Monday, July 15, 2013

corre y grita

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Eramos perseguidos por hombres con bokkens (espadas de madera). corríamos como locos, corríamos más duro y más rápido de lo que hemos corrido en nuestra vida. el camino hacia abajo y hacia arriba en un monte perdido en bosque denso era nuestra pista. la adrenalina, el cansancio, el miedo y la desesperación se juntaban y la mezcla hacía explosión, un grito involuntario salía disparado, ese primer grito no era el que buscaban, hablaban de uno genuino. nos rompían mientras nos rompíamos a nosotros mismos un millón de veces y la recompensa estaba lejos, no se veía siquiera, podría no haber existido, hay que retrasarla, nos decían, mientras sentíamos el aire en la nuca, con la cabeza infectada por el temor y el dolor y la idea y la caída ante el recuerdo de golpes pasados, te volvías un conejito y regresaba como un halcón. corre y grita, corre y grita o recibe las consecuencias. si te alcanzaban recibías un golpe en la cabeza y quedabas en el suelo, sintiendo todo el dolor que merecías. corríamos como locos, pero nunca era suficiente y siempre nos alcanzaban. un carrito pasaba por los caídos y nos llevaban de regreso, a esperar al siguiente día.

6 semanas duraba el programa, pero parecía una vida entera. de lunes a sábado salíamos a correr, a ser perseguidos. los domingos nos sentábamos, en las mañanas, a meditar en un cuarto grande muy bien iluminado. un viejo japonés, el director del programa, murmuraba monótonamente lecciones, esparcía su filosofía, nos decía que era hora del cambio. revisábamos, a la vez, las amargas y irreparables equivocaciones de los días. esos pocos con suficiente atención escuchaban, otros pocos más, con la humildad necesaria, se dedicaban a aprender, la mayoría se desesperaba y se los tragaba el remolino de su personalidad viciosa. por las tardes, veíamos ciclos de películas programados por la hija gordita y linda del viejo asiático, películas de todas las épocas, ahí también el grupo se dividía. llegaba el lunes y volvía a comenzar, la vida en repetición, a correr y gritar, a sufrir y a sudar. SMELLY FOX se llamaba el programa. se llamaba así porque sólo teníamos unos shorts y una playera, al segundo día apestábamos a cadáveres bajo el sol poderoso del desierto. para limpiar la mierda de una vida, era importante apestar a cola o eso decía aquel viejo.

casi nadie terminaba el programa, en las paredes del pasillo a nuestro cuarto estabas los retratos de esos que lo lograban. rostros sucios y duros, liberados, en sus ojos una verdad desconocida, codiciada, eso por lo que estábamos ahí. esos con verdaderas ganas de mejora los admirábamos, imaginándonos, alimentando nuestro coraje con fantasía, fantasía superficial que no duraba nada. a la hora de correr y gritar todo desaparecía, el mundo se volvía dolor en las piernas, en los pulmones, en la nuca, todo el planeta se reducía a ese camino polvoriento, ese bosque a nuestro alrededor bien podría ser todo lo que existía. nuestros ojos se volvían escaparates de toda una vida de arrepentimiento y malas decisiones, éramos exorcizados sin saberlo, y nadie hubiera sospechado en esos momentos de angustia embrutecedora que estábamos en el tramite del progreso. no importaba que tan rápido corrieras, ellos siempre te alcanzaban, agitando locuazmente su bukken, gritando cada vez más cerca, ahí viene el dolor, ahí viene y no puedes hacer nada más que seguir corriendo hasta que sientes el suelo en la cara y vas de regreso en el carrito, a seguir perdiendo.

pasaron las semanas y quedamos, de diez, cuatro. eran los últimos días de la última semana y la esperanza estaba en serio peligro, no sabía si aguantaría otro golpe. un día, corría como todos los días, concentrado, tratando de ignorar los tres alaridos que se escucharon detrás de mí. recorría el trayecto, controlaba mi respiración, revisaba el estado de mis piernas. mi cuerpo, para entonces, era ya una maquina perfectamente balanceada, estaba en la mejor condición de mi vida, era tan ligero como el viento mismo. estaba a punto de sentir orgullo cuando me tocó el aire familiar del bokken, en ese momento me formateé. seguí corriendo con la mente en blanco, en automático, como un robot sin reconocimiento de sí mismo. quien sabe cuanto tiempo después regresé y noté el cambio. algo dentro de mí era diferente, tenía la cabeza limpia y el corazón regenerado. me sorprendí y me alegré por el descubrimiento, pero de inmediato regresó la concentración, he celebrado demasiado temprano demasiadas veces como para volverlo a permitir. y de la concentración absoluta, vino como vomito divino, de lo más profundo de mi pecho, algo nuevo, algo que nunca había sentido y, como un suspiro de alivio, el verdadero yo emergió, el capullo fue dejado atrás y la metamorfosis se completó. un grito salió disparado hacia el cielo, un grito armonizo, un grito de victoria, un grito de celebración, de placer, de satisfacción absoluta, un orgasmo en el alma. lo había logrado. dejé atrás a los hombres de los bokkens y seguí corriendo y gritando, con alegría sincera y refrescante, todo el camino de regreso.