Saturday, October 15, 2016

Aprenderé A Rezar

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Agustín, ojeroso y desalineado, de rodillas en la iglesia, se sentía absolutamente ridículo. Miraba a jesús ahí todo crucificado, se distraía con las viejitas congregadas en el fondo tramando algo grande, e intentaba con todo su limitado poder mental mandarle un mensaje a su creador. Frente al altar, se arrodilló, juntó las manos con la cara baja, con los ojos cerrados y trató de rezar para decirle a dios que se jodiera.
El creador maca estaba sentado frente a su computadora y escribía a una velocidad asombrosa, riendo entre dientes, líneas de código. En un cuarto oscuro infinito con una pantalla ocupando una pared, un pizarrón lleno de diagramas, un escritorio ordinario, la ya contada computadora y una simple pero en extremo cómoda silla, el creador maca creaba realidad. Había tomado especial interés en la de un tipo en particular, uno que había creado guapo pero gordo, listo pero terco, prometedor pero indisciplinado, con la suficiente inteligencia para deducir y descifrar, pero no para escapar o resignarse y, lo que más risa le daba, uno que hacía berrinches particularmente chistosos. El creador maca acabó de escribir su última broma pesada, se tronó los dedos, sacó una cigarrera llena de porros etéreos, colocó uno en su boca, lo prendió convertido en incendio forestal, en volcán a punto de hacer erupción, en temazcal, le dio enter a su computadora perfecta, giró hacia la pantalla, se echó para atrás, acomodándose en su silla, y vio a Agustín acercarse otra vez a la victoria, lo vio casi alcanzarla, a un segundo, a un milímetro sólo para acabar irremediablemente frustrado. Lo obtenido no era para nada como lo imaginado, no salían las cosas como quería y el creador maca reía y aplaudía encantado, viendo a Agustín hacer berrinche.
A una tarde nublada con viento, Agustín salió de la iglesia. Se detuvo frente al edificio, volteó de regreso con fastidio, contempló el templo asustando por cantidad de desprecio a un par de indígenas, y escupió. “Ahí sólo van los que no han pensado en ir al lugar del canto o al cine”. Después de bombardear el santuario con serio imparable odio, con el gesto intensificándose, volteó hacía el cielo “yo te deseo la muerte” le dijo a las nubes grises, imaginándose, engañado por la cultura, que el creador maca estaba arriba, pero no, nadie sabe en realidad dónde está el hijo de puta. Esa era la última vez que Agustín intentaba rezar en la iglesia. Regresó a su casa y tocó tristemente su trompeta lo suficientemente bien para disfrutar, pero no tanto como para vivir de ella. Acabó, la separó de los labios poco a poco, abriendo lentamente los ojos, todavía alterado por el sentimiento. Se sentó en su cama, con los codos recargados en los muslos, humillado, pateado por la suerte mediocre, asediado por esas pequeñas fuera de contexto insignificantes pero oh como jodían maldiciones. “Yo quiero que tú sufras… lo que yo sufro” dijo serio ahora imaginando que el creador maca estaba en la sucia alfombra morada.
Hace mucho, el creador maca comía ensalada deliciosa en el comedor del corporativo que se encargaba de crear la realidad. Comía con su amigo el creador momo. Reían y se burlaban de Agustín. “pero oye, Monroy (el nombre de pila del creador maca)… ¿por qué no haces que se dé cuenta? ¿Eh? ¿Eh?” dijo riendo el colega creador, emocionado por las posibilidades. El creador maca reconoció de inmediato la calidad de la idea y salió corriendo hacia su oficina. Manos a la obra. El creador maca, con un plumón en la boca, con la mano en la cintura, se paró frente al pizarrón y pensó arduamente su siguiente movimiento. Era todo un reto porque no quería que Agustín, en ese entonces sólo de diez años, se volviera loco y dejara de participar en la realidad, quería tenerlo suficientemente cuerdo para que reconociera y recorriera las etapas de la vida tropezándose siempre en el último segundo o reconociendo que el oro es insignificante, pero soñador y optimista suficiente para no rendirse ante el nihilismo. No sólo eso, Agustín tenía que saber que era el creador maca el responsable de la terrible frustración que lo perseguía y, para rematar, era esencial que la gente se burlara de él cuando, llorando y desesperado, les contara lo que le pasaba; nada de empatía ni comprensión, pequeña tristeza e insignificante soledad, una piedra diminuta imposible de sacar. El creador maca se tardó, pero al final, con muchos pizarrones a su alrededor llenos de diagramas y algoritmos, lo logró. Todo estaba listo para darle comienzo a su obra maestra. Sudado y muy emocionado, el creador maca, con los dedos cruzados, apretó enter, se dio la vuelta hacia la pantalla y esperó.

Agustín, entonces un niño gordo totalmente ateo, en un día particularmente caluroso de verano, dio saltitos hacia la banqueta frente a su casa, con un helado en la mano recién comprado después de hacer fila durante horas y esperar ansiosamente lo que para un niño es una eternidad, se sentó en el pavimento caliente, con el corazón acelerado, la lengua dando vueltas a toda velocidad por sus labios y, perdido en el deseo, lamió por fin el delicioso postre sólo para descubrir que sabía raro. No sabía mal, sólo raro. Alejó el helado de su cara, viéndolo con creciente sospecha. Algo ahí andaba muy mal y, marcando el inicio del funesto programa que le pondría tantito el pie el resto de su vida, en su mente, como un tsunami sorpresivo y fatal, todas las veces que cosas parecidas le habían pasado arrasaron el buen ánimo de su infantil e inocente alma, y lo notó todo. En trance, volvió a vivir esa vez que ahorró meses para comprar su Nintendo y, al conectarlo, descubrió que no servía y tenía que regresar a la tienda para que se lo cambiaran, prologando la tortuosa espera. Como la niña de su salón que le gustaba, después de mucho rogarle, resultó ser una psicópata. Como el perro por el que molestó a sus papás años era sólo un bulto que cagaba y orinaba en todos lados. Así, miles de veces. Siempre poste, nunca gol. “¡Maldita sea!” gritó el pequeño Agustín y aventó su helado, dejándose llevar por el berrinche. Chilló un rato hasta que, como siguiente acto del programa, una idea se propagó por su mente. Llevado por la ocurrencia y la sospecha, creyó por primera vez en su vida en las mentiras de sus padres, sacerdotes y maestros, se llenó de coraje, volteó hacia arriba, hacia el cielo y escuchó, proveniente de las nubes albas y esponjosas, la risa burlona y estruendosa del creador maca. Se agarró la cabeza, cayó al suelo y se hizo bolita. La mente colapsaba, pero al borde de la locura, se acordó de lo que decía su senil abuelita “mijito primoroso, pa’ hablar con diosito santo tienes que juntar tus manitas, mijito chulo, cerrar tus preciosos ojitos, concentrarte pero duro y… ¡REZAR!” “lo que sea, abuelita” contestó el casi bebé Agustín, pero ahora reconoció que esa era la respuesta, después de una vida de fiero ateísmo, con los vecinos a su alrededor experimentando seria pena ajena, se incorporó, se puso de rodillas, juntó las manos, bajó la cabeza y no supo cómo empezar. Sufrió segundos de duda y antojo de resignación hasta que el coraje explotó y Agustín se rebeló contra la impotencia. Se puso de pie, le enseñó el dedo de en medio al cielo y “¡yo te deseo la muerte donde tú estés…!” gritó, llevado por el coraje “y aprenderé a rezar para que te enteres”. Fue a su casa a sentarse con cara de puchero en su silla favorita ahora apestosa porque su tío Ramón se había cagado en ella. 

INSPIRADO EN PARTE POR "SUFRE COMO YO" DE ALBERT PLA