Las Bacterias Dicen
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El otro día estaba en mi casa,
pasando el rato, viendo videos en YouTube. Vi uno sobre las bacterias que viven
en el estómago. Decían en el video que las bacterias en el intestino lo
controlan a uno y que depende de lo que comas, es el tipo de bacterias que
tienes. “No juegues” susurré cuando acabó el video, al cerrar la laptop,
repentina y misteriosamente perturbado, lleno de carnitas y cerveza, y fui a
reflexionar al respecto a mi ventana. Toda esa tarde contemplé con cachete en
palma, al bosque en niebla extenderse infinito.
Renuncié al trabajo, aliené a los
amigos y familia, arruiné mi vida una y otra vez y ahí, al borde de acabarlo
todo, me pregunté por qué por qué por qué y se formó en mi mente una idea
provocada por el recuerdo del video sobre bacterias. “Por supuesto” me dije
ojeroso, desalineado, gordo y acabado, con un burrito en una mano y una caguama
en la otra. Mis bacterias conspiraban en mi contra y querían mi fin. “Malditas”
dije entre dientes, explotando en coraje, “pero van a ver”. La respuesta era
meter bacterias no autodestructivas en el sistema digestivo, pero ¿cómo, ¡cómo,
dios mío! voy a sacar las bacterias malas y meter las buenas? La incógnita me
torturó como a protestante en país católico por ahí del siglo XVII.
Poco después me rendí y decidí
dejarme morir, pero lento, iba a esperar a que vinieran por mí, no les iba a
echar la mano en lo absoluto y así, matando el tiempo, me di gusto con cientos
de horas de la inagotable botana audiovisual que YouTube tiene que ofrecer. En mi paso por el contenido, me topé con la
segunda parte del video sobre bacterias. Decía el video: Las bacterias nocivas
pueden ser intercambiadas por beneficiosas por medio de la transfusión de caca.
Tienes que meterte el desecho de alguien sano para que bacterias lindas se
propaguen dentro y así dejar de arruinar la vida. “Ugh” hice asqueado, pensando
en mis propias aportaciones al desagüe. Si las mías me provocaban mucho asco,
las de los demás me parecían lo peor del mundo. Pero era eso o aventarme al
metro en hora pico y la curiosidad del futuro me mantenía yendo, pero más
importante aún, me gustaría verme a mí mismo de viejo; desde chiquito supe que yo sería el mejor
anciano de todos, mi exterior coincidiría por fin con mi interior y nada, sólo
los achaques naturales de la edad, podría detenerme. “Muy bien” me dije,
conteniendo el asco, decidido a hacer lo que hiciera falta, tragando
considerable cantidad de saliva y viendo con miedo hacia adelante, hacia el
futuro. “Cochina vida, verdaderamente dura demasiado”.
No sé por qué pero intenté publicar un anunció en el
periódico en busca de alguien sano que me regalara tantita de su caca, pero me
dijeron que era un anormal y señalaron la puerta. Nada de suerte. El azote y la
pesadumbre me cayeron encima como un montón de ladrillos sobre despistado pasando
el rato junto a construcción y ya iba camino a la estación más cercana cuando choqué de frente con un amigo de la infancia que corría para mantenerse en
forma y, como era hora de la comida y no nos habíamos visto en décadas, me invitó
a comer. “No inventes” le dije viéndolo a los ojos cuando sugirió ir a comer
ensalada, lo que menos se me antojaba era un montón de lechuga con jitomatitos,
pollo horneado, un poco de queso, crotones y aderezo cesar, pero antes de
cambiar el plan a comer basura, me acordé de mi misión. “Está bien, vamos” le
dije, soportando la protesta bacteriana en mi mente y fuimos al restaurante
sano de la esquina.
“Necesito tantita de tu caca” le
dije de repente sin haber tocado mi comida. Él me dijo que lo perdonara, pero
que no entendía. Reconocí que nunca me daría a entender así que me le enseñé el
video. “Ah ok” dijo cuando acabó y esperamos a que tuviera que ir al baño.
Pasaron tres horas y, cuando anochecía, por fin, tuvo que hacer. Esos minutos de
espera, afuera del baño, fueron los más duros de mi vida; el suspenso me
agarraba bruscamente de los testículos y me los apretaba intermitentemente,
acercando su fétido aliento a mi sensible nariz y me golpeaba directo en las
inseguridades, me decía que no valía nada y que nunca lo lograría, pero, ahí
sentando junto a la puerta del baño, estrujado por el nervio, luchaba con toda
mi fuerza, haciendo un esfuerzo colosal que me ponía a la cabeza a girar y, al
borde del desmayo, salió mi amigo con una bolsa ziploc con el mojón dentro, él más bonito
que he visto en mi vida, no me acordaba que podías hacer algo que no fuera
diarrea horrible. “Ahora qué” me preguntó incómodo, “ummm” hice y fuimos a su
computadora a repasar el video. Tenía que meterme la caca por el culo y así mi
vida tendría sentido.
Mi amigo decidió no participar
más y me dijo que me fuera de su casa. Fui a la mía y ahí, busqué y encontré un
tutorial sobre la transfusión de mierda. Lo vi mil veces y a la mil una, estaba
listo. “Muy bien” dije echado de espaldas con las piernas levantadas, con el
trasero expuesto totalmente, ya con la caca licuada mezclada con una solución
salina dentro de una jeringa enorme. Inhalé y exhalé unas cuantas veces,
combatiendo a la duda, y cuando
estuve listo, miré hacia el techo con la frente cubierta de gotas de sudor, me
guié con el tacto para encontrar mi culo, “aquí voy” dije, e introduje en mi
inmaculado y estrecho ano la jeringa de, como ya dije, considerable tamaño.
Apreté el émbolo sin pensar dos veces y lo sentí todo “¡CRISTO, CRISTO JESÚS!”
grité fuera de mí. Mi admiración por los homosexuales nunca había sido mayor, a
la vez que, con el culo en mucho dolor, me dije a mí mismo que qué bendición
ser un hombre heterosexual, a mí nadie me penetra. La transfusión fue como la
peor experiencia sobre el escusado, como esas veces que dices que no puedes,
que tendrás que vivir con esa caca gigante dentro de ti por el resto de tu
vida, ni modo, pero al final, haciéndote daño, la sacas, así pero en reversa.
Toda la operación duró menos de un minuto y, antes de darme cuenta, ya había
acabado. Saqué la jeringa, la aventé por la ventana, quejándome y caminando
como vaquero fui a limpiarme y a ponerme hielo en el trasero.
Para mi sorpresa, las bacterias
sanas se propagaron exitosamente por mi intestino. De un día a otro, era un tipo
diferente, ahora era formal y serio. Me puse en forma, adquirí estilo, regresé
a la escuela y logré acabar la preparatoria. Mi vida retomó el curso y me volví
un amante del ejercicio con exitosa carrera, tenía dinero y mujeres y, por
primera vez en mi vida, no me atosigaban los demonios mentales. Miraba hacia
adelante con la frente en alto, con determinación y valor, triunfaba, vuelto un absoluto campeón, todo gracias al nuevo discurso de las bacterias.