Wednesday, February 18, 2015

Sandías En La Terraza

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un martes o jueves, no estoy seguro, estaba sentando en un banca de esas que se columpian, sin playera, en trusa de días, comiendo mi tercera sandía entera, en una linda terraza llena de flores y plantas. era un caluroso y soleado día de verano. tenía la cara, el cuello, el pecho, la barriga y la entrepierna llenos de semilla y jugo. "yuuum!" gritaba al tragar contento un poco de sandía después de pequeñas, sensibles y un tanto afeminadas mordidas. había un carnaval en mi espíritu. mi alma estaba en serio peligro de sobredosis en ricura."descarado hijo de perra" y "menso idiota infeliz" me decía la gente al pasar, haciéndome caras, viéndome en la terraza que daba a la calle. a mí no me importaba la recriminación, apenas la notaba, caso raro en verdad, porque desde bebé me preocupo por lo que la gente piensa de mí ya que yo, preciosos lectores que aprovechan los preciados segundos de su vida leyendo este cuento, soy un jugador de equipo. la liberación a la opinión no era mi culpa, ustedes comprenderán, se debía al placer producido por la sandía, al día en general, la suerte y al goce casi blasfemo estancado en mi corazón donde se gestaba bacteria de la confianza y los minerales del ánimo, receta infalible para el caldo primordial de la liberación individual. y veía a la gente a los ojos, yendo de delante hacia atrás, sin conflicto, libre de deseo, con los cachetes llenos de sandía, simplemente contemplándolos como de seguro nos contemplaría un extraterrestre que está por encima de nuestros banales placeres mundanos y programados prejuicios imborrables, lleno de una serenidad sin fin e indiferencia sobrehumana.

"oh cristoooo!... cristo jesús!" gritó una viejecilla al desplomarse en medio de la banqueta aventando toda su compra por el cielo sólo para ser devorada por perros de la calle; la muy idiota se dio cuenta en ese segundo frente a mí que todo lo que creía no era y la seguridad en la que había cimentado el sacrificio y esfuerzo de décadas podía ser y era puesta en peligro tan casualmente como ir a comprar pan. "querida señora" dijo algún preocupado con caquis y suéter, bigote y mente infectada por propaganda, por promesas y mentiras, al pisarla sin querer. volteó hacia mí y, al computar la situación, un asco soberbio emergió en sus ojos, su boca se volvió una mueca de amargura e indignación y el repudio tomó control. porque créanme cuando les digo que la escena que yo protagonizaba esa tarde agradable era verdadero espectáculo. olviden al teatro contemporáneo o al anterior o posterior, la verdad no he estado al pendiente... como sea, olviden, les digo, que la transgresión a los valores burgueses no ocurría en algún lugar de moda, oh no, estaba en aquella maldita terraza. el señor encontró a su satán en mí. todo lo que odiaba estaba encarnado ahí frente a él, columpiándose muy contento lleno de sandía. y una mezcla de sentimientos, desde envidia patética hasta desprecio terrible, lo obligaba a ejercer su derecho imaginario a hacerme parar, a obligarme a limpiarme, a forzarme a ponerme ropa y a empujarme, con uso de violencia si era necesario, a encontrar trabajo.

"debería darte vergüenza..." dijo el señor al levantar de las axilas a la vieja, sin poder hacer más, vencido por su siempre súbita aversión al conflicto verdadero y "sinvergüenza desgraciado" dijo ahora entre dientes, antes de dejarse llevar por el enojo. "como es posible... hmmm que un adulto, un hombre, pueda andar así, eh, umm..." dijo y "¡debería darte vergüenza!" gritó en ira, agitando vehementemente su dedo hacia mí. la vieja, para entonces, toda perturbada, ya se alejaba gritando agudamente, encordaba y temblando. el señor siguió ahí parado buscando algo más que decir, las cosas no se podían quedar así, yo no podía desafanarme a mi antojo de mi responsabilidad social y quedar impune, porque donde está la justicia, donde quedó la civilización, eh, donde está la convención y el orden, donde! pero, por desgracia para él y suerte para el resto de la humanidad, al insulso hombre nada más no le alcanzaba la imaginación, no se le ocurría como seguir, "uh duh" fue lo último que le escuché decir antes de dejarlo ahí colorado viendo el pavimento reconociendo su imperfección mental "no soy tan bueno como me creo... no puedo insultar tan bien como me gustaría" pensaba el tipo ese yendo sin remedio, como pequeña barca rumbo a tormenta marítima gigante, hacia severo y trascendental conflicto existencial. yo, mientras tanto, viéndome sucio y sintiéndome pegajoso, fui a darme una ducha.

EN LA TRADICIÓN DE PEEPR

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