Friday, April 05, 2019

El Fin del Vocabulario

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A Mariano se le acabaron las palabras. Iba a hablar, pero no podía, no sabía qué decir. Por primera vez en su vida no sabía cómo empezar, no tenía teoría para esa práctica tan salvaje. Novedoso y terrible asunto. Mariano estaba en un terremoto o en un pasillo sin fin o en las profundidades del mar bajo un millón de atmósferas, no sabía. La desesperación empezaba por una cosa y casi al mismo tiempo, encimada, ya empezaba por otra. La pobre mente de Mariano se veía más que superada. Ahí nos vemos, le decía todo lo que conocía, era un territorio nuevo y aterrador. “Pero, este, madre, cristo, ok” trataba de susurrar como ese primer golpe especial que empezaba el combo, pero nada pasaba. Era una máquina descompuesta, un pedazo de chatarra inservible, cero, nada. Los mantras que siempre le funcionaban, estaban en la basura. No tenía nada qué decir. No se le ocurrían las palabras que explicaran lo que le pasaba, por primera vez estaba libre de ocurrencias y se sentía como si flotara en el espacio y se le estuviera acabando el aire. Cosas que nunca le habían pasando y para las que no estaba listo. Buscaba, repasaba, volvía a buscar, pero no había nada en su cabeza lo suficientemente apto para describir lo que ocurría, para anunciar el evento, para pedir ayuda, estaba en otra dimensión, una especialmente horrenda. Su mente parecía se había ido por un portal y mientras trataba de asimilar y de entender lo que sucedía a su alrededor, la idea del él mismo colapsaba, se desmoronaban los soportes de la autoestima mientras caía todo lo demás. La expresión imposible. Estaba trabado; mandaba el comando, pero la ventana que paraba los programas no aparecía. Sólo parálisis, sólo confusión. Había dejado de funcionar, él siempre tan listo, tan certero y ahora, nada, cero, pura débil exhalación le salía de la boca. Las pupilas se movían enloquecidas, el corazón latía tanto que parecía iba a explotar, la sangre recorría el cuerpo tan rápido que el chorro que estaba en los pies, un segundo después, ya le coloreaba los ojos. Estaba como bajo un hechizo de un mago particularmente sádico, influencias satánicas, sucesos diabólicos. “Riete, llora, haz algo” pensaba una milésima de segundo, esos diminutos pensamientos eran las chispas del intento de prender un encendedor durante un torbellino en absoluta oscuridad; el vacío reinaba. La falta total de ocurrencias, primera vez en la vida. No había palabras, no había ideas, sólo carencia mental. Mariano no tenía nada qué decir. Era el fin del vocabulario.

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