar mi raya de la protuberancia en la roca. con ganas de llorar, caminé de regreso a mi casa, sintiendo el dolor de la perdida y los piquetes de los mosquitos. la única persona que últimamente me había importado se había ido para siempre y era hora de lidiar. "nieves de don jacinto no más" dije, sentando en un sillón azul de tres lugares frente a una tele enorme, con el cabello alborotado por el aire acondicionado a toda potencia. levanté a mi gato Junior, puse su cara a la altura de la mía; junior me miraba con ojos indiferentes, delataban su despreocupación por mí. nos quedamos así, viéndonos, hasta que salió corriendo espantando al ver mi cara deformarse, pasó de linda y coloreada a una mueca espantosa de horror. la conciencia plena de la funesta situación me jodía. por suerte, acostumbrado a mis ataques, recordé antes de hacer más tonterías, mi usual tendencia por la exageración, hice una cara por la vergüenza de ser tan azotado y el aroma del asado de mi tía marta terminó por cortar este cáncer de mi alma. me atasqué de comida y, echado hacia atrás con la barriga salida, vi a junior contemplando su existencia. "junior" le dije, él me miró "creo que estaremos bien después de todo" "miau" dijo junior, pensando que yo tenía corazón de piedra.

salí a la noche, solemne y pensativo, semidesnudo y asoleado, crucé el jardín todavía con un poco de antojo de nieve doliendo en el alma, con un porro quemándose dulcemente en mi boca y me senté en la roca, serio, perdido en la introspección, a ver el cielo estrellado, a sentir la brisa cálida del verano, a esperar sin mucha esperanza haber aprendido algo de toda esta desastrosa experiencia.

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