Thursday, September 03, 2015

Besito Con Baba

56

estábamos nerviosos, hiperactivos, ansiosos, tomando preocupantes cantidades de café, diciendo cosas horribles, sentados en una mesa en una plaza vacía, era lunes o miércoles a las 11 de la mañana, la gente decente ya en sus oficinas, con el sol arriba brillando, pleno, y nosotros temblábamos, haciendo ruido, llevados por la cafeína y el desperfecto mental, Irma y yo, sin nada amable que decir, pero no callándonos ni un segundo, con ese clima que en cualquier otro inspiraría alegría, pero en nosotros no, en nuestras cabezas un mal que no nos permitía disfrutar y menos aún mirar al rededor y decir "¡pero qué feliz soy! ¡qué suerte tengo!", no,  nosotros sólo nos quejábamos de todo, yo menos que ella, yo más por seguir la corriente que en realidad sí experimentando seria amargura, yo sólo era el coro, era el acompañamiento, la segunda voz, la queja rítmica, ella era la principal, la líder en el disgusto, ella, la hija de hombre rico, educada por sirvientas, desconcertada por la brutal cantidad de opciones, no sabiendo lo que quería, perdida en terrible confusión y después de casi 30 años de no tener ni la menor dirección o trascendente interés, se dejaba caer hacia la nada y yo ahí jugando al psicólogo sabiendo que no estaba ni cerca del diagnosis verdadero, ¿la tocaron de chica? ¿vio algo horrible? o nada más era el producto de sádico experimento en malcriadez, quien sabe, me faltaban años de educación para empezar a imaginar la razón atrás de maldecir al ganar, yo, entretenido con mis teorías sobre la patología de lo que supongo uno podría llamar mi novia, me limitaba a verla sentada frente a mí, con cara de total amargura, con un cigarrillo en la mano, naturalmente guapa, sana como sólo la que es alimentada por alguien más es, elegante y casualmente vestida, una de un millón, extraordinariamente rara, pero no por sus ideas o sus modos o lo que sea, peculiar al extremo por ser peor que yo, por ser menos aguantada, la única persona más insoportable y yo lo disfrutaba todo, masoquista un tanto, morboso otro, sabiendo que un día ella maduraría y me dejaría, la fecha de caducidad me reconforta, y entre nosotros no había nada serio, cosa que me recordaba en cada encuentro, tarde o temprano se cansaría de hacer repelar a su madre y ser iría con un hombre de su clase, su familia ya había arreglado el matrimonio desde que se enteró que era mujer y así, en esa tarde, acariciado por el calor agradable y el viento amigable, ese tipo de pensamientos desfilaban a toda velocidad por mi mente alterada por café tras café patrocinado por el padre porque yo nunca pagaba nada y eso, como maldito infeliz que soy, era mi parte favorita del trato, desde hace mucho había dejado de intentar pagar, después de cierto número de batallas perdidas con miradas, me había rendido, y al llegar la cuenta sonreía desvergonzado, viendo a mi alrededor, contento, nervioso, hiperactivo, al borde del brote psicótico por el abuso de la cafeína y ahora siento que debo decir en mi defensa que no era como si yo fuera un abusivo pobretón pordiosero, no, yo era despreocupadamente clase media, libre desde la adolescencia de los males de mi clase, y para ese punto de mi vida hasta había alcanzado cierto éxito, nada más estaba contento por no pagar o no pagar con dinero, por lo menos, porque era generoso con el tiempo y con el alma, Irma disponía de mí como yo de ella, sonaba el teléfono y tenía que saltar de la cama a bañarme e ir con ella al mismo café, a sentarnos a fumar, tomar y quejarnos hasta que nuestros cerebros no podían más y después a mi casa a tener sexo flojo, sin sentimiento, como uno va al baño, así cada vez que el antojo le llegaba, así durante casi 10 años de conocernos, esperando la noticia de su matrimonio, como hombres de negocio que tienen que tratar el uno con el otro porque no tienen de otra, esperando lo inevitable, esperando ese último beso de despedida, encariñados en secreto por el tiempo en común y, a la vez, ya nos extrañábamos porque sabíamos con absoluta certeza que una vez que nos dejáramos, o más bien que me dejara, era el regreso a las arenas movedizas de la soledad y la oscuridad de tener que lidiar sin ayuda con nosotros mismos otra vez.

UNA DISCULPA POR LA TARDANZA