Friday, March 18, 2022

Lo Llamaré Lucifer

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Y que los saltitos, las risas y los gritos de emoción. Corría contento por una nueva pradera, acariciado por hasta entonces desconocida brisa. Me detuve y giré sobre mi propio eje, con los brazos extendidos hacia los lados, con la cara al cielo, los ojos cerrados, los sentidos en máximo. Mi mente dislocada, en otra dimensión. Me escapaba, salía de este mundo, estaba en otro, hasta nunca. Usando conjuros, haciendo señas con las manos a mil por hora, era un cohete a otro planeta. Sólo hacia falta un último empujón, un último esfuerzo. Hacía magia, invocaba fuerzas antiguas, exteriorizaba toda mi voluntad verdadera. Los maestros ascendidos me susurraban locuras al oído y yo les hacía caso, “SIC SEMPER FUIT, SIC SEMPER ERIT” sonaba una y otra vez sobre percusiones hipnóticas. Mi poder cerebral a todo lo que daba. Tan cerca, un paso más, a nada de quedarme para siempre y... wuuuAaahah ahajj aaagggha aA ah Aaaah aaak aah ah aak ah ah ah, todo se vino abajo. Colores y sonidos se distorsionaron. La nueva realidad perdió la forma. Fui expulsado, no estaba listo. Mi consciencia colapsó y regresé al desafortunado mundo real.

Reaparecí tirado, rodeado de oscuridad, en sólo trusa, sobre la duela fría del cuarto que ocupaba en la casa de mi madre. Sentí un escalofrío y el dolor en el corazón de la desilusión, me pregunté si algún día podría, preferí no pensar en eso y, como anestésico, todavía tendido, estiré la mano para agarrar de la porrera un porro perfectamente rolado. Lo puse en mi boca, le di candela y me levanté con el humo. “Cristo” susurré, casi cayendo al intentar caminar, reconociendo el daño que le hacía a la mente mis intentos de escape, una preocupación animal de sobrevivencia me recorrió, la cuál rápido fue desechada, como poeta y filosofo, la muerte me tenía sin cuidado y será lo que tenga que ser. El último deseo en mi corazón era ya no estar ahí, mudarme, ¿cómo seguir pisando este mundo, cuando se está consciente de uno mejor? Imposible. La obsesión como yaga en el paladar tocada por la lengua del malestar existencial. Al tanto de que cada día se me hacia más difícil pretender, con el colmo ya asomado. “Lo que sea” me dije, espantando, agitando los brazos de la voluntad, todo lo anterior. Tambaleándome en la oscuridad, tomé mi bata hecha con tela del futuro, fui al ventanal del cuarto y abrí las cortinas bruscamente, siendo golpeando con certero poderoso puñetazo solar directo a las pupilas. Dos segundos de recuperación y salí al balcón con el porro quemándose dulce en mi boca. Inhalé profundamente, una humareda y me senté a contemplar el enorme jardín meticulosamente cuidado. “qué feliz soy, qué suerte tengo” le dije a la nada, echándome para atrás, listo para disfrutar del resto del día, reconociendo otra vez todas mis contradicciones.

“Lucifer, oh Lucifer” sonó del altavoz, era mi madre. Con desgana, me paré para ver qué quería, si la hacia esperar solo cosas terribles podían pasar. Reentré al cuarto, me vestí, salí al pasillo oscuro y tenebroso y lo recorrí hasta que llegué al estudio maniáticamente decorado de mi quien me dio la vida. La encontré atrás de su escritorio barroco con la historia de mi familia grabada, acomodando y guardando papeles. “Lucifer” dijo, concentrada en sus documentos, preocupada con no tirar algo importante a la basura, “no es posible que a tu edad seas tan mierda, ya es hora de que te busques la vida” y se levantó con un portafolio que vale más que yo, sin una vez verme siquiera, y salió. “Pero...” fue todo lo que tuve oportunidad de susurrar antes de encontrarme solo. “Oh no” murmuré al ser sepultado por una avalancha de significado y ser rescatado por, como cuales San Bernardos, dos gigantes en sacos negros y lentes oscuros. Me tomaron de las axilas y me echaron a la calle donde ya estaba mi maleta cuadrada con estampas de lugares que no existen. Todo había pasado tan rápido. Tuve antojo de hacer berrinche, pero ya había llegado el taxi. Resignado, lo abordé y allá fui, no había tiempo que perder, tenía el siguiente párrafo de mi vida que empezar.

Asomado por la ventana, rebotando sobre baches y pavimento horrendo, extrañado, me preguntaba cuanto tiempo llevaba sin salir, viendo las calles irreconocibles de la ciudad en la que he vivido toda la vida. “pa’ dónde, oiga” me preguntó el taxista, viéndome por el retrovisor, sospechándome un anormal. “umm, derecho, siempre derecho” balbuceé, estrujando un billete de 500 pesos que encontré en el bolsillo de mi abrigo, con la mirada clavada en el taxímetro que marcaba 25 y subiendo. Tenía que apurarme en pensar mi siguiente paso. “Bien, aquí vamos” le dije a mi mente carcacha frente a la verticalidad de la colina de la decisión. No tenía a donde ir ni a nadie a quien recurrir, reconocí sin sentir nada, considerándolo la norma. Supuse que podía ser vagabundo y, poniendo mi mano en el hombro del taxista, a punto de decirle que me llevara al basurero municipal, frente a nosotros, deteniéndonos en un alto, apareció, como enviado por la falta de imaginación, un espectacular que decía “¡ATENCIÓN! ¡TRABAJO!... ¡AHORA! Interesados llamen al Científico Gutiérrez a este número...”, señal divina. Salté fuera del taxi, corrí afeminadamente a una farmacia, compré una tarjeta de teléfono después de explicarle dos horas a la señorita que eran las tarjetas de teléfono y fui a un teléfono público cubierto de porquería. Marqué el número en el espectacular. “bueneee...” sonó después de los más tensos bips de mi vida, “¿científico Gutiérrez?” “sí, soy yo”, “hablo por lo del trabajo, científico Gutiérrez, por lo del trabajo, ¿escucha?” “ah muy bien, date una vuelta” y colgué con el puño cerrado frente a mí y con esperanza brillando en mis ojos por primera vez en mucho tiempo.

El científico Gutiérrez, un hombre de 1.60 m, en excelente condición física, los músculos se le notaban a través de la bata perfectamente blanca, con injertos de cabello y obvio procedimiento estético en la cara estirada e inflamada, de unos 50 años, abrió la puerta a la calle con un pedazo de croissant en la boca y una tasa de café en la mano. “pues qué ahora es” me pregunté pasajeramente al seguirlo dentro de su casa/laboratorio. “siéntate” me dijo ya en su consultorio tapizado de diplomas, señalando una silla anticuada frente a un escritorio que me chocó por eso de que estaba malcriadamente acostumbrado al súper lujo. “bien...” empezó haciéndose para adelante en su escritorio, juntando las manos, viéndome con intensidad escalofriante, “el trabajo dura 9 meses, ok. La paga son 10 mil pesos y alojamiento y tres comidas al día, está bien. La única condición es que te comprometas a acabar el experimento o consecuencias legales desastrosas caerán sobre ti, de acuerdo... bien” y sacó de un cajón un montón de papeles que me dio para firmar. Firmé sin pensarlo dos veces, ya tenía donde vivir, todos mis problemas, de un segundo a otro, estaban resueltos. El científico, notablemente sorprendido por lo fácil que fue conseguir un conejillo de indias, soltaba pequeñas risas al verme firmar la montaña de documentos legales. “nunca pensé que iba a ser tan fácil” me dijo, contento después de que me pidiera que lo siguiera a mi cuarto con una cama individual, una mesa, una silla y un cuadro con “el pasado es historia, el futuro es un misterio y el presente es un regalo por eso se llama presente” con flores alrededor, todo bordado muy bonito. También me mostró el cuarto de tele y, para acabar, lo seguí hasta una compuerta metálica en el pasillo que daba a lo anterior. Nos paramos cada quien a un lado de la puerta de metal que señaló y dijo “aquí... todas la mañanas y noches... van a salir unas pastillas que te tienes que tomar no importa qué, ¿sí me explico?” yo asentí, listo para hacer un buen trabajo, no quería decepcionar al científico quien depositaba su confianza en mí. “todo el resto de la casa está prohibida”, me señaló desde abajo, muy serio, “¡muy bien!” le grité, incomodándolo, me respondió con una cara de molestia y “nos reuniremos una vez por semana... fuera de eso, estarás solo los 9 meses, espero no sea un problema” dijo con tono brusco, “para nada, la soledad y yo somos amigos entrañables” le dije a su espalda ya alejándose. Era como si yo hubiera diseñado el trabajo, no podía creer mi suerte. Viéndome solo, fui a mi cuarto, a sentarme en posición de loto en el suelo, a meditar, tenía casi un año para entrenar, la siguiente vez lograría salir de esta sucia realidad.

Pasaron 8 meses, 3 semanas y 6 días. Estaba echado en el reclinable de la sala de tele y mi panza apenas me dejaba ver. “ay dios” dije al darme cuenta de lo súbitamente gordo que estaba, llevaba todo ese tiempo en mi interior. “oiga, científico” le dije al hombre de ciencia, colorado de la pena, en nuestra siguiente consulta, no podía, me había descuidado, me había dejado ir, “necesito bajarle a la gordura”. Él, viéndome sin entender, vio mi barriga, vio mis chapitas y mis ojos de preocupación y dijo al caer en cuenta “pero hombre... pues claro que estás gordo, si vas a ser mamá”, “¿mamá?” repetí en forma de pregunta para entender. “sí, mira” y a sus espaldas, bajó una pantalla y se proyectó sobre ella y él una presentación de power point sobre la ciencia del embarazo masculino. Acabó y “oh ok” dije confundido todavía debiendo ciencias naturales de 4to de primaria, ignorante por completo de la biología experimental. Reflexioné dos segundos y con cara de espanto le pregunté al científico “Pero... ¿por qué?”, “eso sí quien sabe” dijo con genuina cara de confusión y me contó ahí en confianza que un tipo rico había financiado el experimento sólo dios sabía porqué. “Por cierto...”, me dijo después de que me esperó a que me cambiara a una bata de hospital, ayudándome a subir a una de esas sillas de ginecólogos, “el inversionista éste quiere...” puse cada pie en un apoyo de la silla, Gutiérrez se puso guantes de látex “que vayas a su isla del caribe a dar a luz”, palpándome la barriga, con cara de concentración “es ilegal dar a luz aquí siendo hombre, tú crees” hice cara de sorpresa y luego indignación por mis sensibilidades anarquistas heridas, “pinche gobierno” le dije cuando levantó mi bata, “te vas mañana” asomado en mi ano, explorándolo, y reapareciendo satisfecho por el progreso, terminó. “todo muy bien, todo en orden” me dijo sonriendo, con el pulgar levantado, yo le sonreí de regreso desacostumbrado a las palabras de aliento, orgulloso de mí mismo.

Fui en jet privado a una isla sin nombre en el caribe. Ahí me recibió un jeep que se manejó solo hasta una súper casa donde me esperaba un señor gordo con canas en los costados de la cabeza, vestido con una polo rosa entallada, pantalones plateados y corte de cabello y peinado obviamente caros. Casi corrió hacia mí al verme descender con esfuerzo del jeep y tambalearme hacia él con mis rodillas y tobillos en fuego, admirando el sacrificio de las mujeres, cómo coño le hacían y por qué no se la pasaban maldiciendo al hijo de puta diosito, yo los abortaría a todos. El hombre rico me estrechó la mano, acercó mucho su cara colorada por el sol a la mía, sobresaltándome, y enseñándome sus dientes perfectos en lo que pude interpretar como una sonrisa, me preguntó que qué tal mi viaje. No me dio oportunidad de responder, antes tomó mi mano y cargándome del codo me llevó a una terraza increíble que daba a un mar hermoso. Me dejé caer pesadamente en la silla más cómoda en la que me he sentado y bebí la más rica agua de sandia que había bebido la cual trajo una señora negra enana en una bandeja de plata. “bien...” sentado junto a mí, trató de recordar mi nombre sin suerte y siguió “tal vez te preguntes por qué no embaracé a una mujer como es lo normal y en lugar de eso embaracé a un hombre, ¿no es verdad?” asentí bebiendo de la deliciosa agua, ya lamentando que un día no la bebería más. “bueno...” me dijo con el gesto cambiándole de repente, tornándose lúgubre, “mi mujer, la única que he querido y querré, se murió antes de darme un hijo...” me vio a los ojos con los suyos ahora llenos de lagrimas, “...mi único deseo” e hizo señas violentas con los brazos, indicado que hablaba de brutal lujo que nos rodeaba “y con todo esto era para ellos”. Dos lágrimas cayeron sobre la mesa de vidrio frente a nosotros, “y no me atrevo a volver a querer... no me atrevo... y la idea de que mi hijo salga de otra mujer, no puedo... por eso... por eso” me dijo viéndome directo a la cara, con cascadas de lágrimas bajando por sus mejillas y sus cachetes hasta su papada y cuello, empapando su camisa, incapaz de continuar, torturado por el recuerdo de su amada, suplicándome comprensión. Yo lo comprendía perfectamente, como filosofo poeta, no me costaba ponerme en los zapatos de los demás y nada me espantaba mucho tiempo. “no pasa nada” le dije, agitando mi brazo en su dirección, regalándole la más tierna y generosa sonrisa, “¡eso” gritó completamente recuperado, aliviado y contento, dándome un fuerte manazo amigable en la espalda. Nos quedamos callados unos minutos, bebiendo agua, viendo el mar, sintiendo la refrescante brisa, disfrutando el rato. “Ya sé...” me dijo, con ganas de hacer algo por mí, suponiendo erróneamente que yo tenía apego al experimento monstruoso que crecía en mi colon, “¿por qué no lo nombras tú, eh? ¿Cómo quieres que se llame? dime, que no te dé pena, somos casi familia”. Me divirtió la idea, siempre dispuesto en participar en ejercicios creativos. Lo pensé unos segundos, viendo detenidamente la nada hasta que de mi mente/horno salió listo el pastel/idea. Miré al hombre, luego rompí cuarta pared y dije “lo llamaré como yo... lo llamaré Lucifer”. Él se sorprendió, hizo una cara de desagrado y dijo “ok, mejor no”.

INSPIRADO EN PARTE POR "VOY A SER MAMÁ" DE ALMODÓVAR & McNAMARA.