Tuesday, September 27, 2011

La medicina

miraba a una muchacha bajar las escaleras, las cosquillitas. miraba a una agacharse a recoger algo, las cosquillitas. miraba a un par platicando bajo el sol, las cosquillitas, siempre las cosquillitas.

volteé hacia mis genitales, sentado en una mesa afuera de un café, en un bonito y soleado día de enero. no podía más con el deseo, me sentía un enano queriendo jugar basquet ball, tratando inutilmente de meter la pelota en la canasta. un enano que, no sólo en desventaja por sus características físicas, si no también porque nunca aprendió a jugar, tardó en tomar intéres y ahora era cerca a imposible. el enano preferiría renunciar y dedicarse a otra cosa, a algo útil de preferencia, pero al poco tiempo que se decía "no más" era empujado por lo más primitivo que, a la menor provocación, empezaba a arder furioso dentro de él y ahi iba, de vuelta a la cancha, a competir contra unos más altos y rápidos, a perseguir desesperado la pelota que rara vez llegaba a sus manos y cuando llegaba no sabía que hacer con ella, ni siquiera botarla y correr al tiempo, aún menos anotar. "no más". miré, con gotas de sudor por toda la cara, a las mujeres que me rodeaban y mi corazón se encogió. maldijé y me di un puñetazo en el pene, esto hizo que se inflara más. los latidos se aceleraron, maldita suerte, maldita vida, agité mi puño al cielo, lagrimas bajaron hacia mis orejas. unos segundos me quedé viendo aquel cielo con algunas nubes pasajeras cubriendo de vez en cuando a la enorme bola de fuego en el espacio. necesitaba algo que parara este martirio, algo que arrancara este cáncer de mi alma, algo que curara esta terrible enfermedad que me corroía por dentro, sí, necesitaba una cura, una medicina.

estaba en un bar, tratando de ligar, mareado por el rechazo y el alcohol y con la autoestima y la dignidad en la basura. me paraba, hablaba, se aburrían y me iba. no era su culpa, supongo que tampoco la mía, nada más ofrecía algo que nadie queria. al descurbrir mi falta absoluta de atracción se presentaron dos caminos ante mí, la amargura o la resignación. escogí la segunda. aún así esa fiebre intermitente regresaba y, repitiéndome que esa noche podía ser diferente, acompañaba a mis amigos al bar más cercano, a librar una lucha imposible. y ahi estaba, parado, recibiendo golpes, me sentia en el round 100 de una pelea que nunca fui ganando. recibí el golpe que colmó y salí al silencio de la noche con antojo de un cigarro. la calle vacía, la noche silenciosa, sólo unos perros ladrando a la distancia. palpé mi ropa, no cigarros. en una mesa de plástico blanco, de esas de jardin, había un tipo sentando, fumando pacificamente, notablemente borracho. era un hombre flaco con el pelo medio largo, lentes, camisa blanca, tenía el aspecto inconfundible de la ñoñez. me senté en la silla libre junto a él y tomé la cajetilla que estaba en el centro de la mesa. mientras me inclinaba a tomarla, dije "se un amigo, dame un cigarro" no esperé respuesta. fumamos y dejamos que el silencio reinara un poco más. la borrachera me movió a hablar y entregué ese discurso borracho que siempre entrego, me quejé de la mierda de la que siempre me quejó. mi conocido por quien me conoce discurso sobre la soñada medicina. hablé rapido y hablé bien. seguí con mi monologo hasta el final sin ser interrumpido, cosa rara, la norma es hablar por hablar y es visto como incomodo sólo sentarse y escuchar. aquel hombre lo escuchó todo. lo miré y noté que estaba conmovido. me sentí como alguien en otro tiempo que escogió el negocio de la conquista sin saber realmente pelear y que encuentra a otro conquistador fracasado con quien intercambiar las penas. dos conquistadores sin tierras ni gloria. se llamaba mauricio y era un cientifico. dije lo que él siempre quiso decir, pero a su mente, totalmente incapaz de hacer arte, nunca le fue posible y su imaginación, atareada con el método, nunca pudo concebir. tenía el mismo problema que yo, las cosquillitas, las ansias, esa comezón y nada de uñas. me sonrió con lagrimas bajando por sus mejillas. nos despedimos y regresé a mi dormitorio a masturbarme llorando y a esperar la vejez.

meses después, en la misma de mesa de siempre, fumando, tomando café y leyendo una revista universitaria, buscaba unos monos mios que ahí iban a ser publicados. en la sección de ciencia me esperaba una sorpresa. mauricio, el cientifico de esa noche fuera del bar, había ganado el premio nobel de la física y ahora era millonario. "bien por él" dije sin sentir nada realmente. me tomé mi café y regresé a mi sucio y desordenado cuarto. al meter la llave, pateé algo, había una pequeña caja envuelta con papel color vino y con un moño amarillo. la tomé, destruí el papel y, dentro de la caja de madera fina, encontré un frasquito. era un pequeño frasco sin etiqueta, llena de píldoras rojas. en la caja también había un sobre con un papel que decía simplemente "LA MEDICINA". no esperé un segundo, abrí el frasco, saqué una píldora y la eché adentro. mis pupilas se dilataron, mis genitales se secaron y me sentí mejor que nunca. salí a dar un paseo para ponerla a prueba. mi campus está lleno de especialmente bellas jovencitas y en ese clima y a esa hora todas salían a hacer ejercicio. pasaba una tras otra, con las chichis rebotando, con sus caras juveniles coloradas, con su olor a sudor envolviéndome, soltando pequeños gemidos, rozando mi cuerpo de vez en cuando, dejándome sentir la suavidad de su piel y yo, como si estuviera frente a una gorda oficinista con cara de asco vitalicia, sin poder creerlo, permanecía como si nada.

por fin, por fin no más cosquillitas, no más tardes de hacer pendejadas que odio. libre al fin. desde esa tarde no volví a ver pornografía y empecé a escribir el libro que fue puesto en la repisa de la historia.