Friday, March 16, 2018

Mi Reporte Desde los Círculos del Infierno que de Cerca No Tienen Forma

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Mi reporte. La estoy pasando mal, obviamente. Estoy muy malvibrado gran parte del tiempo. Ya no me da risa y el escape pide mucho. Qué hacer, qué hacer más que aguantar y ver qué tan infernal se puede poner. Esperar a que la desesperación actúe, pero no voy a hacer nada, acá me voy a quedar, jodiéndome, pagando, aquí, sentando en esta piedra que me quema el culo, con el codo recargado en la rodilla y el cachete en la palma y ver, ver qué tan infernal se puede poner, me da curiosidad que sigue, las sorpresas infernales nunca acaban. Y el cómo, el por qué y el fantaseo de viajar al pasado, decirme “hermano, no sabes lo qué haces, échale ganas o te vas a ir al infierno”, pero la fantasía no dura, porque empieza el martirio y es mi culpa, me digo como parte de la tortura diaria, sintiéndome como un perro. Mierda. Debo admitir que antes daba algo de risa, pero ahora, que apenas empieza, que sigue empezando, como un puñetazo en la boca del estómago, me doy cuenta que esto no es nada, se va a poner peor, el fin está lejos y, juzgando por lo visto hasta ahorita, lo infernal no se detiene, incrementa, poco, gradual, pero sube siempre, no baja nunca,  los días se van poniendo un poco más horrendos, imposible acostumbrarse, no se puede adivinar que tanto se va a joder, como en una olla, incrementa el calor en este infierno. Pero hay esperanza, la salida está a lo lejos y si no me rindo, puedo salir, puede que aparezca otra oportunidad. Depende de mí, depende de mi esfuerzo y triunfar sobre mi naturaleza. Estoy tan desacostumbrado a esforzarme. Como sea, todavía falta mucho. Paciencia, paciencia, me digo, sudado, con los nervios de punta, aferrado a la piedra, horrorizado, siempre totalmente horrorizado.
Me entregué y ahora aquí estoy, sufriendo como me merezco por miles de razones, por mis vicios y mi personalidad defectuosa. Nadie tiene la culpa más que yo y yo debo sacarme de aquí, tengo que seguir caminando hasta allá, la salida. Allá voy. Pero es duro, como jode el instante, el segundo pesa demasiado porque ya no es chistoso. Ya no me da risa. Accionó el interruptor del sentido del humor, lo muevo con cuidado, de arriba hacia abajo, tratando de conservar la calma, viendo nervioso, a mí alrededor, siendo testigo de los espectáculos de horror que solo el infierno puede ofrecer. Vamos, ríete, ¿no todo es gracioso? Pero esto está demasiado pesado para reírse, cuanta violencia, esto me causa demasiada angustia y desesperación y no puedo reír. Busco en mi botiquín algo que calme este malestar, pero casi nada funciona, las cosas que antes me consolaban, ahora muchas han dejado de funcionar. Llora, tontuelo, me digo, llora y ríe y repasa tus errores y púdrete en arrepentimiento. Esa es mi vida por el momento, ese es mi infierno y va a continuar a menos de que corra un maratón y yo apenas puedo caminar. Tengo que romperme a mí mismo un millón de veces. Tengo que pensar las cosas bien, tengo tiempo, no hay prisa, nada urge. Por el momento, activo mi nihilismo, ve tú, le digo, ve y haz lo tuyo, le cedo el control que yo no puedo y así, día a día, semana a semana, se va la vida y me da cero tristeza. Esta vida infernal está para desperdiciarse, pero debo tener cuidado que todavía me queda mucha. Puede que salga un día, puede que lo logre otra vez, no hoy ni mañana, pero eventualmente, y necesito mantenerme no tan cínico ni tan amargado, necesito conservar mi alma. Al fin y al cabo, está infernal, pero no mucho por ahora. Suspiro. Suspiro y sigo hasta que acabe de una manera u otra. Esta es la vida de un idiota y este es mi reporte desde el infierno.

Thursday, March 08, 2018

Sangre y Vergüenza

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Maribel, con la cara en la tierra, agarrándose la panza, se retorcía del dolor. Anahí le había propinado una buena golpiza. Estaban las dos solas en el parque afuera de las murallas que rodeaban su barrio privado. Maribel seguía en el suelo cuando Anahí, viéndola con burla, escupió, se dio media vuelta y se fue con la falda y el suéter del colegio y el sedoso cabello castaño moviéndose en el aire. Maribel, después de recuperarse un poco, se quedó tendida bocarriba viendo a las nubes pasear en esa agradable tarde de agosto. Tenía golpes en la cara y raspones en las extremidades y el uniforme de su preparatoria sucio con manchas de todo tipo de suciedad. “Tengo que aprender a pelear” pensó con una mueca, cansada de ser una víctima, viendo una nube en forma de calavera. Cuando hizo frío, se paró y se fue cojeando a su casa.
El padre de Maribel estaba sentado perdido en el oscuridad de su estudio, escuchando música de su natal Brasil, escuchaba a bajo volumen el disco Brasilia Bajo Cero de la banda de punk Os Hidriotas. En la negrura del cuatro, ahí, en el infinidad de la nada, aparecía de repente, una pequeña flotante luz roja, el atormentado caballero fumaba un porro, con la esperanza de que la música más la droga curaran lo que no pueden. “Padre mío, padre querido” se escuchó desde la puerta que al abrirse iluminó de la cintura para abajo al hombre. “Sí, qué pasa” dijo el padre desde su escondite. “Necesito dinero…  dinero para krav maga”. El tipo con pasado que perseguía, una vez con tanta promesa pero ahora con todo en la basura, estiró la mano y de un cajón sacó una chequera. “¿Cuánto?” preguntó el de apenas cuarenta y cinco, invadido últimamente por pesadumbre, despertaba y la tenía ahí, viéndolo, amenazante, diciéndole “hoy es el día, hoy te jodes”, así los últimos días. “2000 peso” dijo Maribel casi susurrando, a la figura apenas visible. “dos mil pesos” repitió el padre y rápido escribió el cheque, lo arrancó y se lo dio a la de quince años. “Hora de la venganza” dijo Maribel viendo una gota de baba mojar el cheque que apretaban las pequeñas y lindas manos.
“¡Krav Maga!” gritaban los niños agarrándose a golpes. “¡krav!” y un puñetazo fue a toda velocidad hacia la cara de Maribel, “maga” y los nudillos hicieron contacto con el pómulo de la adolescente. Maribel cayó al suelo con los brazos extendidos, “no hay piedad en este mundo” se dijo poniéndose de pie. Llevaba seis meses en clases de autodefensa israelí y las golpizas eran cosa de todos los días, estaba acostumbrada y ahora podía ser golpeada sin misericordia un buen rato y ella ni se inmutaba. “Estoy lista” dijo de regreso en sus pies y le hizo un combo de krav maga’s a su compañero de combate Agustín. Los puños aterrizaban con eficacia en el delgado y débil cuerpo; un certero golpe en la frente, otro en el pecho justo entre los pezones, uno más en el costado y así hasta que el que era abusado por sus compañeros de preparatoria, cayó al suelo repasando en su cabeza las lecciones del maestro; “el dolor…“ decía el instructor antes y después de cada clase frente a un grupo de muchachos desfigurados, “el dolor está para disfrutarse” los niños asentían y le daban la bienvenida y rienda suelta a la violencia. Con todo ese entrenamiento, Maribel, parada cerca de los pies de Agustín, viéndolo seria, se limpió la sangre de los puños. “Es hora” dijo la solemne jovencita levantando la vista, volteando hacia la ventana que ocupaba toda una pared del salón de krav maga, sintiendo al sol acariciar su primorosa cara.
Anahí tenía del cabello a Kikita Fernández, la chaparrita más linda del colegio, la zarandeaba salvajemente. Kikita gritaba con todas sus fuerzas “¡ayyy! ¡ayyyy!" y agitaba los brazos, llorando, tratando sin suerte de liberarse, Anahí la tenía bien sujetada. De un segundo a otro, le dio un rodillazo en la incomparable barriguita, “eso te pasa por coquetearle al niño que me gusta” y tomó el brazo de Kikita y le dio una mordida que provocó otro sonoro chillido. “Hoy te mueres” le dijo Anahí agarrándola de la preciosa blusa, pegando su cara a la de su víctima, antes de aventarla con fuerza considerable. Kikita salió volando, cayó sobre sus tiernas rodillas y delicadas palmas y se quedó viendo el suelo. “Madre, este es el final” dijo la linda muchacha haciendo las paces con la muerte, desde chiquita le habían inculcado el camino del samurái y no le costaba aceptar morir. Y ya iba Anahí a acabar lo que había empezado cuando Maribel apareció al final del pasillo. “¡SANGRE Y VERGÜENZA!” gritó enloquecida. Desde ese día en el parque no podía estar con ella misma por la vergüenza de ser una víctima y todo ese tiempo ansió el momento de hacer sentir lo mismo a la malvada que le había inyectado sin ningún tipo de consideración ese corrosivo sentimiento en la mente y el corazón. Ahora, era tiempo de la venganza. Maribel, con cara de demente, sintió el poder cursar por sus venas, el cuerpo ya no le pertenecía, era propiedad del Krav Maga. “¿Sangre y vergüenza?” repitió confundida Anahí muy simple para entender idea tan compleja y, antes de que se diera cuenta, ya tenía encima a Maribel aterrizando golpe tras golpe en la cara de la brabucona número uno de toda la preparatoria Alphonso Maurcio. Y gritos se escuchaban por los pasillos vacíos, “¿la sientes? ¿eh? ¿puedes sentirla?” gritaba Maribel con cada puñetazo. En un punto, Kikita, recuperada y en necesidad de compensación, se unió y las dos la patearon algo salvaje, salpicándose de sangre, vueltas siluetas contra la puerta de vidrio que daba a un día particularmente soleado. Siguió la golpiza hasta que Maribel se cansó. Se dieron cinco, dejaron ahí tirado el bulto sin forma y fueron a la fuente de sodas a celebrar con dos malteadas enormes, cubiertas de salpicaduras de sangre, la restauración de la justicia y para olvidar de una vez por todas, la vergüenza.