Tuesday, August 16, 2011

chicas feas

sin nada a que apostarle, apenas manteniéndome a flote, aferrado a la poca pequeña buena suerte que tuve una vez, sin logros, sin nada por que vivir, puros antojos, nada de metas o sueños, estaba tirado en mi cama viendo mi sucio y una vez blanco techo. "cómo se ensució el techo?" me pregunté pasajeramente. una corrosiva amargura pudría mi corazón. "cristo" dije hereje, pero con antojo de ironía. respiré el fétido olor que reinaba. me acordé que faltaba mucho para la muerte, es más, la juventud aplicaba todavía. maldije y se me trabó el cerebro. mi cabeza se reinició y "esta no es vida" le dije a un pequeño insecto que paseaba por mi pared, "debo hacer algo" le dije a aquel despreocupado bicho. me puse mis tenis, mi chamarra y salí al mundo, a ver que pasaba.

la calle estaba vacía, no tenía idea de que hora era, debía ser temprano. estaba nublado y las calles mojadas, me daba cuenta que había llovido hace poco. "hacer algo" repetía, maniático, en mi cabeza, dándome ánimos para mantenerme activo. por reflejo entré al bar de mi colonia. ahí, como todos los días, estaba el viejo Ruperto entre mesas vacías, sentado solo, con una botella sin etiqueta y un vaso de vidrio pequeño. me senté con él. el camarero me trajo un vaso. "viejo Ruperto" le dije, sentí debía hablar, nunca he sido bueno quedándome callado. "cómo va todo?" que pregunta tan tonta. todo quien conoce al anciano alcohólico sabe que todo no va de ninguna manera. el viejo Ruperto era un veterano de guerra y en su sucio cuarto, entre botellas vacías de licor y fotos de negras desnudas, tiene un reconocimiento del ejército por haber matado a más personas que nadie en la guerra. había matado alrededor de 100. esto no es tan importante como uno pensaría de regreso en el mundo de los centros comerciales y supermercados y la comida rápida y etc. a nadie le importa cuantas personas mataste en la guerra, es poca cosa para uno que no ha tenido un rifle en las manos, que no ha tenido que andarse cuidando a cada paso que da. después de mandar a muchos al infierno y acostumbrarse a la incomodidad de andar yendo de aquí a allá con la muerte acechando como yo acecho a las niñas fresas, el viejo Ruperto fue incapaz de acoplarse de regreso al mundo del aturdimiento cómodo. yo me identificaba un poco con el viejo sólo por mi propia escasa capacidad de adaptación. los yo's cavernícolas no llegaron a ningún lado y por alguna broma macabra del destino se perpetuaron y no sé porque la naturaleza sigue produciendo mi clase, debimos de ser descontinuados desde antes del tiempo. en cambio, los viejo Ruperto's cavernícolas reinaban la prehistoria. mi compañero de tomado no decía nada, veía la mesa, "qué pasará por su cabeza?" me pregunté, rascando mi barbilla. sin dejar de verlo serví en mi vaso tantito licor transparente, me lo tomé e inmediatamente algo le pasó a mi cabeza. ignoré ese pequeño malestar en mi cerebro, le di poca importancia. pero segundo a segundo la realidad se fue distorsionando hasta que todo daba vueltas y ya viajaba rápidamente hacia una dimensión desconocida. "viejo Ruperto" dije, sorprendido y asustado, cuando caí en cuenta de que algo me pasaba, cayendo por la borda de la realidad, arrastrado al borde del mundo, siendo tragado por un remolino dimensional, alguien le había jalado al escusado de la conciencia. un parpadeo, el bar vació, otro parpadeo, un mundo de bestias extrañas devorándose entre ellas y colores y sonidos que nunca he visto ni escuchado. entre toda esa violencia, alcancé a ver al viejo Ruperto, todo distorsionado, sonreír, darle un trago a su vaso y desaparecer.

pasé por toda clase de mierda. vi cosas inimaginables. estuve a punto de morir incontables veces. de alguna manera fui transportado a un mundo violento y brutal lo que parecieron más de 10 años. 10 años entre criaturas horribles comiéndose entre ellas y tratando de comerme a mí. un mundo sin piedad ni misericordia. no podría decir como sobreviví, pero siempre logré llegar a la noche. dormí muy poco y cuando lograba dormir mis sueños eran peores que la realidad. un día, después de luchar sin descanso y ver al diablo a los ojos, respirar su aliento y joderme día a día, vencido, entre huesos, tripas y sangre, con el cuerpo y los nervios destrozados, regresé a la mesa del bar de mi colonia con la memoria hasta el tope de recuerdos que me perseguirán el resto de mi vida. nada había pasado. el viejo ruperto ya no estaba, pero en mi mesa había un grupo de jovencitas de la india con sus cejas muy pobladas y una fealdad natural de su raza, hablando, contentas y animadas, conmigo y entre ellas, de cosas que no podía entender. el bar ahora estaba lleno y buena música ponía a la gente a bailar. "que ha sido de mí?" me pregunté en automático. mi cerebro se tardó unos minutos en entender lo que pasaba. el dolor al que estaba acostumbrado fue desapareciendo y, por primera vez en mucho tiempo, me sentí a salvo. temblaba y lagrimas bajaban por mis cachetes. miré mis manos, me extrañó no verlas cubiertas de sangre, estaban temblando, limpias y afeminadas como hace mucho tiempo. al borde del colapso nervioso corrí al baño y me vi en el espejo. mi cara limpia y juvenil, mi piel tersa y llena de color. recordé las miles de noches que deseé regresar ahí donde ahora estaba, a ese punto en mi vida. me encerré en un retrete y lloré de la alegría. lloré por horas hasta que no me quedaron lágrimas y salí de regreso al bar. eché un vistazo y noté algo que no había notado. el bar estaba lleno de mujeres extrañamente feas. en algún punto de mi vida me hubiera quejado y largado de ahí, pero la alegría que sentía me puso a bailar. hablé con ellas, les conté lo que me había pasado, esperé burla, recibí comprensión. bailaron y tomaron conmigo. en sus feas caras no había ni una preocupación y mi aceptación era obvia. tuve que irme al infierno para darme cuenta de limbo, no tan malo, de donde venía. me dije a mí mismo, todavía con el doloroso recuerdo de la guerra constante, que nunca en mi vida me había sentido mejor, ahí, rodeado de chicas feas.

pizza party

lupita veía el cielo sentada en el marco de su ventana. una mancha enorme decoloraba la noche. el potente rayo de energía de un quásar a millones de años luz se dirigía a la tierra. llevaba muchas generaciones en esta dirección y en un mes las cosas, ya de por sí calurosas, se iban a poner insoportables. la familia de lupita, como muchas más, había decidido esperar hasta ese último mes para acabarlo todo. mucha gente se había adelantado al otro mundo, los ricos huyeron sin rumbo y nadie realmente los extrañaba. los antisociales y los tontos se rindieron a su desesperación y se consumieron a ellos mismos. hubo unos años de anarquía y luego todo regresó a la normalidad. en el tiempo de lupita no hacía frio y uno no se podía meter al mar porque el agua estaba muy caliente. tenía mucho tiempo de que se había muerto la última persona que se acordaba de los polos, todos vivían en la playa y el cielo sería irreconocible para alguien del pasado. el rayo del quásar lo había cambiado todo.

apesar de cualquier cosa, la vida de lupita era pura felicidad. ella era una niña como las demás. su niñez estaba llena de recuerdos gratos y su primera adolescencia iba de maravilla. tenía muchas amiguitas y, como había sido educada, aceptaba su muerte como cualquier anciano sabio acepta la suya. las cartas repartidas del destino eran jugadas como mejor se podía. ahora le quedaba un mes de vida, en un mes sería no más. cubierta de sudor miraba el cielo. con shorts blancos, chanclas azules y una camiseta rosa con un cerdito en ella. lo único que le daba un poco de tristeza era separarse de sus amigas, a las que quería mucho. no había nada que pudiera hacer, pero aún así su joven corazón mandaba una orden imposible. suspiró llena de resignación e iba a jugar nintendo cuando una idea genial se formó en su mente. una sonrisa se dibujó en su lindo y dulce rostro moreno. corrió a su telefono y llamó a sus amigas. era hora de una pizza party.