Monday, May 11, 2020

La Traición

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Ramiro pensaba que había terminado de orinar, pero no.

Un sábado en la noche, Ramiro estaba viendo videos cuando una sensación le llamó la atención. “cuándo fue la última vez que me tiré trago encima” pensó. Cinco segundos de duro proceso y concluyó que llevaba mucho sin bañarse de cerveza. Entonces… entonces… ¿qué era eso que sentía en el calzón?

Ramiro se miraba al espejo. Se cepillaba las cejas y se veía a los ojos. Hablaba con él mismo. Tenía mucho que decirse. Llevaba un rato tomándolo con calma, ejercitando tanto como podía la voluntad. O sea, nada de droga. Pero había caído, una chiquita lo había dejado y no le quedaba de otra más que sufrir. Y, quien sabe, sabe, que no se sufre igual sin un trago o diez y un bongazo o ciento mil cincuenta. Ramiro sabía y allá iba. A untarse la pomada, a mirar al cielo y gritar como animal y hacer el ridículo porque el ardor del rechazo hacía mucho más sentido en la mañana después. Allá iba. A olvidar, a seguir adelante. No pasaba nada. Apagaba las luces y se deslizaba hacia la mañana después. Buenas noches, Ramiro, hasta mañana.

El reclinable y él eran uno mismo. ¿Qué día era? Qué importaba. ¿Cómo había llegado ahí? Quien sabe. Pero más importante aún: ¿qué era ese olor? No era sólo la repentina humedad. Había algo en el aire, algo familiar. Donde había olido eso. “Un baño” sonó desde lo más decente de su alma. “¿Un baño?” repitió Ramiro poniendo cara de idiota. Un nuevo misterio que resolver, uno que no tomó ni dos minutos, tampoco era tan tonto. Se llenó de desesperación. Se daba cuenta de lo que estaba pasando. Ramiro estaba todo meado.

No se puede vivir así. Tenía que hacer algo, pero ¿qué? A lo mejor controlar mejor el esfínter, para la próxima, se dijo a sí mismo, lo juró, no más orina en mi trusa, pero tampoco era como si lo hiciera a propósito. Tenía miedo. Se sentía traicionado. Miró su pene y reclamó “mais, pourquoi?”. Lágrimas llenaron sus ojos y vio como si sumergido en una alberca, como uno ve a un amigo de siempre que revela que todo ese tiempo fue en realidad su enemigo, al globo desinflado de tamaño promedio, no había nada qué presumir, pero tampoco nada de qué avergonzarse. Quería transferir la culpa, pero antes sintió un latigazo en la espalda de su alma, no podía escapar de la responsabilidad, y el ardor de saber, de reconocerse, de las malas noticias, Ramiro.

Salió de bañarse. Estrenó calzoncillo. Se miró en el espejo. Quiso hablar muy seriamente con su reflejo, pero una sensación detrás de donde acababa el vello púbico lo distrajo. “Ay, que me anda” y sin pensarlo dos veces, llevado por el instinto, se sacó la pistola de descendencia y orinó. Mientras expulsaba las 12 cervezas, se dijo que iba a dejar las drogas y que iba a agitar mejor, se iba a asegurar, sí, no iba a despegarse del excusado hasta no tener su miembro como el maldito Sahara. No me vuelve a pasar, se dijo, con la orina aterrizando en todos lados menos donde debía. Un pensamiento pasajero hacia la mujer que limpiaba su casa de la cual estaba enamorado y que no correspondía sus sentimientos. Se llenó de tristeza y se activó el mecanismo que salva la autoestima, tenía que escapar, tenía que distraerse. Para ese punto llevaba 3 minutos orinando. Angustiado, como animal espantado, se subió la trusa marca Alphonso Mauricio y salió del baño, apresurado hacia el refrigerador. Abrió la puerta y el frío le pegó en la ingle. Miró hacia abajo. “La traición” susurró aterrorizado. Sintiéndose como un perro, resignado, se fue a su reclinable a beber en la oscuridad. Hasta nunca, Ramiro.