El Inútil
89
Guzmán estaba vestido de monja,
comiendo empanadas, sentado, con cara de fastidio, en un camellón, rodeado de
ruido y contaminación. La monja a cargo, la hermana Ruperta, llegó en rabia y
le aventó en la cara, un montón de cambio. “Bueno para nada, estás despedido,
sáquese de aquí”. Guzmán tomó su cambio y fue al cine a gastarse su poco dinero
y luego regresó a su casa a echarse y ahí estaba echado cuando le habló su
hermana. “Guzmán” le dijo ésta, preguntándose que qué estará pagando, qué habrá
hecho en otra vida, seguro fue dictador y mató un sinnúmero de niños o algo.
Como sea, tenía buen corazón y no podía dejar a su hermano inútil a la deriva.
“Guzmán” le volvió a decir “te encontré trabajo en el laboratorio del sociólogo
Herrara”, “dios te bendiga” respondió Guzmán, colgó, se paró con dificultad y
fue.
“Estás contratado” dijo el
sociólogo Herrera viendo con indecisión la cara gorda llena de pelucita que
sólo el más indulgente llamaría vello facial, de Guzmán. “Tienes que grabar y
tomar notas, ¿de acuerdo?”, “¡sí, señor!” gritó Guzmán poniéndose en posición
de firmes, el sociólogo Herrera lo miró con desconfianza, había algo en Guzmán
que le daba un mal presentimiento, pero su hermana lo recomendaba y era buena
chica. El sociólogo Herrera no tuvo de otra que calmar la tripa aunque de ella
había dependido toda su carrera. “Bueno, empecemos” dijo el sociólogo
concentrándose por completo, olvidando a Guzmán y picó un botón. Frente a él,
se abrió una ventana, descubriendo a un señor gordo con bigote a quien le fue
aplicado un cuestionario sobre las guarradas que hacen los mexicanos al
manejar. El sociólogo Herrara estaba muy interesado en descubrir y remediar los
vicios que sufría su pueblo al verse detrás de un volante. Por eso, esa tarde,
entrevistó a más de mil personas. Todas contaron una historia de tristeza,
estrés y miedo que los empujaba a hacer idioteces en el tráfico. El sociólogo
estaba seguro de que su investigación iba a ser un éxito y soñaba, mientras
acababa de entrevistar al último sujeto, con el premio nobel. “Solucionaré el
problema del tráfico” se dijo levantándose “ahora sólo falta transcribir los
testimonios de los participantes…” y, viendo hacia adelante, saboreando ya la
victoria, estiró la mano hacia su asistente que no ponía atención y veía
embobado videos en su celular. “Guzmán, dame la grabadora”, “¿la qué?”, el
sociólogo rió pensando que Guzmán bromeaba, “déjate de cosas, Guzmán, que esto
es muy serio, el futuro de nuestro país está en juego, hazme el favor de darme
la grabadora”, unos segundos de silencio hasta que el sociólogo volteó
lentamente hacia Guzmán quien hizo cara de no saber de qué le estaba hablado. El
gesto de Herrara fue cambiando de buen humor, a seriedad, luego confusión y por
último pánico. “¡Guzmán, la grabadora!” gritó, agarrándolo de los brazos,
agitándolo. Guzmán se acordó y luego hizo cara de ups. Herrera, desesperado, lo
quitó, vio la mesa llena de envolturas y latas de refresco que tiró al suelo
para encontrar por fin toda pegajosa la grabadora. El sociólogo, con tics yendo
y viniendo por su cara, desgarrándosele el alma por el suspenso, con cara de
dolor, regresó la cinta un poco, le puso play y hubo sólo desgarrador silencio.
La regresó un poco más y de nuevo nada, otro poco y sonó Guzmán cantando la
canción de la marimorena. “No… no puede ser” dijo el sociólogo bajando
lentamente la grabadora, con la cabeza colapsando, volviéndose loco, “mi
investigación” y se tiró al suelo a llorar. Guzmán lo vio con cara de incomodidad
y pena superficial y después de ver unos minutos retorcerse al hombre de
ciencia, se paró y regresó a su casa.
Le llegó un mail. “¡Ventas por
Catálogo!” decía el asunto, “ok” dijo Guzmán y pasó por el catálogo y una hoja
con la información de las mujeres que habían googleado “calzones” en los
últimos meses y allá fue, con su primera clienta. Llegó a una casa ni chica ni
grande, ordinaria por completo. Tocó el timbre y esperó. Minutos después salió
una señora casi enana vestida con típico uniforme de las mujeres del aseo. “Venta
de catálogo” dijo Guzmán y la profesional de la limpieza hizo un ruido gutural
y un ademán para que la siguiera hasta un
comedor donde esperó Guzmán, hojeando el catálogo de lencería femenina, a que
llegara la señora de la casa que, después de media hora, llegó por fin. Guzmán,
desde el primer momento de poner sus ojos en ella, no dejó de verla
directamente a los senos, la mujer era una considerablemente voluptuosa. La señora
no notó la mirada indecente y se sentó contenta junto a Guzmán a ver el catálogo. Estuvo
unos minutos pasando las hojas hasta que la respiración ruidosa de Guzmán hizo
que volteara hacia él. El descarado sacaba baba con cara de idiota, viendo sin ningún
recato el pecho de la señora, “cristo, cristo Jesús” susurraba una y otra vez,
pasando su lengua por sus labios. La mujer, aunque acostumbrada a que animales
se le quedaran viendo, nunca se había topado con alguien tan sinvergüenza y se indignó
por completo. La mirada, baba y respiración de Guzmán trajeron de regreso toda
una vida de gritos obscenos y miraditas y la mujer no pudo más, le soltó una
cachetada violenta a Guzmán, lo cargó de la parte de atrás de la playera y del
pantalón y lo echó a la calle. Guzmán, sin inmutarse, regresó a su casa a echarse
y ahí estaba echado cuando le habló su primo Marcelo.
0 Comments:
Post a Comment
<< Home