Wednesday, October 14, 2020

Gutchtavo Gutchtamante

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“¿Pero… qué tal que me muero?” se preguntó Gustavo, oliendo su dedo índice directo fuera del gutch. Era la pandemia, ¿ven? y la histeria y el encierro, ¿ven? Y Gustavo desde que era chiquito y sobre todo ahora que sufría la maldición de odiar el trabajo y, peor aún, ver cómo se alejaban los sueños flotando lenta y tristemente en el mar del tiempo, perdiéndose para siempre en la negrura de la amargura, decía que la vida no valía nada y, en su pose, le perdía el respeto a la naturaleza y su mierda loca que oh cómo jode. Mierda que ahora se hacía presente y que lo tenía oliendo desesperado.

Una noche, a una gordita orate se le ocurrió mandarle un mensaje. “Gustavo, te quiero” le decía y la erección como el soldado más disciplinado, listo para la aventura. Era la medianoche del lunes al martes y dios bendiga el trabajo a distancia y ¿por qué no? ¿qué más da? Pidió un uber, se puso su cubrebocas y fue siguiendo la estrella del coito. Todo el camino, Gustavo fue fantaseando con la gordita. Pero la promesa de sexo no duró nada. Para la desgracia de Gustavo, la muy cabrona gordita no estaba sola, estaban con sus amigos y Gustavo, en un segundo, porque ya estaba ahí y qué ridiculez irse, cambió de actitud, no había oportunidad para el berrinche, era hora de echar desmadre. De repente, a pesar de él, estaba en una borrachera llena de droga y gente que se odiaba a ella misma. A la mierda todo susurró por dentro y allá fue, a la peda. Hubiera sido una noche ejemplar, pero la pandemia. La hija de puta flotando por algún lado, acechando, esperando a que salga el perdedor de su lotería o, decían algunos, la histeria, la exageración y la duda y el chisme, quién está seguro de algo hoy en día, pero más que nada, mi cosa favorita: el teatro en lo que todos participamos. Gustavo participaba y respetaba el ataque natural, pero de todas maneras, le dijo al recato que se jodiera y fumó del porro, bebió del whiskey y comió una pasta chocolatosa que tenía mdma. La lamió de un cuchillo compartido que iban pasando de acá para allá, lo último que quieres hacer durante una pandemia. ¿Dónde quedó toda la precaución entretenida del principio? En la basura. Como sea, Gustavo vivió y disfrutó de la noche extraña. Valió totalmente la pena. Al final, todo drogado, hablando fuera de control con el chofer del uber sobre cómo a él nadie le decía qué hacer y que se jodiera el gobierno, se le olvidó que el virus pudo haber estar invitado y puede que se lo había llevado con él a su casa. Pero que nadie se preocupe, pronto se acordaría.

Habían pasado 6 días, la cantidad de días que tarda el virus en manifestarse. Gustavo olía su dedo apestoso porque había leído en twitter que uno de los síntomas era la pérdida del olfato. Por eso, se rascaba con ahínco y olía todo lo que sus preciosas fosas le permitían. ¡¡SNIFFF!! ¡¡SNIFFF!!! separaba el dedo y brotaba el consuelo olor a gutch. Pero poco le duraba. Al final, estaba seguro de que lo tenía, algo dentro de él sonaba la alarma, además de que se sentía raro. Posiblemente era sólo estrés, no dormir y mucho mdma, pero también, mientras pudiera oler, se decía convencido y  resignado, no estaba todo perdido. Había esperanza, a pasarla bien un poco más, se decía en calzones, con el dedo apestoso, iluminado por su tele. Él que podía y, a parte, se le ocurrió de repente, que él no se quería morir. Que se joda esta muerte popular, no privada, no romántica. Cuando Gustavo expresaba que la vida no valía nada, el no decía que quería una muerte cualquiera, él hablaba de una en específico. Una muerte no tan ordinaria como la de una pandemia o eso se decía, dándose cuenta de la seriedad de las cosas. Cuales fueran sus razones, aferrado al olor, Gustavo quería vivir porque además ya qué flojera la pandemia.