Wednesday, September 05, 2012

Chatarra

7

Juan Francisco llevaba horas acostado en su cama, no se quería mover. al darse cuenta que llevaba una exagerada cantidad de tiempo sin moverse y que había faltado al trabajo, lo primero que llamó su atención, antes que el descarado desperdicio de vida y tiempo o la molestia causada por el olor agrio y punzante de sus sabanas asquerosas que llevaban meses sin lavar, fue como no se había aburrido todavía. generalmente lo que lo obligaba a moverse y buscar algo que hacer era el aburrimiento, ahora se la pasaba bien simplemente echado, viendo el techo. tranquilo y muy cómodo transcurrían las horas. notó también que el hambre no apareció ni la sed ni las ganas de ir al baño. "qué me pasa?" se preguntó no preocupado, más curioso, por esta extraña habilidad, por llamarlo de alguna manera, de quedarse más de medio día sin ningún tipo de deseo mental o fisico. buscó depresión o cualquier otro trastorno psicologico y todo lo que encontró fue placidez y felicidad, se sentía a gusto y nada lo atormentaba. "qué será?" se dijo inmóvil, oyendo a la distancia los sonidos de la gente ir y venir, en coche o a pie, ocupada en sus asuntos, atareada hasta el desfallecimiento con sus labores, preocupados por ganarse la vida. unas cuantas horas más tarde se fijó en un placer inocente y primario que fluía por todo su cuerpo, se sentía extremadamente bien metido en la cama, contemplando con la mente en blanco su techo lleno de manchas de mostaza. no le dio muchas vueltas al asunto y se abandonó a esa sensación. Juan francisco nunca fue la clase de hombre que saboteaba al placer pensando de más. nada que produjera esta cantidad tan inagotable de satisfacción podía tener algo de malo. pensando en nada en lo absoluto, perdido en el confort, sin hacer otro cosa que existir en el más básico de los sentidos, juan francisco siguió y se quedó acostado día tras día hasta que llegó la casera en búsqueda de la renta. juan francisco no había trabajado ni comido ni hecho lo más minimo en meses. se rehusó a pararse para ir por dinero y unos tipos, sobrinos de la dueña del apartamento, junto con todas sus cosas, lo echaron en un callejón, lo echaron junto a la chatarra.

un señor gordo con un bigote se paró a la entrada del callejón lleno de basura, sacó una trompeta y tocó con todas sus ganas una triste canción. de pronto empezó a llover, la gente corría para protegerse del aguacero, pero no el señor panzón, él seguía tocando, tocaba con mucho sentimiento, tocaba y si uno se fijaba bien podía ver lagrimas entre el agua de la lluvia que se escurría. mientras más duro llovía más frenetica se volvía la canción. la trompeta rugía y llenaba la calle con un grito desesperado, de impotencia, de reclamo sensible y, al mismo tiempo, desgarradora resignación. lo que no se podía decir con palabras aquel gordo y bigotón señor lo decía con la trompeta, con su playera blanca transparentándose, revelando para todo el mundo unos pezones cafes enormes en la cima de las montañas verticales como de gelatina que eran esos senos de hombre. la calle en un parpadeo quedó vacía y, como había empezado, la lluvia paró, el señor al terminar de tocar, poco a poco fue despegando de su boca la trompeta, en los segundos que pareció que el mundo entero estaba en silencio salió del profundo trance en el que se encontraba, sorprendido por verse empapado en medio de la calle y sin ceremonia alguna se fue corriendo a su casa a ver su telenovela.


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