Sunday, November 07, 2010

tuve un sueño el otro día. andaba en bicicleta por las calles de mi niñez. se me hizo raro porque yo de niño no sabía andar en bicicleta, aprendí hasta mi tarde adolescencia. bajaba a toda velocidad por una calle vacía en una bicicleta sin frenos, pequeño detalle que nunca ocupó mi mente, lo que se me hizo extraño también, porque ahora en mi primera adultez no hay nada más indispensable que los frenos. un sentimiento absoluto de libertad recorrió mi cuerpo, con el aire de la velocidad cubriéndome, sintiéndolo en mi cara, con mis cabellos bailando, recordándome a mí mismo. desperté con el sentimiento todavía explotando dentro, abrí los ojos y me encontré pensándome como el yo del sueño. salté de la cama, me puse unos pantalones de pana, una playera de Rainer Werner Fassbinder, mis tenis con más historias que contar que la mayoría de las personas de 50 años y salí a la calle. el fuerte sol traído a mí por el cambio climatico, el gravitacional curso del planeta y la debilitada capa de ozono me cegó unos segundos. "dios mio" dije todo programado, atravesé el estacionamiento seguro de mí mismo, subí a mi maquina, el radio, como siempre, a todo volumen, y de las bocinas tronó un ritmo que se fusionó con el actual estado de mi alma y el espíritu se recargó al grado de creerme imparable. puse mi pie sobre el pedal y lo pise a fondo, con los ojos tan abiertos como es posible, con la playera empapada en baba y con el corazón latiendo tan duro que lo sentía como un puño contra mi pecho. allá fui, tenía que salir de la ciudad.

manejé por horas hasta que se me acabó la gasolina. estaba en un pequeño poblado llamado estroncio. abandoné mi carro y di un vistazo, un pueblo horrendo perdido en el desierto, con 4 edificios separados por la carretera. "así que aqui es donde debo vivir de ahora en adelante" le dije a un indigena que me olía la axila. "choc chu chap chap" me contestó el indigena. "genial" le contesté, confiando en que era un indigena cool y no se me había insinuado sexualmente. acomodé mi cabello, puse un cigarrillo en mi boca, le di fuego y entré a una tiendita color rosa. "buenas" le dije a la mujer horrible atrás del mostrador. "hola" dijo ella y me enseñó que no había dentista en el pueblo. "busco una pensión, mi amable señorita" y le regalé un guiño tan coqueto que algunos lo considerarían pecado. "una pensión, eh?" repitió la muy hija de la verga. "bueno, hay dos pensiones, mi estimado caballero" señaló a un montón de papitas de marca desconocida "en esa dirección está la pensión de la señora consuelo" y luego señaló una maquinita descompuesta y dijo "pa allá está la pensión del señor ortencio", "con que ortencio" dije, entrando en un trance. mi mente escapó de mi cuerpo y corrió por el tiempo hasta 5to de primaria. regresé a mis primeros años de colegio. otra vez sentado, viendo al profesor de matemáticas, ortencio contreras. me gritaba, escupiéndome en la cara, me decía que era un inútil y que mi vida sería un completo desperdicio, que debería acabar con todo de una vez y ahorrarle a mis padres dinero. yo, un pequeño niño de 11 años, lo miraba serio, pensando "pero qué hijo del pito tan mamalón". desperté del trance con niños cafés sacando cosas de mis bolsillos. "niño!" grité, alejándolos de mí como uno de campamento aleja a los mosquitos. para no volver a caer en trance similar opté por alojarme en la pensión de la señora consuelo. "muy amable" le dije a la horrible señorita, puse mis manos en sus mejillas y para mostrar mi gratitud la besé tiernamente, comunicandole lo mayor del sentimiento. salí de la tiendita y seguí a la carretera hasta una casa vieja, con un moño negro arriba de la puerta, en una pared, negligentemente pintando, se leía "PECIÓN DE LA CELLORA CONZUELO GUADALUPE ARTIAGA". toqué la puerta. en lo que esperaba a que abriera le pedí a la suerte, al destino y a la naturaleza que no todas las mujeres sean como la de la tienda, un sabor desconocido en extremo desagradable jodía a mis papilas gustativas, que una por lo menos sea linda y que haga a mis hijos hermosos y por consecuencia exitosos. la biología explotaba. "mierda" dije, volteando hacia mi pene, "no ahora". maldigo al creador, maldigo lo poco manipulable que es el cuerpo humano, me gustaría tener control sobre esas cosas. prender y apagar mi calentura a voluntad. una señora gorda semi-enana con un delantal y un tatuaje de un torero en el brazo, abrió la puerta. "en qué puedo ayudarlo?" me preguntó, deslumbrada porque mi cara estaba contraluz. "quiero un cuarto, respetable persona" le dije, más demandando que pidiendo. "50 peso" dijo ella, secándose el sudor de la frente con su delantal, "el día?" pregunté ingenuamente. "pendejo" noté que decía en el delantal de la señora, "no, el año" corrigió con ganas de reír. "50 peso el año?!" "así es, nadie viene por acá, yo sé que es caro, pero por favor, señor, yo soy una pobre anciana, casi una enana, qué quiere de mí?! bueno, le digo algo... déme 45 peso y listo, es lo más que puedo bajar... tenga piedad de mí... tenga piedad!" le señora me llenaba los pantalones de moco y baba. a mí la verdad se me hacía muy poco, pero la señora se había mostrado desesperada y ¿qué hace uno con alguien desesperado? uno toma ventaja. "le doy 25 peso" regateé, imaginando a un demonio poniendo un pequeño letrero con mi nombre en un pequeña habitación en el infierno. "25 peso? está bien, 25 peso, pero me los da ahorita mismo", me aburría así que decidí no regatear más, saqué mi billetera llena de dinero, tomé uno de 20 y quedé en pasarle los 5 luego, ella no tenía de otra y aceptó. "le muestro su cuarto, el cuarto más bonito de la pensión". recorrimos la casa. era una casa vieja, vacía, alguna vez tuvo estilo, pero ahora todo estaba lleno de polvo y descuidado. la decoración era sorprendentemente elegante y había retratos de gente blanca en las paredes. la señora consuelo explicó que ella fue la sirvienta de unos ricachones que querían alejarse de la ajetreada vida capitalina y habían buscado refugio en medio de la carretera. vivieron ahí unas semanas y después, sin decir nada, desaparecieron. llegamos a mi cuarto. no sé si era el más bonito, pero sin duda alguna era la mejor habitación en la que había estado en mi vida. muebles caros y todo de increíble gusto. "desayunamos a las 10, comemos a las 3", "de acuerdo" dije, admirando el cuarto. "aquí está la llave" y puso una enorme llave dorada en una mesita tan linda que tocaba un lugar especial de mi corazón. "muchas gracias" le dije, sonriendo. abrí la ventana y ante mí el aparentemente interminable desierto mexicano. "creo que puedo acostumbrarme a esto" declaré, dejándome caer sobre la cama. un segundo en ese comodo colchón diseñado por mentes extranjeras, ejemplo de lo que es capaz esta especie que aveces a uno lo hace dudar si evolucionamos del todo, pero gracias a estas pequeñas excepciones la certeza de que el humano es número uno vuelve violentamente y se instala hasta que alguien la expulsa con alguna pendejada, y me quedé dormido.

a la mañana siguiente comí un animal del que nunca había oído y tomé el café más sabroso que he probado. decidí conseguir un oficio y me dirigí a una vulcanizadora. el dueño era un viejo ciego que tenía 2 hijos, Guillermo, la clase de persona que nunca se esperaría encontrar en un lugar como ese, un intelectual que leía vorazmente y sabía todo lo que uno puede saber sobre toda clase de cosas, todos los años viajaba en su bicicleta a la biblioteca más cercana y robaba todos los libros que podía cargar, y Eduardo, el hombre más gracioso que haya conocido en mi vida, había perfeccionado el arte de la comedía y ahora tenía control absoluto sobre lo gracioso que era, con su súper poder curaba gente constipada. habían llegado a la cima de sus areas de interés por el perenne ocio que reinaba sus vidas. nadie se paraba por ahi y nunca habían vulcanizado nada. sin titubear me dieron el trabajo de ayudante y dejé que llenaran mi vida con sus talentos. Guillermo me dio "tropico de cancer" de henry miller. me sentaba todas las tardes en un tambo y leía hasta el acaso. por las noches escuchaba a Eduardo hacer su rutina de comedia, nunca había reído ni pensado tanto. mi vida excedía cualquier fantasía. lo único que faltaba era una mujer que me permitiera descargar en ella mi biología. una tarde, vestido con mi overol que decía en la espalda "vengo a arruinarte el escusado", fui con Guillermo y le pregunté si había más mujeres en el pueblo que la señora consuelo y la señorita horrible de la tiendita llamada Cristina, él leía como siempre, no apartó su vista del libro, extendió su brazo en mi dirección, con un dedo levantado, pidiendo un segundo. acabó de leer, puso el separador, cerró el libro y me vio. reconoció en mis ojos al animal que soy, suspiró y se preparó para soltar la terrible verdad. se levantó de la silla, me tomó de los brazos, podía ver en su gesto que la respuesta a mi pregunta era una que no me iba a gustar y era esa clase de respuesta que es una patada en los testículos, metaforicamente hablando. "no, no hay más mujeres en este pueblo" contestó. "y ahora? y ustedes?" pregunté algo confundido "hemos decidido dejarnos desaparecer, no queremos mudarnos, nos encanta vivir aqui y no llegan más mujeres", "pero..." buscaba con todas mis fuerzas algo que decir, algo que contestar, pero quien toma la decisión de desaparecer seguro sabe lo que hace y por su cara deducía que este problema le había robado mucho sueño. me di la vuelta y me fui, él me siguió con la mirada, escupiendo tristeza por los ojos. esa noche en la pensión pense al respecto. pense toda la noche, pero no encontré solución alguna. me rendí, reconociendo que si la persona más cultivada del mundo no halló respuesta, para mí, un tipo como cualquiera, sería ridículo seguir intentando. tenía una decisión que tomar. salir del pueblo en busca de alguna o quedarme ahi, donde me sentía tan a gusto que la matriz de mi madre parecía un lugar sin sillas lleno de gente que huele feo. "ok" me dije, llenándome de coraje, había llegado a una conclusión, iba a olvidar mi deseo dorado de tener hijos hermosos e iba a ir tras el monstruo de la tienda conocido como Cristina.

a la tarde siguiente fui a la tiendita del pueblo e invité a Cristina a salir, ella me contestó que era lesbiana y que de todas maneras yo no era su tipo. "lesbiana?" repetí, viendo como con una escoba ahuyentaba a los niños cafés que lamían las paredes de la tienda. salí de la tienda y fui a trabajar. esa tarde acabé tropico de cancer, al leer la última palabra toda la libertad almacenada en el corazón de henry miller fue transferida al mio y reconocí que era la persona más libre que hay. "a la mierda" le dije al mundo y me senté en el tambo a contemplar la puesta del sol.

El estroncio es un elemento químico de la tabla periódica cuyo símbolo es Sr y su número atómico es 38.

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Gracias.
Este es MUY bueno.

12:44 AM  

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