Kafkeando
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Estaba sentando en mi cubículo,
haciendo absolutamente nada. Veía el techo, con las manos en la barriga, pasaba
el tiempo, tranquilo, esperaba a que se acabara el día. Apareció de repente la
mitad superior de la cara de Normita, mi vecina de cubículo “nos quieren en el
auditorio” me dijo con bondad descomunal en el tono y en los ojos. Normita era
verdaderamente especial y quizá en otro lugar y tiempo pudo haber sido santa o
algo. En fin. Me paré con pereza y fui despreocupado.
Para cuando llegué, el enorme
auditorio estaba lleno. La gente hacia ruido, se saludaba contenta, se daban besos
en sus cachetes, platicaban genuinamente alegres, sintiendo indiscutible
victoria, “lo logramos, estamos a salvo” decían como gente en bote salvavidas
yendo a toda velocidad hacia la costa. Pero yo no, yo kafkeaba y por eso no me sentía
tan a gusto como ellos. A la distancia encontré a los que les hablaba: Pedro
Luis, Mariana Francisca, Mendoza Gutiérrez y por supuesto Normita. Me habían
guardado un asiento. Eran lindos. Me hubiera gustado que entre nosotros existiera
verdadera amistad pero sólo teníamos en común la especie. Fui y me senté.
A mi izquierda, Mariana Francisca,
de inmediato, porque yo era el único que no acaparaba la conversación, cada vez
me daban menos ganas de hablar, me empezó a contar y a enseñar fotos de sus
novios. “Éste me trata bien, pero no tiene dinero” “éste es posesivo como el
diablo, pero tiene departamento en Acapulco” “éste coge rico pero es racista”. “Hmm”
yo contestaba sin nada que opinar, agitando sobre mi cabeza un látigo, haciéndolo
tronar, domando la amargura. Yo no tenía nada que contribuir por una vida terca
llena de cosas que no le importan a nadie y la oh profunda infinita soledad de
alejarse y alienarse demasiado o eso me decía. Lo que sea.
Llegó el patrón, todos se
callaron y pararon. Fue al micrófono el pequeño señor calvo y panzón y dijo “a ver, ahora sí, todos a cantar” y de
las bocinas en las paredes a los lados empezó a sonar “uiiii uiiiii uiiii” y
todos, absolutamente todos, empezaron a cantar el himno de la corporación. Yo
no cantaba aunque me sabía letra, para entrar tenías que cantar en la última
entrevista y yo lo hice y juré nunca más. Así que ahí estaba, mi cara una en el
mar de caras, viendo con ganas de reír a los señores y señoras cantando la
canción de sus amos. “Mala actitud” me reprendí.
Siguió la canción, duraba más de
lo que me acordaba. “ok” dije empezando a sentirme incómodo, era el único que parecía
notar que llevaban cantando exagerada cantidad de tiempo. Nervioso, paseé la
mirada hasta que la detuve en un tipo alto y gordo que cantaba con mucho
sentimiento. “madre de dios” susurré al ver las lágrimas bajando por su cara y,
desconcertado, pise la temida mina de “qué estoy haciendo de mi vida” y se
hicieron pedazos las piernas de la voluntad que me mantenía ahí. “¡¡aaaaa!!”
gritaba por adentro, tratando con todas mis fuerzas de mantenerme inexpresivo, desesperándome
más y más y el himno seguía y yo me volvía loco. No podía más y la canción no
acababa hasta que lo hizo de repente. Un segundo más y hubiera ido a la ventana
más cercana para tirarme por ella. No podía, no podía seguir kafkeando, nada
más no, me dije el resto de la conferencia.
Acabó el día y yo tenía el ánimo
en la basura. Como todas las tardes, me subí detrás de Normita en su moto, me
agarré y recorrimos la ciudad. Llegamos
a nuestro complejo habitacional. “Hasta mañana” me dijo Normita sonriente como siempre, yo me quedé parado viéndola con ganas de decirle “no, Normita,
no más, Normita, mañana no, por favor” pero “hasta mañana” fue todo lo que
respondí tratando muy mal de sonreír, avergonzado de mí mismo, sabiendo que el
kafkeo no acabaría pronto, tal vez nunca, había que hacer las paces. Subí a mi
departamento. Me senté al escritorio y, con la tristeza pasando, trabajé en mis
comics.
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