Monday, April 10, 2017

Pandilla En Bicicleta

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Mi primo Carmelo y yo, tomando caguamas, fumando marihuana, escuchando rock n roll, en la casa de nuestra abuela inválida, nos dijimos que la vida debía ser más que eso y decidimos formar una pandilla, una pandilla en bicicleta.

Congregamos a los muchachos de la colonia, les dijimos “amigos, es hora de echar desmadre, pero del duro, del antisocial, ¿ven?”. Fermín, Pascual, Vicente, Arturo, Mariano y Samuel estuvieron de acuerdo. Nos encontramos un lunes en la mañana y allá fuimos.

Íbamos por la calle en nuestras bicicletas hechas por nosotros mismos atacando gente de saco con cara de sueño, los hacíamos sentir el verdadero significado del lunes. Llegábamos a toda velocidad, saltábamos sobre ellos y les propinábamos cruel golpiza.

Un lunes, a Carmelo lo agarró la policía. Le dijeron “ahora sí, lesiones agravadas, crimen organizado,  etc, te vas a la cárcel”. De inmediato, corrimos a la colonia, por Cristino el abogado, quien, no más por joder al sistema que despreciaba, ayudaba a los muchachos en problemas.

Cristino sacó a Carmelo. Lo agarraron a las 10 am y para la hora de la comida ya estábamos de regreso en la casa de la abuela diciéndonos que mejor nos dedicáramos a un desmadre más inocente. Modificamos la pandilla, ahora sólo bicicletas, no más actos antisociales.

Al principio no me di cuenta, pero Carmelo había cambiado. En el ministerio público conoció a una secretaria y fue tocado por el amor. La secretaria se llamaba Wendy y era una mujer seria que buscaba compromiso. Carmelo se dio cuenta que no podía ser miembro de la pandilla.

Carmelo me golpeó con las noticias. “No puedo estar más en la pandilla” anunció con los ojos como bazucas de sentimiento. Nos sentamos tristes y en silencio en el sillón azul, viejo y desgastado de la abuela, era el fin de una era. No me dijo, pero yo sabía porque nos dejaba.

En una borrachera, se me ocurrió prenderle fuego a la casa de Wendy (quien también vivía en el complejo habitacional) y así liberar a Carmelo. Ya regresaba muy decidido de la gasolinera, cuando algo me hizo cambiar de opinión; por la ventana vi a Wendy y Carmelo abrazarse tiernamente.

Los muchachos y yo seguimos pasándola bien, resignados, en el verano infinito de una vida despreocupada. La única tristeza era cuando pasábamos frente al edificio de Wendy y veíamos a Carmelo en la ventana. Nos saludaba con una mueca triste y luego desaparecía.

Mucho tiempo después, el día de mi cumpleaños, con unas nenas y galones de cerveza, la fiesta corría fuera de control, cantábamos las canciones de la adolescencia, eran las cinco de la tarde y ya reinaba la nostalgia. De repente, sonó el timbre. Era Carmelo, Wendy lo había dejado.

Sacamos la cerveza fina para celebrar el regreso de Carmelo. Nos contó el porqué de la ruptura; Wendy se daba cuenta que Carmelo pertenecía a la calle y que se moría si no podía estar con su pandilla. Tomamos en honor a Wendy, dándole besos de vez en cuando a Carmelo.

Salimos a andar en bicicleta, sólo Carmelo y yo. Reíamos al acordarnos de todo lo pasado.  De regreso al departamento de la abuela, pasamos frente al edificio de Wendy. Me detuve un segundo, vi la ventana vacía e incliné la cabeza mostrando respeto.