Problemas

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Arturo acababa de recobrar la conciencia. Desorientado, se encontró a sí mismo parado en medio de su patio. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? Quién sabe. Él sólo sabía que sufría. Algo, además del calor férreo que caía como luchador ambicioso, estaba terriblemente mal. Miró sus manos trémulas y su camisa y pantalones blancos empapados en sudor. Pasó el antebrazo por su frente inundada y levantó la vista al sol que lo azotaba como buscando confesión. Para reiniciarse, trató de recordar en qué mes estaba, sospechaba anormal el poderío solar pero, al no lograrlo, bajó la vista que aterrizó en su sombra la cual lo recibió con la razón para su disturbio emocional. Los malos recuerdos de una vida desastrosa estaban de regreso. “Problemas” susurró descendiendo en la negrura de la sombra. Y ahí se hubiera quedado si no hubiera empezado a sonar en repetición el fragmento de una canción, proveniente de la casa de al lado. La vecina hermosa, como todas las tardes, estaba en su jardín, bailando frente al teléfono, repitiendo los mismos pasos en intervalos de 60 segundos. Arturo lo olvidó todo y salió corriendo totalmente carente de gracia hacia el cuarto de su abuela en coma, de donde se veía a la perfección a la joven agitarse. Ahí, sin ningún tipo de recato, se desnudó y se dispuso a abusar de sí mismo. “Hit or miss I guess they never miss huh” se escuchaba una y otra vez. Mientras, poseído por la pasión, el muy guarro cerró los ojos y se dejó llevar. Dos minutos después y todo había acabado. Contento, regresó la vista hacia el jardín vecino para despedirse, pero para su horror, en lugar de la jovencita perfecta, ahora estaba el padre, señalándolo con muerte en la mirada. Arturo, con cara de idiota, se tardó dos segundos en entender qué estaba pasando y, al caer en cuenta, no pudo hacer otra cosa más que paralizarse. Vio desaparecer al hombre y “ay no” chilló antes de escuchar al timbre ser tocado con furia. Con la mente dislocándose, “problemas” se dijo, ya desconectado.