Monday, February 13, 2017

Gordo Pajero

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Irvin se miraba en el espejo del baño del cuarto de servicio en la azotea de la casa de su madre. Con un brazo un millón de veces más grueso que el otro, pasaba sus manos afeminadas y rechonchas por su barriga cubierta aquí y allá por un poco de pelusa. Sentía la ruina que eran sus genitales y el dolor desde el hombro hasta la muñeca de su brazo derecho. Se veía con gesto de angustia y “no más” le dijo a los ojos tristes llenos de desesperación, de ansia y de deseo de su reflejo. “No más” le dijo a su gordura, con voz quebrada. Esa noche era la última del año y el próximo iba a cambiar, iba a dejar de ser un gordo pajero.

La casa de la mamá de Irvin estaba junto a un colegio de señoritas. A las 12 del día, todos los martes y jueves, los sueños de Irvin terminan con pujidos femeninos tiernos juveniles de esfuerzo; “¡ahí está el pan!” gritaba una, enloquecida, volando el balón. El gordo pajero abría los ojos de par en par y, antes, el año que acababa, se paraba desnudo de su maloliente cama y se pegaba a la ventana que daba justo al patio del colegio de señoritas. Se pegaba de la cintura para arriba, no por decencia, así era la ventana, y en su cachete, sus senos de hombre y su barriga sentía el calor del mediodía, imaginaba que provenía de las jovencitas abajo, vestidas con, oh, sus ajustadas playeras blancas, ay, escondiendo sus senos no terminados moviéndose allá atrás de la tela y, uff, con sus short shorts azules cubriendo, dios mío, sus nalguitas primorosas, jugando intensamente al voleibol. “oh cristo!” gritaba Irvin con el deseo tomando control y se masturbaba cincuenta veces, se masturbaba tanto que el pene terminaba morado eyaculando aire, sacando un triste chillido. Irvin torturaba al aparato buscando desesperado aunque sea un poco de placer, pero ya no sentía nada, su miembro parecía ya no pertenecerle, le exigía a un globo desinflado, “vamos” le decía “quiero sentir” y se masturbaba cincuenta veces más, “¡vamos!” le gritaba a las ruinas entre sus piernas. “Nada, nada nunca más” pensaba Irvin y se echaba, maloliente, con creciente dolor en el brazo y el pene, en su cama rodeada de bolsas grasientas de carls jr, a llorar entre los ruidos de las niñas burlándose de él.

10… 9… 8… 7… 6… 5… 4… 3… 2… 1… ¡feliz año nuevo! No más pajas y gordura para Irvin, no más. Ese año iba a ser diferente, ese año le iba a echar ganas e iba a corregir el rumbo, se decía decidido, echándose porras, juntando toda la fuerza y esperanza y empezó el año, primero de enero y esperó no caer y perdonarse sí lo hacía y levantarse “es segura la recaída, quien sabe la levantada” se tatuó en el brazo; estaba emocionado y aterrado al mismo tiempo, plenamente consciente de su naturaleza, pero no importaba nada, no había escusa, era hora de la responsabilidad. “Lo voy a lograr, por dios, que lo voy a lograr” decía en la oscuridad del cuarto de servicio, moviéndose ansioso, alumbrado intermitentemente por los fuegos artificiales a la distancia, escuchando los gritos de felicidad de los vecinos, esperando a que pasaran los 12 meses.

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