Tuesday, December 08, 2015

Paella y Paranoia

58

I

Josefina, tierna y linda, se subió a su motocicleta y se fue a toda velocidad con lágrimas saliendo disparadas hacia atrás, hacia el pasado, hacia la nada.

era cocinera y le quedaba una paella, pero divina. como talentosa que era, no le costó encontrar trabajo en la cocina de un restaurante en una playa perdida en algún lado. playa que permanecía dormida hasta que era despertada por el ruido de las caravanas infinitas de turistas. mientras tanto, en los meses de silencio, en las mañanas de inspiración, josefina salía de su diminuto cuarto, se desperezaba y caminaba a la frontera entre la sombra y el sol, cerraba sus ojitos primorosos castaños y escuchaba las olas chocar, dejando entrar la brisa, invadida por el sentimiento. se quedaba ahí unos segundos hasta que abría los ojos ahora libres de sueño ahora llenos de determinación, tenía trabajo que hacer.

se ponía sus delantal, juntaba sus instrumentos e ingredientes, y se dedicaba enajenada a perfeccionar su receta para la mejor paella de la historia. cocinaba con mucho ahínco, con movimientos ágiles y expertos, con los dientes apretados, los ojos muy abiertos y la mente completa ocupada con la tarea. se corría la voz por los aldeanos de los fuegos artificiales de arroz, mariscos, vegetales, pollo y especias que ocurrían en la cocina y la gente se congregaba para verla trabajar; la maestra de la primaria llevaba a los niños cuando tocaba la lección sobre esfuerzo, técnica y sacrificio. después de unos minutos de arduo guiso, la genio en paella salía a fumar a la terraza la mejor marijuana de toda la región, era su manera de recordar los sueños.

josefina no se detenía ni dormida. en las noches, desparramada en su sorprendentemente cómodo catre, trabajaba en desenterrar un secreto más hacia la paella perfecta. pero el avance se quedaba en los sueños, desapareciendo al alba; el gallo gritaba y el progreso era perdido. por eso fumaba para recordar, fumaba hasta que, convertida en pequeña dulce chinita, brotaba de su inconsciente el descubrimiento onírico de la noche anterior. con toque tras toque esa nueva idea brotaba, anunciada con una sonrisa sutil de pasajero triunfo. escupía el porro que cachaba con la boca samuel, un muchacho que cantaba muy bonito acompañado por su sintetizador en el comedor del restaurante, y allá iba, de regreso a la cocina, empujando a los niños, a la maestra y a todo quien se pusiera en su camino.

II

la dueña del restaurante se llamaba martha; una señora grande, gorda, con cabello esponjado chino, que disfrutaba más de la cuenta del buen whiskey. la mayoría de los días uno la podía encontrar sentada en la quietud del comedor vacío de su restaurante, con un vaso en la mano, la vista húmeda clavada en el horizonte y la mente apuntada hacia afríca, había perdido a su marido francés en la revolución de Algeria, se había quedado atorada en el pasado y, para aguantar el dolor, se pasaba las tardes tomando. a doña martha normalmente le importaba poco su negocio; si no fuera por josefina y un montón de sudamericanos, el restaurante se hubiera venido abajo hace mucho.

había estos otros inusuales días en los que a doña martha se le ocurría revisar sus asuntos. éstos se anunciaban con el estruendo de vaso explotando contra pared y seguían con la ruidosa marcha borracha hacia la cocina. josefina y los sudamericanos lo llamaban la marea martha y, preparados, ejecutaban una coreografía muy ensañada. la llevaban, fingiendo un tour, paso a paso fuera de la cocina, de regreso al bar donde la dejaban distraída con la tele y el whiskey. la marea acababa con gritos en francés, señal para poner un colchón detrás de ella, y con el derrumbe final se marcaba como completa la pesadilla. un sudamericano tomaba el colchón y la arrastraba hacia una bodega donde ahí era dejada, entre latas de salsa y vegetales frescos, a dormir la borrachera. el equipo del restaurante suspiraba de alivio y seguían con su rutina ganadora, trabajando en sintonía envidiable hacia un futuro deslumbrante.

el tiempo galopaba furioso, ciego y raudo, perdido en la vorágine, con destino sin remedio hacia la infinita negrura del fin de todo. josefina estaba cada vez más cerca de la ambicionada perfección. había pasado casi toda una temporada baja desde que llegó al restaurante de doña martha y una tarde, cerca de periodo vacacional, daba los últimos toques a una paella muy parecida a lo que dictaban los sueños. acabó y la gente se congregó alrededor del caldero, todos con platos en mano, listos, ya llorando por la ricura, intercambiando ruidos de alegría. se repartió la paella, comieron, felicitando a josefina, quien ruborizada, hacia reverencias y daba las gracias con las palmas pegadas. y uno pensaría con el corazón hinchado de sólo los mejores sentimientos, que los tiempos de verbena durarían para siempre, pero no, el festín fue interrumpido por el sonido de un vaso haciéndose pedazos. todos en la cocina, con cara de espanto, voltearon hacia el comedor. una marea martha estaba por empezar, todos a sus puestos. llegó la señora martha, le enseñaron el bote de basura, le enseñaron la colección de estampitas de mauricio, le propusieron revisar el bar y, ansiosos por regresar al angelical platillo, se apuraron a dejar a la patrona en la barra. lo lograron en tiempo récord, se dieron cinco, entonado la canción de la victoria, y, sonrientes, regresaron a la cocina, sin darse cuenta de que, ahora con resistencia sobrehumana al alcohol, doña martha ponía atención a lo que pasaba en la tele; un maratón del programa sobre restaurantes al borde de la quiebra rescatados por un chef rudo, pero con corazón de oro.

horas de las lagrimas y gritos de tanto triste perdedor implantaron una idea en la cabeza trastornada de doña martha. enferma en paranoia, se dijo, mientras se servía y se tomaba de un trago su último whiskey, que no iba a permitir que la arruinaran, iba a hacer todo lo que estaba en su poder para salvar de la catástrofe imaginaria a la única cosa que le había dejado su finado marido. la idea paranoica brilló entre las tinieblas de la bebida y tomó control de la descontrolada mujer. doña martha, viniéndose abajo, desesperada, decidida a no olvidar, se le ocurrió mandar un mensaje a la mañana después. revolcándose en el colchón, rompió el vaso y, con un pedazo de vidrio, siendo arrastrada hacia la bodega, cortó una vena, un chorro de sangre voló por el aire y "no a la ruina" fue escrito con rojo carmesí en el bonito, pero ya viejo, vestido parisino. el sudamericano encargado del arrastre lo presenció todo sin saber qué hacer, absolutamente desconcertado, finalmente atribuyéndole el extraño acto a los misterios de la borrachera. la llevó a la bodega, la vendó y, sin darle mayor importancia a lo que acababa de pasar, se fue a jugar fútbol con sus compañeros sin patria. doña martha se quedó echada en la oscuridad húmeda de la bodega, cantando ruidosamente "naaaaaadaaaa maaaaaaas esoooooo sooooomooooos naaaaaaadaaaa maaaaaas" hasta que se quedó dormida.


III

doña martha desapareció y regresó de rehabilitación un mes después. un grupo de psicólogos muy capaces arrancaron de su alma las ganas de morir. llegó en forma, con dureza en el rostro y obsesionada enfermizamente con una idea. tiró sus maletas y fue directo a la cocina. el alcoholismo estaba curado, pero la paranoia corría desenfrenada por su mente. "oye tú" le dijo a Josefina quien agregaba un poco de azafrán para terminar su obra maestra. la ricura salió por la ventana, fue amplificada por la brisa y el aroma de aquella paella volvió locos a los perros y la gente de la aldea se quedó inmóvil con los ojos cerrados y la nariz hacia el cielo, oliendo, pero duro, pareciera que el lugar había caído bajo un hechizo. en la cocina, josefina, sonriente, se enderezó y volteó a ver a doña martha apenas reconociéndola, el viento movió cabello y vestidos, unos segundos en pausa. poco a poco, a josefina, al ver la antipatía en forma de su jefa, el gesto le fue cambiando hasta que su linda cara la declaraba absolutamente horrorizada. algo no andaba bien.

llegó el mes de junio y la aldea, como monstruo marítimo enfurecido en busca de venganza playera, despertó abruptamente con un escándalo ensordecedor del bajo potente del éxito del verano y los claxóns y los gritos de desesperados ansiosos de deleite, emocionados vacacionistas listos para pasarla bien. las calles y los hoteles reventaban, la playa y restaurantes se desbordaban. el ruido llegó hasta josefina y doña martha quienes seguían paradas, inmóviles, una como quien reconoce la eventual tragedia y vive un último segundo sin ella y la otra como boxeador un tanto lento que manda la orden al puño de un poco de knock out. doña martha, cegada en paranoia, efectuaba justicia, señalando a josefina como única responsable de su ruina. josefina, ya maldiciendo su suerte, sabía que los ratos de alegría habían encontrado su fin. la señora se acercó a la estufa, mirando con pequeñas calaveras en las pupilas, pasando su lengua por sus todavía sensuales labios y se quedó parada en silencio, viendo con mirada asesina a la inocente josefina.

"yo sé lo que estás haciendo" dijo doña marta con los dientes apretados, con ojos de demente, viendo como quien está a punto de culminar ansiada venganza, a la joven sin culpa alguna, víctima de desequilibrio mental ajeno. " uhh... cómo?" fue todo lo que pudo responder la muchacha genio de la paella antes de ser cacheteada sonoramente con "estás despedida, te quiero fuera... ahora!". doña martha acababa de firmar su sentencia de muerte, emprendía a toda velocidad el viaje hacia la desgracia, era su fin, la ruina que tanto quería evitar había sido puesta en movimiento por ella misma, metió la cabeza a la guillotina, la accionó sin pensar dos veces y ahora la navaja bajaba sin misericordia. "despedida?" repitió para entender la joven chef y el significado cayó como pared de ladrillos, enterrándola toda. "pero..." trató de argumentar josefina, pero ahí no había lugar para la razón. "fuera! mierda!" gritó doña martha agitándose locuazmente, señalando la salida. un torrente de ideas azotaron la mente de la artesana culinaria y, al final, sólo quedo la resignación. josefina, en el límite de la tristeza, salió de la cocina arrastrando los pies, con la vista clavada en el suelo, "hasta nunca" le dijo a su taller de magia y salió del restaurante chocando contra hambrientos de un poco de paella, incautos de lo que único que recibirían ahí es pura paranoia.

Josefina, tierna y linda, se subió a su motocicleta.