Friday, March 17, 2017

María Luisa

74

María Luisa agarró de un lado de su cama, de la alfombra morada, una botella de vodka y se tomó la mitad, su manera de saludar al mundo que odiaba y que la odiaba. Después del trago se echó otro rato a sentir el vodka hacer lo suyo y al duro sol del mediodía escabullirse entre las cortinas mal cerradas a quemar su piel todavía tersa por una vida de despreocupación y dormir mucho. Dolores Trinidad, la sirvienta, entró en silencio para ayudar a parar, llevar al baño y encuerar a su patrona de uno cincuenta de altura, ni gorda ni flaca, con cachetitos primorosos, ojos grandes castaños, corte de pelo caro que aparecía de repente de vez en cuando. Dolores Trinidad ponía bajo el agua tibia a María Luisa quien seguía dando tragos un poco más decentes a su botella, con los ojos cerrados no del todo despierta y Dolores Trinidad, con enjundia y dedicación, tallaba el cuerpo todavía firme de su señora. Acababa el baño y María Luisa era vestida con increíble ropa interior y llevada frente a su tocador, a ser untada de mil pomadas y cremas y ser maquillada ya con sólo un cuarto de la botella restante. Dolores Trinidad se alejaba para apreciar su trabajo, orgullosa, “bien hecho, Dolores Trinidad” se decía viendo a María Luisa quien termina el vodka con un último gran trago, éste terminaba de despertarla, lista para empezar su día.

Tambaleándose, con botella de vodka fino en bolsa de diseñador, con lentes oscuros en la cara y ropa elegante en el cuerpo, María Luisa subió al carro sin darle los buenos días a Joaquín, el chofer. Joaquín puso el coche en marcha y dieron vueltas por la ciudad, a María Luisa le gustaba tomar en movimiento, recorriendo las calles sin rumbo, escuchando pop de vanguardia curado por Joaquín quien ocupaba su tiempo investigando rigurosamente el género. De repente, a María Luisa se le ocurrió ir a tomar afuera de la oficina de su marido. Sin realmente saber por qué, libre de celos o cualquier otro tipo de inseguridad, la daba algo de risa y curiosidad la idea de espiar al hombre por quien nunca sintió nada. Allá fue y ahí se quedó, bajo el sol brillando, en la calle casi vacía, rodeada del silencio de martes a la una, sentada en el carro, bebiendo, con Joaquín entretenido en su teléfono. De repente, apareció el esposo, quien fue abordado por una nalgona. María Luisa los vio inexpresiva reconociendo el amorío y una mueca de desprecio fue gradualmente apareciendo en su cara al verlos besándose y manoseándose ahí en medio de la calle. María Luisa, invadida por la incomodidad de la infidelidad, pero más todavía, por el asco absoluto que le provocaban las muestras de afecto públicas, no supo qué hacer. Un segundo y por instinto le dio un manazo en el hombro a Joaquín, señal para moverse.

Dio vueltas, viendo por la ventana, bebiendo, reflexionando sin querer sobre todas las relaciones de su vida, la chispa del amorío de su marido había prendido la mecha de una tonelada de repaso; nadie la aguantaba y ella no aguantaba a nadie tampoco, así desde bebé, nunca había pertenecido, todo siempre le pareció una molestia, esto reflexionaba con creciente comezón existencial esparciéndose por su alma. Se le ocurrió cambiar, pero qué pereza, la humillación de todas esas veces que lo intentó regresó como un puñetazo a su orgullo; no sólo la gente, la vida en general la tenía cansada, no valía la pena y concluyó que lo mejor era decirle con permiso a la existencia. Manos a la obra y siguió bebiendo, pero ahora con furia, como corre un prófugo que nunca estuvo del todo a gusto en la cárcel, pasándome en mi camino al trabajo, parando sólo por gasolina, más vodka y pastillas subidoras para Joaquín. Así toda la semana, sin tregua, sin pausa, hasta que un día, durante una hora mágica, de pronto, por fin, todos sus órganos votaron unánimemente por fallar. María Luisa lo sintió todo, contemplando en movimiento la luz del sol filtrada entre las ramas de los árboles y las casas enormes y lujosas, sin dolor, sin miedo ni angustia, hasta cómoda, experimentó como se moría. Joaquín, en trance por no dormir 7 días y la mejor compilación de pop que haya existido jamás, se dio cuenta horas después, cuando por instinto, llegó a la casa de su patrona. Ahí encontró a María Luisa muerta, abrazando su botella, con una sonrisa tierna y conmovedora expresión, libre al fin de este cochino mundo. 

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