Wednesday, November 26, 2014

CAROLINER

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Caroliner salió de su cueva en el bosque y, cubierta de suciedad, soltó un rugido antes de sacar su banjo y tocar enloquecida. El sonido del banjo y voz, gracias a la increíble acústica del bosque, parecía venir de todos lados. Sonó omnipresente esa soleada mañana de noviembre. “notigo lowi go uio / ahyawi ah iwiwi pagui ah / wuaaa wuaa ahh jei jei wua / ejei uha ahua ahua”. Tocaba y chillaba agitando la cabeza, soltando tierra, moviendo los dedos prodigiosamente por el puente y las cuerdas, poniendo a las pequeñas criaturas del bosque a bailar. “Caroliner” le dijo un pequeño castor bailando graciosamente al ritmo del canto y banjo, moviendo los brazos y subiendo las rodillas “Caro-la-iiiii-ner”. Caroliner, con los ojos rojos y dientes apretados, miró al castor, luego al venado y por último a un lindo conejo que pasaba por ahí y, con la mente, los hizo explotar. los arboles y el suelo quedaron rojos por los adentros de los preciosos inocentes animalitos. Algunos pajaros salieron volando sacados absolutamente de onda. “No importa, Caroliner” dijo el espíritu del bosque y flores le llovieron encima a Caroliner.

Caroliner, en 5to de primaria, tenía una amiguita impertinente. Caroliner escribía sus secretos en un lindo cuaderno forma francesa que su difunto padre había fabricado. En la pasta estaba Caroliner tirada sobre una cama de flores con un bonito vestido blanco y una sonrisa angelical. La amiguita insistía en conocer los secretos. Caroliner odiaba a su amiguita y la quería muerta. Fue a su casa, bajó al sótano donde estaba su cuarto, prendió su radio interdimensional, se sentó en su cama, puso las manos sobre las rodillas, puso atención y la voces le dijeron qué hacer. “Caroliner, busca dentro de ti”. Caroliner regresó a su primaria. Se paró en el umbral del salón y recorrió el lugar con la vista. Vio a Pedrito Mendoza comiéndose los mocos con las voces en su cabeza susurrándole tonterías. Vio a Marcelino García llorando tatuándose a sí mismo tatuándose a sí mismo. Vio a su amiguita leyendo el cuaderno de los secretos. Caroliner no perdió el tiempo. Marchó frente a la banca y “estoy lista” dijo con los ojos rojos y venas marcándose en la cara. la amiguita, horrorizada, tuvo tiempo de reflexionar sobre lo que acababa de leer. Ella y Caroliner se vieron a los ojos un instante, la imprudente amiguita reconoció su muerte y le explotó el cerebro. una pasta roja le salió por las orejas. “Da lo mismo, Caroliner” le dijo el espíritu de la escuela y hojas de cuaderno con pequeñas calaveras le llovieron encima a ni más ni menos que Ca ro la la la i nerrr.

Antes de irse al bosque, Caroliner trabajó en un fábrica perdida en un parque industrial. Se fabricaban cabezas de muñeca. El jefe era un verdadero hijo de puta y siempre se metía con Caroliner. el muy cabrón nunca se callaba. Caroliner llegaba, tomaba su lugar frente a la banda y veía las cabezas pasar frente a ella. mientras tanto, de lunes a domingo, se oía por el altavoz la causa de sus males, molestando sin tregua. Un día las cabezas empezaron a hablar, le decían “Carolaaaaaaaineeeeerrr” “Carooooolaaaaaiiiineeeerrrr” “rrrr” “¡rrrr!” “¡¡rrrr!!”. Caroliner con los ojos muy abiertos, respirando ruidosamente y empapada en sudor reconoció el odio dentro de ella y se tapó la cara asustada de sí misma y el poder que tenía. Descubrió su rostro sería, aceptando la monstruosidad que habitaba en su corazón. Caroliner fue a su cuarto de azotea y escribió el nombre del patrón en un hoja con “La lista de la mierda” escrito y subrayado en crayón rojo hasta arriba. “Estoy lista” le dijo al cielo gris de la ciudad y el viento movió su cabello rojo y chino y su suéter gris y su vestido viejo que compró en una bodega a las afueras de la ciudad. Fue a la fábrica, abrió de una patada la puerta de la oficina y, señalando al patrón, enloquecida por los demonios dentro de ella, “renunció” susurró entre dientes y el jefe se elevó y las extremidades y cabeza se le separaron. La sangre salió lentamente de los cinco hoyos en forma de listones, y, como los anillos de Saturno, orbitaron alrededor del tronco rotante. “Qué más da” dijo el espíritu del capitalismo y billetes de cien pesos le llovieron encima a la única e irrepetible carolainer.

Caroliner regresó del bosque. Rezaba vehementemente en la catedral, atormentada por las decisiones que había tomado en el transcurso de la vida. Tal vez no debió de jugar con demonios. Tal vez no era tan buena idea hacerle tanto caso a la voz del radio. Trémula, con escalofríos yendo y viniendo, con jesus cristo crucificado viéndola, con una mueca burlona, arrodillada febril frente al altar, con las manos juntas, los dedos entrelazados y la cabeza abajo, repetía un rezo que su abuela ciega y sorda le había ensañado. Los demonios regresaron y le dijeron “Caroliner, vámonos de fiesta, maldita mierda”. Caroliner compró una botella de whiskey y se fue a un callejón a tomar lo que la imaginación no podía sacar de ella. Borracha fuera de sí, gritando cosas sin sentido, con el equilibrio desaparecido, chocaba y se caía contra los botes de basura, haciendo un escándalo que atrajo una multitud. Tambaleándose se acercó a la gente y se vio en los gestos horrorizados. Y Caroliner, sin darle una pensada si quiera, supo lo que tenía qué hacer. Se arrastró hasta el centro del callejón, se paró con la ayuda de un niño de la calle alucinando por tanto pegamento industrial, se quedo muy quieta unos segundos, cerró los ojos, se concentró y PUM! disapareció. la gente no supo que pensar hasta que se aburrió y se fue a comer. Caroliner viajó a otra dimensión donde el cartero, el policía, la madre, eran ella, eran Caroliner. “Bien hecho, Caroliner” dijo el espíritu del universo y pañuelos con besos marcados le llovieron encima a CAROLINER.

INSPIRADO POR I'M ARMED WITH QUARTS OF BLOOD DE CAROLINER

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