Thursday, November 24, 2016

El Yerno

69

Una mañana como cualquier otra, un martes o jueves o qué más da, entró el patrón a la oficina. Todos nos paramos y gritamos muy fuerte “¡buenos días, patrón!”, él nos vio con molestia, lo que sea para joderlo aunque sea un poco, y nos sentamos. Venía con su hija, una verdadera pendeja, y un tipo nuevo. Lo sentaron junto a mí. La hija fue, lo agarró de los cachetes, le taladró los ojos con los suyos y susurró “que se jodan los sueños”. El tipo bajó la cabeza y asintió con notorias ganas de llorar “está bien, mi amor”. El patrón y su hija fueron a la puerta, voltearon para azotar al nuevo con una mirada severa antes de salir y se fueron hablando de lo que sea hablan los ricos. Yo me le quedé viendo, había algo en él que me resultaba familiar; tenía el gesto de criminal recién atrapado, su postura delataba que corrió, pero lo alcanzaron, había caído y ahora intentaba hacer las paces con su nueva realidad, intentaba calmar su corazón y dejar de guerrear. Había visto ese gesto un millón de veces, hace mucho, en el espejo. Me le quedé viendo hasta que nuestros ojos se encontraron y, como un rayo directo a la cabeza, una memoria me pegó casi tirándome de la silla. Más que el recuerdo de mí mismo, había visto a ese hombre en algún lado, ya conocía al yerno. “Pero… ¿Dónde?” me pregunté con empatía, queriéndole decir que uno se acostumbra a todo, que el corazón se endurece y que el callo de la costumbre ya ha empezado a formarse, pero al final decidí que mejor no y sólo me quedé callado y alejé mis enormes, envidiables y primorosos ojos castaños de los suyos inundados por el reclamo absurdo, por el berrinche incomprendido. Continué mirando mi monitor con cara de idiota el resto del día.

De regreso en mi pequeño departamento, todavía con la mente infectada por todo lo anterior, me senté a pensar. “Pues claro” dije recordando en la oscuridad horas después. Me paré con trabajo del asombrosamente cómodo reclinable y fui al librero. Busqué hasta que encontré, como un científico encuentra la cura para la enfermedad que azota a alguien que le cae bien, Las súper tetas de Rodriguita Ramírez. Hace años que no lo tocaba y el polvo se había acumulado sobre los increíbles senos en la portada. Pretendiendo ceremonia, limpié el viejo libro, y embobado, me le quedé viendo un rato. Tenía muy buenos recuerdos de esta pequeña novela. Hace diez años, Las súper tetas fue publicada, no pegó ni con los ñoños ni con los normales y fue rápidamente olvidada. Yo me enteré de ella una vez matando el tiempo, al entrar por capricho a una conferencia casi vacía. El ahora yerno, entonces talentoso autor, hablaba de la inspiración de su libro; tres horas no dejó de hablar de las tetas de alguna tonta que llegó para joder, que él lo había intentado para encontrar sólo rechazo, pero bendita la inspiración, toda la lujuria provocada por el antojo de tener entre sus manos semejantes bultos de placer, fue expulsada sobre el teclado y la alfombra, y ahora, lo que tenía en las manos, Las súper tetas de Rodriguita Ramírez, ingeniosa y divertida literatura, fue el resultado. Esa tarde lluviosa independiente de la fecha por lo natural de la vida bohemia, lo miraba impresionado, en ese auditorio apestoso sin nadie. “¡Viva la lucha, viva los sueños!” acabó gritando, yo grité también, gritó un viejo orate y al día siguiente lo olvidé todo, nunca volví a saber de él y ahora recuerdo esa conferencia y esa emoción con insignificante pena, libre de azote, anestesiado por el tiempo. Acabé Las súper tetas y lo cerré, impresionado, emocionado y pensativo. “Madre” susurré, con una sonrisa en la cara y una erección incontrolable en los pantalones y, como un puñetazo sorpresivo, fui golpeado no muy fuerte por un poco de tristeza. El yerno fue un maestro de la literatura y ahora se sentaba junto a mí, en algún corporativo, trabajando para su suegro, alistándose para el olvido, qué cruel el destino. “ay pero que horror” dije con una mueca de disgusto y fui al piano a tocar y cantar los sentimientos afuera el resto de la noche.

Al día siguiente, llegué al trabajo. Ahí estaba ya el yerno viendo el escritorio, miserable. Me senté en mi lugar, recargué el cachete en la mano y pensé en cómo empezar; habíamos cometido el mismo crimen, nos habíamos atrevido a soñar y sabía por lo que pasaba, me imaginaba era mi responsabilidad aminorar la transición a donde los sueños van a morir, darle la bienvenida como es debido al panteón de la fantasía. Corrieron las horas y, cerca de la salida, viéndolo ahí con ganas de morirse, solté mis riendas porque siempre me funciona y salieron disparados los caballos de la emoción. Me paré con violencia mandando a volar la silla, lo señalé, me empecé a mover al ritmo en mi cabeza y canté un canción no original “túuuuu, que decidiste que tu vida no valíaaa, que te inclinaste por sentirte siempre maaal, que anticipabas un futuro catastrófico, hoy pronosticas la perdición intelectual, túuuuu, que decidiste que tu amor ya no servíaaa, que preferiste maquillar tu identidaaad, hoy te preparas para el golpe más fatídico porque hoy empieza la putrefacción cerebraaaaaaal! ¡Túuuuuu! nan nana na na na na nana na naaa na nara na nana naaa… ¡hoy empieza putrefacción cerebraaaaaaaaal!”. Me callé de repente, dejé de bailar, sudado y respirando duro, y vi a mi alrededor, la gente del trabajo se me quedó viendo un segundo y regresó a lo suyo. El yerno me miró, sufriendo, con la máscara transparente de estoicismo deshaciéndose y, de repente, rompió en ruidoso llanto. Me di cuenta de lo que acababa de cantar, no era mi intención, pero era lo que había dentro de mí y fue lo que salió. Fui y lo abrecé como a un hermano, le sobé con cariño la cabeza, él lloró, llenándome de moco. Dije que no servía de nada las lágrimas, que hay cosas peores, me miró a los ojos recobrando la compostura, “los sueños nunca mueren” le mentí sonriendo con ternura, se necesita muchísima voluntad, pero sobre todo una locura muy especial para abandonar la comodidad del conformismo y regresar a la incertidumbre de intentar vivir de la fantasía, y fuimos a beber el resto de la semana porque al final de cuentas era el yerno del patrón.

LA LETRA DE LA CANCIÓN ME LA ROBÉ DE "LA REVOLUCIÓN SEXUAL" DE LA CASA AZUL.


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