Saturday, May 22, 2021

Sudor de Chocho

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Victoria llevaba un año encerrada y el chocho le demandaba. Para hacer las cosas peores, la sana y joven mujer vivía en un departamento que daba a una glorieta donde se reunían los musculosos de su colonia, a hacer calistenia. “dios me salve” susurraba, mordiendo su labio inferior, viendo a los hombres flexionar sus músculos, y su chocho sudaba, relinchaba como yegua en celo, quería un poco de satisfacción, pero era la pandemia, ven, y Victoria vivía con su abuelita la cuál en febrero del 2020 había prohibido el internet porque decía que era del diablo y le tenía prohibido poner un pie afuera, no la vaya a contagiar. Así, Victoria, la cual estaba acostumbrada a la pornografía y a salir a emborracharse en el bar unas colonias a la distancia, a que alguien se encargara de su necesidad sexual, ahora sufría porque no había nadie que le diera tantito consuelo y no más no podía más. 

Una tarde, Victoria se frotaba contra el radiador prendido bajo la ventana, viendo a su musculoso anónimo favorito sin playera subir y bajar aferrado a un tubo. “oh sí, oh dios” susurraba. No podía hacer mucho ruido porque su abuela tenía el mejor oído de todo el complejo habitacional y ya había cachado a su urgida nieta más de una vez por el zumbido del vibrador. Habían tenido que tener una plática muy seria sobre la decencia del hogar. “Tienes que contener el chocho” le decía la abuela viéndola con desprecio. Ella pertenecía a una generación donde la necesidad sexual femenina no contaba más pa’ nada y le perecía incomprensible que a una le llegue el deseo. “Pero, abuela…” trataba de explicarle Victoria a su anticuada ascendente, “…el chocho” y la abuela le daba una cachetada, la agarraba del pelo y le recordaba, señalándola a la cara, que ella no iba a darle techo a ninguna perdida cualquiera y Victoria se iba al baño a bañarse con agua fría, tratando de alejar el recuerdo de los músculos, de los traseros y de las entrepiernas, sintiéndose como un volcán a punto de hacer erupción.

La abuela de Victoria no tenía confianza en el gobierno mexicano y, cuando llegaron las vacunas, prefirió ir a Estados Unidos a vacunarse. No tenía mucho dinero, pero sí lo suficiente para un vuelo de ida y vuelta a Houston y la visa en orden porque su comadre Antonieta la había llevado hace unos años a conocer. “Me voy para los united” le dijo un día la anciana a Victoria cuando ésta estaba echada en el sillón de su sala, viendo por milésima vez una serie que hace mucho fue un éxito. Decía las líneas con la tele. “Pero Guzman, nos queremos harto”, “no, Matilde, el amor no es verdadero”. La abuela sabía que cuando Victoria se sincronizaba con la tele, tenía que esperar un minuto o dos a que reaccionara. Por fin la nieta regresó al desdichado mundo real, volteó y le preguntó para entender a su abuela “¿que te vas a dónde?”, “al otro lado, Victoria, al otro lado a que me pongan la vacuna contra el covi… y tú te vienes conmigo porque a mí me da miedo andar sola”. Victoria también tenía la visa porque su ex novio Agustín le propuso irse juntos, pero a ella le dio miedo al último momento y dejó al desdichado galán esperando bajo su ventana, en la lluvia, hasta que entendió que Victoria no iba para ningún lado. Desde entonces, a la cobarde mujer no le daban ganas de emigrar, pero sí tenía curiosidad de ver cómo será el primer mundo y, además, vacunada, no había pretexto para no darle rienda suelta a su urgencia. “bueno, pues vamos” dijo al fin la joven, con un gesto de “a mí la verdad ya todo no me importa más na’a”.

Vacunaron a la abuela y a Victoria. Como no tenían dinero para hospedaje, esa misma tarde ya estaban en su departamento en el complejo habitacional. Por suerte, la abuela había comprado pastillas para dormir gringas, mil veces más poderosas que las nacionales, y quedó en coma el resto del día. Y Victoria, con una sonrisa en su cara, parada en el umbral de la puerta, asomada por una pequeña abertura, escondida en la oscuridad del pasillo, viendo a su abuela descender en las profundidades del inconsciente, supo y corrió a alistarse. Tocaba la satisfacción del chocho. 

Se bañó, se depiló un año de vello y se perfumó con su perfume más sensual. Corrió a su cuarto y, en dos segundos, escogió el vestido entallado que ponía todo en su lugar y unos zapatos lindos de tacón que le permitían correr por si había cualquier indicio de feminicidio, sabía perfecto donde vivía. Se maquilló no mucho, pero sí lo suficiente. Se peinó, se puso accesorios y estaba lista. Había quedado, pero guapa. Antes de salir, se miró en el espejo de cuerpo completo que estaba en la entrada, en sus ojos un poco de nervio, la duda quiso, pero antes, en un instante, le cambió el gesto por completo. En su modo ahora se veía, poseída por el demonio de la lujuria, ocupando toda la mente de la joven mujer, aniquilando por completo a las inseguridades, un deseo animal; en ella la naturaleza explotaba en todo su esplendor, manifestándose, todo el poder de la reproducción, la erupción de la biología, completándose tanto que inspiraba aterradora fascinación. Victoria, por fin, emocionada, abrió la puerta y salió corriendo. Era hora del desquite, era hora de la satisfacción, era hora del chocho.


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