Horizonte de Eventos
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Un foco parpadeaba rojo. La
alarma tenía mucho de haber sido callada. Silenciosas notas salían de una
guitarra acústica en las manos del capitán Gabrosh, en el puente de mando, echado
en su silla, con los pies en el tablero de control, rodeado de monitores con
“MUERTE, DESTRUCCIÓN” funestamente informando. La nave en la que iba era jalada
al horizonte de eventos de un hoyo negro y dentro de poco, si el capitán no
hacía algo al respecto, caería en él y sería aplastado por la gravedad.
El capitán Gabrosh llevaba una
vida tomando las malas decisiones que lo llevaban al hoyo negro y era hora de tomar una última. Podía no hacer nada y morir una muerte horrible o
teletransportarse de regreso a su planeta y sufrir el ridículo y la burla de
todo quien conocía. Decisión dura en verdad. Así, miraba sin parpadear,
rechinando los dientes, tocando apenas su guitarra, plenamente consciente de
que se le acababa el tiempo, al foco parpadeando. Pero qué hacer, se preguntaba
el capitán, su falta de juicio, su pobre
criterio, su sobreestimación y a la vez
subestimación de sí mismo lo habían llevado a su destino oscuro y ahora tenía que
tomar una decisión.
Corrían los segundos y, en trance,
Gabrosh se preguntaba sobre el límite de la cobardía; qué tan cobarde podía
ser, la muerte o lidiar con las consecuencias, muerte o consecuencias se decía
tocando hábilmente su guitarra y el cerebro se descomponía y se reiniciaba en
forma de reclamo, por qué no siguió el programa, por qué no le hizo caso a la
computadora, pudo haberse quedado sentado, cruzado de brazos y dejar que la
nave lo llevara sola a su destino, pero no, tuvo que atreverse, se dijo a él
mismo que tenía la capacidad de tomar control de la nave y ahora se daba cuenta
de que no, de que nunca tuvo una oportunidad y era hora de enfrentar las
consecuencias y esa palabra “consecuencias” sonaba estruendosamente en su
cabeza, lo aplastaba más que la gravedad.
De pronto, notó que su vista
viraba poco a poco hacia el botón en forma de hongo en una caja de plástico
trasparente en el extremo del tablero de control y Grabrosh se mordió el labio,
tentado y se acercó lentamente, sin apartar la vista, seducido por el rescate,
pero antes de considerarlo seriamente, se escuchó la carcajada de sus
compañeros capitanes, la gente sabría que es un farsante, Gabrosh vería todos
los días su fracaso repetirse en los ojos de absolutamente todos sus conocidos y
cómo vivir así y otra vez, explotaba en una nube de fuego LA DUDA y las llamas de la explosión lo hacían gritar
y se agarraba la cara y caía al suelo a retorcerse, la duda, la duda, la duda.
Gabrosh iba de aquí a allá
mordiéndose la uña del dedo gordo, víctima miserable de su indecisión. Pudo
seguir así toda la vida, pero “10 segundos para la destrucción” le dijo la
computadora que parecía, aunque imposible, adoptar un tono burlón y sonó una alama
furiosa y el cuarto aparecía y desaparecía. Gabrosh corrió, puso las palmas
sobre el tablero para confirmar las malas noticias y supo: Ahora o nunca. Todo
estaba perdido. El horizonte de eventos se avecinaba, una vez adentro no habría
escape, sólo muerte y destrucción y Gabrosh, agarrándose el cabello de la
desesperación, veía con súper horror, por la ventana del puente, al hoyo negro
acercándose. La realidad de su situación le dio una cachetada y 5… 4… 3… y el
capitán se vio de repente en una camilla, aturdido, empapado de sudor, siendo
llevado a algún lado. Los límites de la cobardía.
“Animal” le dijo el general
McAndrews viendo con desprecio al capitán Gabrosh quien recibía parado muy
derecho, rojo de la pena, con las venas en la cara marcadas, el abuso. “Estúpido” le dijo el general y se le quedó
viendo pensando en insultos, pero ya le había dicho todos los que sabía, así
que señaló la puerta “fuera, basura”. Gabrosh, cabizbajo, recorrió los pasillos
de las oficinas de la conquista interestelar, con gente viéndolo apuntado riéndose
de él. Había sido remitido a una oficina a pasar el resto de su carrera, otros
30 años, rodeado de otros inútiles que por alguna razón, por lo menos por el
momento, se sentían mejor que él. El una vez capitán con muchísima promesa, ahí
se quedaría, a sufrir deshonra, a añorar el horizonte de eventos, atrás de un
escritorio y vio su gafete y leyó “idiota”.