Friday, February 28, 2014

vida burguesa: el despilfarro

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la verdadera emoción, el verdadero entretenimiento, la palanca que libera la adrenalina es ir sobre la banda lenta de la vida, paciente, despilfarrando, sentando cómodamente, gastándolo todo, ignorando al futuro que agita aveces un cuchillo muy cerca de tu cara o aveces un par de tetas que te invitan a tomarlas, adentrándose poco a poco en la neblina del mañana, viendo de reojo lo que pasa alrededor, con la vista puesta en el cielo con una mueca, viéndolo cambiar de día a noche y de noche a día y así, con paciencia, despilfarrando, con el corazón vuelto loco, agitando un látigo, dominando al instinto que ruge furioso, despilfarrándolo todo; vida, tiempo, dinero, oportunidad, personas.

estaba sentado en una banca en un parque en algún lado. chiflaba contento con el talón sobre la rodilla, viendo a la gente pasar, con la palma llevando el ritmo en el respaldo de la banca. me sentía bien, estaba de muy buen humor, tenía la barriga llena y el corazón satisfecho, no había queja alguna y todo iba de maravilla, las cosas no podrían estar mejores. me paré de pronto y paseé por el parque, sintiendo, con los ojos cerrados y los brazos extendidos, la dulce brisa, detenido sólo por la vergüenza profundamente programada a dar vueltas, vulnerable ante las caricias del viento, aspirando graciosamente, imaginando mi copete bailando fuera de control al ritmo del aire. hacía muy bonito día, la luz se filtraba por las ramas de los árboles, iluminando estupendamente el paseo. el pasto verde, pajarillos por ahí y por allá gritando quien sabe que cosa, muchachas guapas de repente y gente amable deseándome un buen día. la placidez que corría libre por mi espíritu sólo aumentaba y el mundo, en esos momentos, se pintó todo de rosa. pero, antes de obligarme a mí mismo a reconocer lo bien que me la estaba pasando para luego, en esos tiempos oscuros, recordar que no todo siempre ha sido una mierda, me aburrí y, como hijo del siglo, automáticamente apareció en mi mente el cheque que me acababa de llegar y el antojo cerdo de gastarlo. "pero..." me pregunté a mí mismo parado a la mitad del parque con un dedo en el labio inferior, las pupilas hacia arriba y a la izquierda, en una pose muy coqueta "¿qué quiero? ¿qué necesito?" todo lo que quería lo tenía y la idea de consumir era terriblemente absurda. me sonrojé un poco por mi increíble suerte, soy tipo muy afortunado y no hay nada que quiera. vencido, me dejé caer en otra banca. vi el suelo como quien recibe terribles noticias, no podía ser que no necesitara nada, el dinero en mi bolsillo me quemaba el muslo y me resultaba repulsivo. "no!" grité asustando a un par de viejitas que hablaban sobre revolución, "no! no! no!" grité golpeando con mis pies el suelo, para entonces ya había saltado de la banca, "debo querer algo" y en mi mente, como abogado que descubre el argumento que gana el caso, apareció el despilfarro y en mi cabeza explotó la alegría y grité fuera de mí, señalando el cadáver de dios, "al centro comercial... al centro comercial que puedo gastar... puedo gastar en pendejadas!".

corrí afeminadamente hacia el centro comercial más cercano y paseé por las tiendas viendo porquerías inútiles que sólo un completo idiota querría. una lancha, una grabadora, unos manteles olor a plátano, para hacer el cuento corto, un sin fin de basura. sentí el freno en mi mente y el ruego a detenerme, lo sensato en mí me invitaba a escapar, pero reconocer que me jodía sólo aumentó la emoción a gastar excesivamente, innecesariamente, era justo lo que merecía. el sufrimiento al que me sometía le subía al fuego del entusiasmo y, parado en el borde del precipicio sin fin del desperfecto psicológico, me dejé caer. era hora de sentir de verdad, era hora de gastar y secretar una pus asquerosa y maloliente y bañarme en ella, enloquecido y ciego por el aturdimiento de la disociación, hundiéndome en la arena movediza que es la desesperación absoluta del aburrimiento irremediable. tras una serie de llaves a mi pequeña e inofensiva fuerza voluntad, con la cabeza dando vueltas, una felicidad artificial venció la última defensa que mi sentido común en ruinas ofrecía a la marcha imparable de la idiotez autodestructiva. empapado en sudor y temblando, dándome puñetazos en la panza para evitar que se me ocurriera salir corriendo a incorporarme de regreso a la cordura, llegué frente a una tienda de artículos electrónicos. "oh sí" dije en trance "oh sí", con los ojos muy abiertos, llevado por la fervor consumista, bajando por el tobogán del despilfarro. entré y compré la cosa más estúpida que encontré. al pagar, en lugar de la culminación rica que buscaba con tanta ansia, sentí como me arrancaba el alma, como la pisoteaba y, toda sucia y rota, acababa en la basura. al final, ya cuando todo estaba hecho, salí del centro comercial como un adicto al juego sale de un casino o una ninfómana de un hotel o un sucio adicto de un hoyo infernal. caminé a mi casa, ahora bajo el cielo nublado, cargando la bolsa de la tienda, maldiciéndome a mí mismo, esperando a que me lleve el despilfarro.