Friday, April 06, 2018

Las Bacterias Dicen

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El otro día estaba en mi casa, pasando el rato, viendo videos en YouTube. Vi uno sobre las bacterias que viven en el estómago. Decían en el video que las bacterias en el intestino lo controlan a uno y que depende de lo que comas, es el tipo de bacterias que tienes. “No juegues” susurré cuando acabó el video, al cerrar la laptop, repentina y misteriosamente perturbado, lleno de carnitas y cerveza, y fui a reflexionar al respecto a mi ventana. Toda esa tarde contemplé con cachete en palma, al bosque en niebla extenderse infinito.
Renuncié al trabajo, aliené a los amigos y familia, arruiné mi vida una y otra vez y ahí, al borde de acabarlo todo, me pregunté por qué por qué por qué y se formó en mi mente una idea provocada por el recuerdo del video sobre bacterias. “Por supuesto” me dije ojeroso, desalineado, gordo y acabado, con un burrito en una mano y una caguama en la otra. Mis bacterias conspiraban en mi contra y querían mi fin. “Malditas” dije entre dientes, explotando en coraje, “pero van a ver”. La respuesta era meter bacterias no autodestructivas en el sistema digestivo, pero ¿cómo, ¡cómo, dios mío! voy a sacar las bacterias malas y meter las buenas? La incógnita me torturó como a protestante en país católico por ahí del siglo XVII.
Poco después me rendí y decidí dejarme morir, pero lento, iba a esperar a que vinieran por mí, no les iba a echar la mano en lo absoluto y así, matando el tiempo, me di gusto con cientos de horas de la inagotable botana audiovisual que YouTube tiene que ofrecer.  En mi paso por el contenido, me topé con la segunda parte del video sobre bacterias. Decía el video: Las bacterias nocivas pueden ser intercambiadas por beneficiosas por medio de la transfusión de caca. Tienes que meterte el desecho de alguien sano para que bacterias lindas se propaguen dentro y así dejar de arruinar la vida. “Ugh” hice asqueado, pensando en mis propias aportaciones al desagüe. Si las mías me provocaban mucho asco, las de los demás me parecían lo peor del mundo. Pero era eso o aventarme al metro en hora pico y la curiosidad del futuro me mantenía yendo, pero más importante aún, me gustaría verme a mí mismo de viejo;  desde chiquito supe que yo sería el mejor anciano de todos, mi exterior coincidiría por fin con mi interior y nada, sólo los achaques naturales de la edad, podría detenerme. “Muy bien” me dije, conteniendo el asco, decidido a hacer lo que hiciera falta, tragando considerable cantidad de saliva y viendo con miedo hacia adelante, hacia el futuro. “Cochina vida, verdaderamente dura demasiado”.
No sé por qué pero intenté publicar un anunció en el periódico en busca de alguien sano que me regalara tantita de su caca, pero me dijeron que era un anormal y señalaron la puerta. Nada de suerte. El azote y la pesadumbre me cayeron encima como un montón de ladrillos sobre despistado pasando el rato junto a construcción y ya iba camino a la estación más cercana cuando choqué de frente con un amigo de la infancia que corría para mantenerse en forma y, como era hora de la comida y no nos habíamos visto en décadas, me invitó a comer. “No inventes” le dije viéndolo a los ojos cuando sugirió ir a comer ensalada, lo que menos se me antojaba era un montón de lechuga con jitomatitos, pollo horneado, un poco de queso, crotones y aderezo cesar, pero antes de cambiar el plan a comer basura, me acordé de mi misión. “Está bien, vamos” le dije, soportando la protesta bacteriana en mi mente y fuimos al restaurante sano de la esquina.
“Necesito tantita de tu caca” le dije de repente sin haber tocado mi comida. Él me dijo que lo perdonara, pero que no entendía. Reconocí que nunca me daría a entender así que me le enseñé el video. “Ah ok” dijo cuando acabó y esperamos a que tuviera que ir al baño. Pasaron tres horas y, cuando anochecía, por fin, tuvo que hacer. Esos minutos de espera, afuera del baño, fueron los más duros de mi vida; el suspenso me agarraba bruscamente de los testículos y me los apretaba intermitentemente, acercando su fétido aliento a mi sensible nariz y me golpeaba directo en las inseguridades, me decía que no valía nada y que nunca lo lograría, pero, ahí sentando junto a la puerta del baño, estrujado por el nervio, luchaba con toda mi fuerza, haciendo un esfuerzo colosal que me ponía a la cabeza a girar y, al borde del desmayo, salió mi amigo con una bolsa ziploc con el mojón dentro, él más bonito que he visto en mi vida, no me acordaba que podías hacer algo que no fuera diarrea horrible. “Ahora qué” me preguntó incómodo, “ummm” hice y fuimos a su computadora a repasar el video. Tenía que meterme la caca por el culo y así mi vida tendría sentido.
Mi amigo decidió no participar más y me dijo que me fuera de su casa. Fui a la mía y ahí, busqué y encontré un tutorial sobre la transfusión de mierda. Lo vi mil veces y a la mil una, estaba listo. “Muy bien” dije echado de espaldas con las piernas levantadas, con el trasero expuesto totalmente, ya con la caca licuada mezclada con una solución salina dentro de una jeringa enorme. Inhalé y exhalé unas cuantas veces, combatiendo a la duda, y cuando estuve listo, miré hacia el techo con la frente cubierta de gotas de sudor, me guié con el tacto para encontrar mi culo, “aquí voy” dije, e introduje en mi inmaculado y estrecho ano la jeringa de, como ya dije, considerable tamaño. Apreté el émbolo sin pensar dos veces y lo sentí todo “¡CRISTO, CRISTO JESÚS!” grité fuera de mí. Mi admiración por los homosexuales nunca había sido mayor, a la vez que, con el culo en mucho dolor, me dije a mí mismo que qué bendición ser un hombre heterosexual, a mí nadie me penetra. La transfusión fue como la peor experiencia sobre el escusado, como esas veces que dices que no puedes, que tendrás que vivir con esa caca gigante dentro de ti por el resto de tu vida, ni modo, pero al final, haciéndote daño, la sacas, así pero en reversa. Toda la operación duró menos de un minuto y, antes de darme cuenta, ya había acabado. Saqué la jeringa, la aventé por la ventana, quejándome y caminando como vaquero fui a limpiarme y a ponerme hielo en el trasero.
Para mi sorpresa, las bacterias sanas se propagaron exitosamente por mi intestino. De un día a otro, era un tipo diferente, ahora era formal y serio. Me puse en forma, adquirí estilo, regresé a la escuela y logré acabar la preparatoria. Mi vida retomó el curso y me volví un amante del ejercicio con exitosa carrera, tenía dinero y mujeres y, por primera vez en mi vida, no me atosigaban los demonios mentales. Miraba hacia adelante con la frente en alto, con determinación y valor, triunfaba, vuelto un absoluto campeón, todo gracias al nuevo discurso de las bacterias.