Tuesday, October 28, 2014

9 A 6

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Leopoldo y Betita, sentados una banca en un centro comercial, se mordían las uñas y se movían ansiosos, colorados e hinchados, conteniendo el berrinche, diciéndose a ellos mismos que la vida no valía nada y que se querían morir. Leopoldo y Betita trabajaban en una oficina y simplemente el 9 a 6 no era para ellos, sobre todo con los sueños de la juventud todavía arrumbados en la memoria. Leopoldo siempre quiso ser cantante, pero cuando acabó la escuela no tuvo el coraje de apostarlo todo e ir tras el deseo de su corazón. Betita era muy graciosa y quería ser comediante, pero nunca se decidió por empezar y, antes de que se diera cuenta, ya tenía que pagar la renta, ustedes comprenden. los dos, además, eran medio tontos y muy flojos y sólo querían divertirse, no podían entender ni compartir la seriedad con la que sus compañeros de oficina se tomaban el trabajo, les parecía insoportablemente ridículo, nada puede ser tan en serio, se iban a morir un día de todas maneras, qué tontería. estaban en serios problemas, una arena movediza los tragaba día a día, estaban atorados y el tiempo se les acababa.

tal vez alguno de ustedes allá fuera dirá con gesto arrogante y las manos en la cintura, agitando el dedo a su monitor "pero oye, maldito idiota, pero por qué no se resignan y ya? lo aceptan como adultos y siguen con su vida" a lo que yo contesto nervioso y sospechando que me han cachado: la resignación y aceptación no eran una alternativa. como todo el mundo sabe, uno no se rebela contra su naturaleza, uno no puede dejar de ser quien es, sólo puedes ser tu mejor versión. Leopoldo y Betita eran unos desocupados, habían probado la deliciosa miel del tiempo libre, no había vuelta atrás. y sus problemas no se acababan ahí; los patrones empezaban a sospechar que Leopoldo y Betita eran unos sinvergüenzas y sólo practicaban el eterno arte de hacerse tontos. casi nunca trabajaban y se pasaban el día preguntándose hipotéticamente cosas sin sentido; jugaban juegos inventados por ellos mismos; veían por la ventana, gritando groserías a las personas que pasaban. en los meses que llevaban en la empresa habían trabajado un total de media hora. simplemente no podían obligarse a que les importara su trabajo, era demasiado aburrido. necesitaban salir, no había de otra, y, cada hora de la comida, en algún restaurante gringo, con costillitas y hamburguesas en frente, con peligrosas cantidades de refresco corriendo por sus jóvenes, pero desgastados cuerpos, planeaban y discutían, se proponían un millón de maneras estúpidas de salir para nunca regresar, todas demasiado irreales para funcionar, pero nada los detendría, se decían, por el bien de su alma y de su cordura, le gritaban al cielo, tenían que salir del horario, volver a ser dueños de su tiempo y regresar al frenesí del ocio.

“Oh Betita, Betita, no hay escape, Betita” decía Leopoldo, con el medidor de la esperanza en llamas, viendo el suelo, con lágrimas en los ojos, temblando, incapaz de controlarse. había un terremoto en su corazón, una fuga de desesperación en el espíritu. Betita le metió una cachetada con todas sus fuerzas a su compañero de infortunio, ninguno de los dos podía escapar solo, se necesitaban el uno al otro. los vicios en su personalidad eran demasiado para una sola persona. Leopoldo regresó a la banca del suelo, puso su mano sobre el cachete morado y miró sorprendido a Betita quien tenía la vista clavada hacia delante. Betita estaba muerta de miedo, ella sabía algo que él no, ella sabía que la cosas podían ponerse peores, mucho peores. estaban en una cuerda floja, suspendidos sobre el precipicio de la pobreza. si no podían con la pequeña maldición de la clase media, la de la baja los haría pedazos. tenían que moverse con cuidado. Betita, todavía con la vista hacia delante, dijo con la voz entrecortada "gobiernate, Leopoldo" y después lo que siempre decía cuando el miedo y la duda aparecían como gangsters en negocio a punto de ser extorsionado “ánimo, fuerza”. Leopoldo entendió, se enderezó, recobró el coraje y tomó de la mano a Betita. sus miradas se encontraron, se sonrieron sentados en alguna banca en medio de algún centro comercial y, con una tormenta de sensaciones azotando dentro de ellos, supieron que era entonces o nunca. "ok" dijeron al unísono, se pusieron de pie, vieron hacia delante y, como participantes de pacto suicida listos para acabarlo todo, salieron corriendo por los pasillos de la catedral capitalista. entre paseantes esclavos del salario, Leopoldo y Betita pasaron gritando y corriendo fuera de control. trascendieron el presente y se imaginaron durmiendo todo lo que querían, volvieron a sentir el aire rico y fresco de la vacación permanente, riendo hasta que les doliera la panza, bailando y jugando en la pradera fresca y suave de la despreocupación. “allá vamos, Betita, allá vamos!” y dejándose llevar por la emoción, usando todo el coraje que sus corazones malcriados les permitían, se lanzaron hacia fuera, hacia mañana, hacia el paraíso en la tierra.

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