Thursday, March 08, 2018

Sangre y Vergüenza

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Maribel, con la cara en la tierra, agarrándose la panza, se retorcía del dolor. Anahí le había propinado una buena golpiza. Estaban las dos solas en el parque afuera de las murallas que rodeaban su barrio privado. Maribel seguía en el suelo cuando Anahí, viéndola con burla, escupió, se dio media vuelta y se fue con la falda y el suéter del colegio y el sedoso cabello castaño moviéndose en el aire. Maribel, después de recuperarse un poco, se quedó tendida bocarriba viendo a las nubes pasear en esa agradable tarde de agosto. Tenía golpes en la cara y raspones en las extremidades y el uniforme de su preparatoria sucio con manchas de todo tipo de suciedad. “Tengo que aprender a pelear” pensó con una mueca, cansada de ser una víctima, viendo una nube en forma de calavera. Cuando hizo frío, se paró y se fue cojeando a su casa.
El padre de Maribel estaba sentado perdido en el oscuridad de su estudio, escuchando música de su natal Brasil, escuchaba a bajo volumen el disco Brasilia Bajo Cero de la banda de punk Os Hidriotas. En la negrura del cuatro, ahí, en el infinidad de la nada, aparecía de repente, una pequeña flotante luz roja, el atormentado caballero fumaba un porro, con la esperanza de que la música más la droga curaran lo que no pueden. “Padre mío, padre querido” se escuchó desde la puerta que al abrirse iluminó de la cintura para abajo al hombre. “Sí, qué pasa” dijo el padre desde su escondite. “Necesito dinero…  dinero para krav maga”. El tipo con pasado que perseguía, una vez con tanta promesa pero ahora con todo en la basura, estiró la mano y de un cajón sacó una chequera. “¿Cuánto?” preguntó el de apenas cuarenta y cinco, invadido últimamente por pesadumbre, despertaba y la tenía ahí, viéndolo, amenazante, diciéndole “hoy es el día, hoy te jodes”, así los últimos días. “2000 peso” dijo Maribel casi susurrando, a la figura apenas visible. “dos mil pesos” repitió el padre y rápido escribió el cheque, lo arrancó y se lo dio a la de quince años. “Hora de la venganza” dijo Maribel viendo una gota de baba mojar el cheque que apretaban las pequeñas y lindas manos.
“¡Krav Maga!” gritaban los niños agarrándose a golpes. “¡krav!” y un puñetazo fue a toda velocidad hacia la cara de Maribel, “maga” y los nudillos hicieron contacto con el pómulo de la adolescente. Maribel cayó al suelo con los brazos extendidos, “no hay piedad en este mundo” se dijo poniéndose de pie. Llevaba seis meses en clases de autodefensa israelí y las golpizas eran cosa de todos los días, estaba acostumbrada y ahora podía ser golpeada sin misericordia un buen rato y ella ni se inmutaba. “Estoy lista” dijo de regreso en sus pies y le hizo un combo de krav maga’s a su compañero de combate Agustín. Los puños aterrizaban con eficacia en el delgado y débil cuerpo; un certero golpe en la frente, otro en el pecho justo entre los pezones, uno más en el costado y así hasta que el que era abusado por sus compañeros de preparatoria, cayó al suelo repasando en su cabeza las lecciones del maestro; “el dolor…“ decía el instructor antes y después de cada clase frente a un grupo de muchachos desfigurados, “el dolor está para disfrutarse” los niños asentían y le daban la bienvenida y rienda suelta a la violencia. Con todo ese entrenamiento, Maribel, parada cerca de los pies de Agustín, viéndolo seria, se limpió la sangre de los puños. “Es hora” dijo la solemne jovencita levantando la vista, volteando hacia la ventana que ocupaba toda una pared del salón de krav maga, sintiendo al sol acariciar su primorosa cara.
Anahí tenía del cabello a Kikita Fernández, la chaparrita más linda del colegio, la zarandeaba salvajemente. Kikita gritaba con todas sus fuerzas “¡ayyy! ¡ayyyy!" y agitaba los brazos, llorando, tratando sin suerte de liberarse, Anahí la tenía bien sujetada. De un segundo a otro, le dio un rodillazo en la incomparable barriguita, “eso te pasa por coquetearle al niño que me gusta” y tomó el brazo de Kikita y le dio una mordida que provocó otro sonoro chillido. “Hoy te mueres” le dijo Anahí agarrándola de la preciosa blusa, pegando su cara a la de su víctima, antes de aventarla con fuerza considerable. Kikita salió volando, cayó sobre sus tiernas rodillas y delicadas palmas y se quedó viendo el suelo. “Madre, este es el final” dijo la linda muchacha haciendo las paces con la muerte, desde chiquita le habían inculcado el camino del samurái y no le costaba aceptar morir. Y ya iba Anahí a acabar lo que había empezado cuando Maribel apareció al final del pasillo. “¡SANGRE Y VERGÜENZA!” gritó enloquecida. Desde ese día en el parque no podía estar con ella misma por la vergüenza de ser una víctima y todo ese tiempo ansió el momento de hacer sentir lo mismo a la malvada que le había inyectado sin ningún tipo de consideración ese corrosivo sentimiento en la mente y el corazón. Ahora, era tiempo de la venganza. Maribel, con cara de demente, sintió el poder cursar por sus venas, el cuerpo ya no le pertenecía, era propiedad del Krav Maga. “¿Sangre y vergüenza?” repitió confundida Anahí muy simple para entender idea tan compleja y, antes de que se diera cuenta, ya tenía encima a Maribel aterrizando golpe tras golpe en la cara de la brabucona número uno de toda la preparatoria Alphonso Maurcio. Y gritos se escuchaban por los pasillos vacíos, “¿la sientes? ¿eh? ¿puedes sentirla?” gritaba Maribel con cada puñetazo. En un punto, Kikita, recuperada y en necesidad de compensación, se unió y las dos la patearon algo salvaje, salpicándose de sangre, vueltas siluetas contra la puerta de vidrio que daba a un día particularmente soleado. Siguió la golpiza hasta que Maribel se cansó. Se dieron cinco, dejaron ahí tirado el bulto sin forma y fueron a la fuente de sodas a celebrar con dos malteadas enormes, cubiertas de salpicaduras de sangre, la restauración de la justicia y para olvidar de una vez por todas, la vergüenza.

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