Friday, October 27, 2017

Horizonte de Eventos

83

Un foco parpadeaba rojo. La alarma tenía mucho de haber sido callada. Silenciosas notas salían de una guitarra acústica en las manos del capitán Gabrosh, en el puente de mando, echado en su silla, con los pies en el tablero de control, rodeado de monitores con “MUERTE, DESTRUCCIÓN” funestamente informando. La nave en la que iba era jalada al horizonte de eventos de un hoyo negro y dentro de poco, si el capitán no hacía algo al respecto, caería en él y sería aplastado por la gravedad.
El capitán Gabrosh llevaba una vida tomando las malas decisiones que lo llevaban al hoyo negro y era hora de tomar una última. Podía no hacer nada y morir una muerte horrible o teletransportarse de regreso a su planeta y sufrir el ridículo y la burla de todo quien conocía. Decisión dura en verdad. Así, miraba sin parpadear, rechinando los dientes, tocando apenas su guitarra, plenamente consciente de que se le acababa el tiempo, al foco parpadeando. Pero qué hacer, se preguntaba el capitán,  su falta de juicio, su pobre criterio, su sobreestimación y a la vez subestimación de sí mismo lo habían llevado a su destino oscuro y ahora tenía que tomar una decisión.
Corrían los segundos y, en trance, Gabrosh se preguntaba sobre el límite de la cobardía; qué tan cobarde podía ser, la muerte o lidiar con las consecuencias, muerte o consecuencias se decía tocando hábilmente su guitarra y el cerebro se descomponía y se reiniciaba en forma de reclamo, por qué no siguió el programa, por qué no le hizo caso a la computadora, pudo haberse quedado sentado, cruzado de brazos y dejar que la nave lo llevara sola a su destino, pero no, tuvo que atreverse, se dijo a él mismo que tenía la capacidad de tomar control de la nave y ahora se daba cuenta de que no, de que nunca tuvo una oportunidad y era hora de enfrentar las consecuencias y esa palabra “consecuencias” sonaba estruendosamente en su cabeza, lo aplastaba más que la gravedad.
De pronto, notó que su vista viraba poco a poco hacia el botón en forma de hongo en una caja de plástico trasparente en el extremo del tablero de control y Grabrosh se mordió el labio, tentado y se acercó lentamente, sin apartar la vista, seducido por el rescate, pero antes de considerarlo seriamente, se escuchó la carcajada de sus compañeros capitanes, la gente sabría que es un farsante, Gabrosh vería todos los días su fracaso repetirse en los ojos de absolutamente todos sus conocidos y cómo vivir así y otra vez, explotaba en una nube de fuego LA DUDA  y las llamas de la explosión lo hacían gritar y se agarraba la cara y caía al suelo a retorcerse, la duda, la duda, la duda.
Gabrosh iba de aquí a allá mordiéndose la uña del dedo gordo, víctima miserable de su indecisión. Pudo seguir así toda la vida, pero “10 segundos para la destrucción” le dijo la computadora que parecía, aunque imposible, adoptar un tono burlón y sonó una alama furiosa y el cuarto aparecía y desaparecía. Gabrosh corrió, puso las palmas sobre el tablero para confirmar las malas noticias y supo: Ahora o nunca. Todo estaba perdido. El horizonte de eventos se avecinaba, una vez adentro no habría escape, sólo muerte y destrucción y Gabrosh, agarrándose el cabello de la desesperación, veía con súper horror, por la ventana del puente, al hoyo negro acercándose. La realidad de su situación le dio una cachetada y 5… 4… 3… y el capitán se vio de repente en una camilla, aturdido, empapado de sudor, siendo llevado a algún lado. Los límites de la cobardía.
“Animal” le dijo el general McAndrews viendo con desprecio al capitán Gabrosh quien recibía parado muy derecho, rojo de la pena, con las venas en la cara marcadas, el abuso.  “Estúpido” le dijo el general y se le quedó viendo pensando en insultos, pero ya le había dicho todos los que sabía, así que señaló la puerta “fuera, basura”. Gabrosh, cabizbajo, recorrió los pasillos de las oficinas de la conquista interestelar, con gente viéndolo apuntado riéndose de él. Había sido remitido a una oficina a pasar el resto de su carrera, otros 30 años, rodeado de otros inútiles que por alguna razón, por lo menos por el momento, se sentían mejor que él. El una vez capitán con muchísima promesa, ahí se quedaría, a sufrir deshonra, a añorar el horizonte de eventos, atrás de un escritorio y vio su gafete y leyó “idiota”.

Thursday, October 19, 2017

Kafkeando

82

Estaba sentando en mi cubículo, haciendo absolutamente nada. Veía el techo, con las manos en la barriga, pasaba el tiempo, tranquilo, esperaba a que se acabara el día. Apareció de repente la mitad superior de la cara de Normita, mi vecina de cubículo “nos quieren en el auditorio” me dijo con bondad descomunal en el tono y en los ojos. Normita era verdaderamente especial y quizá en otro lugar y tiempo pudo haber sido santa o algo. En fin. Me paré con pereza y fui despreocupado.
Para cuando llegué, el enorme auditorio estaba lleno. La gente hacia ruido, se saludaba contenta, se daban besos en sus cachetes, platicaban genuinamente alegres, sintiendo indiscutible victoria, “lo logramos, estamos a salvo” decían como gente en bote salvavidas yendo a toda velocidad hacia la costa. Pero yo no, yo kafkeaba y por eso no me sentía tan a gusto como ellos. A la distancia encontré a los que les hablaba: Pedro Luis, Mariana Francisca, Mendoza Gutiérrez y por supuesto Normita. Me habían guardado un asiento. Eran lindos. Me hubiera gustado que entre nosotros existiera verdadera amistad pero sólo teníamos en común la especie. Fui y me senté.
A mi izquierda, Mariana Francisca, de inmediato, porque yo era el único que no acaparaba la conversación, cada vez me daban menos ganas de hablar, me empezó a contar y a enseñar fotos de sus novios. “Éste me trata bien, pero no tiene dinero” “éste es posesivo como el diablo, pero tiene departamento en Acapulco” “éste coge rico pero es racista”. “Hmm” yo contestaba sin nada que opinar, agitando sobre mi cabeza un látigo, haciéndolo tronar, domando la amargura. Yo no tenía nada que contribuir por una vida terca llena de cosas que no le importan a nadie y la oh profunda infinita soledad de alejarse y alienarse demasiado o eso me decía. Lo que sea.
Llegó el patrón, todos se callaron y pararon. Fue al micrófono el pequeño señor calvo y panzón y  dijo “a ver, ahora sí, todos a cantar” y de las bocinas en las paredes a los lados empezó a sonar “uiiii uiiiii uiiii” y todos, absolutamente todos, empezaron a cantar el himno de la corporación. Yo no cantaba aunque me sabía letra, para entrar tenías que cantar en la última entrevista y yo lo hice y juré nunca más. Así que ahí estaba, mi cara una en el mar de caras, viendo con ganas de reír a los señores y señoras cantando la canción de sus amos. “Mala actitud” me reprendí.
Siguió la canción, duraba más de lo que me acordaba. “ok” dije empezando a sentirme incómodo, era el único que parecía notar que llevaban cantando exagerada cantidad de tiempo. Nervioso, paseé la mirada hasta que la detuve en un tipo alto y gordo que cantaba con mucho sentimiento. “madre de dios” susurré al ver las lágrimas bajando por su cara y, desconcertado, pise la temida mina de “qué estoy haciendo de mi vida” y se hicieron pedazos las piernas de la voluntad que me mantenía ahí. “¡¡aaaaa!!” gritaba por adentro, tratando con todas mis fuerzas de mantenerme inexpresivo, desesperándome más y más y el himno seguía y yo me volvía loco. No podía más y la canción no acababa hasta que lo hizo de repente. Un segundo más y hubiera ido a la ventana más cercana para tirarme por ella. No podía, no podía seguir kafkeando, nada más no, me dije el resto de la conferencia.
Acabó el día y yo tenía el ánimo en la basura. Como todas las tardes, me subí detrás de Normita en su moto, me agarré y recorrimos la ciudad. Llegamos a nuestro complejo habitacional. “Hasta mañana” me dijo Normita sonriente como siempre, yo me quedé parado viéndola con ganas de decirle “no, Normita, no más, Normita, mañana no, por favor” pero “hasta mañana” fue todo lo que respondí tratando muy mal de sonreír, avergonzado de mí mismo, sabiendo que el kafkeo no acabaría pronto, tal vez nunca, había que hacer las paces. Subí a mi departamento. Me senté al escritorio y, con la tristeza pasando, trabajé en mis comics.