Tuesday, November 30, 2021

Finisterre

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Bien peinado, en forma y oliendo rico, salí por última vez del gimnasio. Me paré en la calle y le hice una cara al cielo en lo que esperaba a cruzar. El sol revelaba mi fealdad verdadera, deformando mi precioso rostro. A mí no me importaba nada, disfrutaba del buen ánimo que estaba próximo a acabarse porque la temporada de la desgana ya se anunciaba desde la profundidad de mi cabeza. “Todo a la mierda” sonaba de repente. Era el yo del invierno, me amenazaba todavía desde lejos, pero la experiencia me había enseñado que hay que tomarse en serio sus amenazas, ese impredecible nefasto cabrón era un tipo de cuidado. Es que mi mente, cuando se acababa el año, se llenaba de pura oscuridad. Cuando llegaba el frío traía consigo días de estar echado y ver el techo, semanas enteras de retorcerse en la nada total. Me pasaba y si quieren respuestas, pregúntenle a los psicólogos porque yo sólo puedo suponer. A lo mejor era el frío o el fin de otro año en el que no hice mucho, pero la verdad, quien sabe. Como sea, las razones eran lo de menos, lo que importaba era en lo que me convertía: un monstruo imparable de autodestrucción. Por eso, familiarizado con el patrón funesto después de lustros de mandar todo al carajo, ese año estaba preparado para no salir tan afectado del otro lado de esta temporada de horror existencial. Obviamente no iba a ir a un profesional de la salud mental a que me medicara, me daba miedo cambiar y ya había vivido demasiado cómo era. En lugar de eso, durante el verano y el otoño, me preparé para el evento. Como ya dije y no me canso de presumir, me apliqué al ejercicio, pero también era el epítome de la perfección gástrica. Después de meses de jugo verde, vegetarianismo y no comer ni tantita comida rápida, ¿McDonalds? C’est quoi ça? era un campeón del funcionamiento estomacal. Estaba listo para el tsunami de papitas, pastelitos, coca cola light y una cantidad suicida de uber eats. La avalancha de envolturas se avecinaba y yo me tiraba de rodillas, juntaba las palmas y cerraba mis ojos, había aprendido a rezar para desquitarme con alguien. Le reclamaba a un producto de mi imaginación afectada por el estrés que ojalá mi cabeza funcionara tan bien como mi panza. Pero bueno, ya será en otra vida porque de repente, viéndome dentro de arena movediza emocional, le dije al desperfecto que me pusiera a prueba para seguir adelante que ese sol amenazaba con algo peor que la falla de la personalidad, el cáncer en la piel.

Llegué a mi casa e hice mi maleta, no había tiempo que perder. Me acomodé el cabello, me lavé los dientes y cambié mis sábanas. “Hasta luego” le dije a mi pequeño acogedor hogar con un ademán del que todavía me avergüenzo y salí sonrojado. Llegó el carro y allá fui, al fin del mundo. Había rentado una casita en un acantilado, sin vecinos y con vista al mar. Sólo una tele, una compu, una cama, una mesa y una silla. Me aseguré de tener internet confiable, el entretenimiento es lo que cuenta, eché un último vistazo al mundo de los vivos, ugh, y cerré la puerta. Un minuto de no saber qué hacer y fui a sentarme frente a la ventana, a ver el fin de la tierra, admirando con sentimiento al mar extenderse infinito, su violencia me recordaba mi espíritu, algo me pasaba. 

Y empezó. 

Apareció de la nada. “Qué vamos a hacer” "uy" me dije a mí mismo con un cigarro en la boca y una caguama en la mano, “qué casualidad que te he encontrado/qué tal todo cuánto has cambiado/he pensado en ti más de la cuenta/te acuerdas de la última noche aquella/ha pasado casi un año sin saber del otro/qué vamos a hacer”

ME ROBÉ UN POCO DE LA LETRA DE "EL ENCUENTRO" DE ALIZZZ Y AMAIA.

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