Thursday, May 28, 2015

La Gran Renuncia

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renunció a la revolución. salió del cuartel sin mirar atrás, todavía aturdido por lo que acababa de hacer, vagamente consciente de qué significaba y lo que venía. afuera, sin cuidado, un segundo, mientras cruzaba la calle, le aventó un vistazo al atardecer, hizo una mueca y, ágil, se subió a su caballo "hola rubén". tomó las riendas y notó que las manos le olían todavía a pólvora, en las palmas sentía todavía el rifle. "oh la revolución" susurró resignado reconociendo un sutil terremoto en la cabeza con epicentro en el corazón. sabía lo que pasaba y que había que darse prisa. puso a rubén en reversa y lo dirigió hacia el futuro. "arre" comunicó telepáticamente, controlándose lo mejor que podía, sintiéndose como se imaginaba un volcán a punto de hacer erupción se sentía. la tormenta en los adentros empezaba. cerró los ojos montado en la salvaje creciente ola de sentimiento, subiendo y bajando, anclado al mundo real por el vaivén del trote de su viejo y experimentado caballo. avanzaban y con ellos, el coraje. el miedo a la incertidumbre era eclipsado por un hastío profundo, era hora de la ofensiva. el mismo insoportable tedio que le provocaban los infinitos discursos, las interminables palabras sin sentido, la abstracción fanática absurda, lo empujaba hacia la salida, ya no quería jugar. tomó el ahora frío rifle de su costado, tan usado y una vez tan útil, y lo dejó caer en la tierra árida. y acabó todo. levantó la frente, separó los párpados, sintió el cálido aire en la cara pálida y demacrada, miró hacia delante con los ojos ojerosos y cansados, dándole la espalda al lugar donde planeó un sin fin de operaciones y misiones que al final sirvieron sólo para convencerlo de que si la misma revolución era tan insoportablemente insignificante, el resto de las cosas sólo podrían serlo más, "renuncio". siguió hacia la oscuridad del desierto y con la repentina negrura llegó la terrible duda que duró nada, la parte de atrás de la cabeza le explotó. su ex camarada Carmelita, a muchos metros, hecha una sombra frente fondo púrpura, sujetaba un rifle humeante. "viva la revolución" susurró Carmelita con las mejillas empapadas. "lo que menos le gusta a la gente de hoy es alguien con mucho sentimiento sin pena" sonaba en la cabeza de Carmelita quien lloraba ruidosamente "al demonio la pena". Carmelita vio unos segundos al caballo parado junto al cadáver, luego cerró los ojos y bajó la cabeza. merecía morir, sí, por traicionar a la revolución, pero eso no significaba que no doliera, mierda. Carmelita se colgó el rifle en el hombro y, sintiéndose de un millón de años, regresó al cuartel, a olvidar su nombre. nadie se acuerda de esos que renuncian.

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