Thursday, May 05, 2022

Fiesta de 1

119 

Lucrecia no lo podía creer. El galán con el que tenía una relación por internet tenía una doble vida, tenía otra novia y hasta otro nombre. Con los ojos clavados en su monitor, con mil sentimientos explotando adentro, como si en su pecho pasara la batalla de Verdún, la mujer se ponía cada vez más colorada. Mil ideas iban y venían, unas más patéticas que otras, unas más malvadas, todas oscuras, desesperadas, caían como artillería en el campo una vez lindo y agradable que fue su corazón y se veía invadida por la tristeza, la rabia y el antojo a la renuncia al amor. Qué sigue, qué ahora. La cabeza colapsaba. Apretaba los dientes, mareada, no sabía qué hacer. Aun cuando ya no era una jovencita, era inexperta en la escaramuza del romance, más bien inepta para eso de la gente. Así, por eso, ahora, su mente se había vuelto una casa de sustos y ella una involuntaria visitante. Giraba la esquina de la reflexión y aparecían recuerdos horrorosos a espantarla. Se acordaba de que le había pagado los braquetes, que le había comprado ropa y de las miles de cosas intimas que le había contado y sus chapitas como explosiones atómicas de vergüenza. Es que el hombre era guapo, pero pobre y a Lucrecia no le importaba pagar. Estaba dispuesta a gastar porque le divertía ir contra su programación clase mediera, le emocionaba ser ella quien fuera la proveedora y la excitaba un tanto revertir los roles, pero a la vez, era paranoica y el pensamiento intrusivo de que sólo la quería por su dinero y nada más, iba y la molestaba de vez en cuando. Tampoco se acordaba si fue su idea o la de él, pero estaba extrañamente convencida de que tenían que conocerse más antes de verse en persona y le preocupaba su seguridad más de la cuenta; ahora, esa idea, aunque sensata, contrastaba junto al nivel de intimidad que habían alcanzado. Algo estaba raro, pero no podía poner el dedo en qué. Por eso, una tarde, echada en su sala viendo el techo, en el silencio de la tarde, con las manos en la barriga, esperando como de costumbre a que le contestara con cero esfuerzo, todo mal, apenas, sus párrafos de mensajes, apareció de la nada un recuerdo de cuando se conocieron. El usuario del hombre era diferente, pero, un día, cuando las cosas se empezaban a poner un poco sentimentales, de repente cambió de nombre. A esto, entonces, Lucrecia no le dio mucha importancia, la gente se cambiaba de usuario todos los días, pensó, además, al principio, estaba preocupada en parecer agradable, en no quitar el pie del freno, traumatizada por los miles de intentos de por fin ya no tener que estar buscando novio y dedicarse a otra cosa. Siguió adelante la relación y se le olvidó el cambio por completo hasta esa fatídica tarde. Fue a su computadora, extraordinariamente capaz para la investigación y con una memoria ejemplar, y googleó el antiguo nombre de usuario. No apareció mucho, pero, después de descender en los resultados, encontró publicaciones con el antiguo nombre y una foto de él. Fue google images a buscar la foto y halló un perfil de Facebook antiguo de un equipo de fútbol donde él aparecía no etiquetado, pero otros sí. Lucrecia, la muy desocupada, exploró todos los perfiles hasta que, como quien por fin encuentra el suelo después de estar cayendo por escaleras dolorosamente largas, se topó con una foto de uno los integrantes del equipo con su supuesto galán donde sí estaba etiquetado y así descubrió el perfil verdadero de su disque prospecto de amor con una foto de él dándole un beso a una mujer. A lo mejor es uno viejo, pensó, parada sobre la mina de lo peor, tratando de no precipitarse, no queriendo creer, pero tuvo que dar el paso de checar la fecha de publicación y explotó, la foto era de la semana pasada. “La mentira” susurró Lucrecia, sorprendida por un barrilazo lanzado con fuerza exagerada por el Donkey Kong que era la realidad de la cosas. Todo el resto de la tarde se la pasó viendo fotos de él y su novia y los comentarios en ellas, cursilerías y ridiculeces amorosas. 

Oh el odio, tanto odio. Quiso decirle sus verdades al hombre éste, quiso hacerle ver que mentirle a la gente no estaba bien, quiso predicar, pero para qué, qué sentido tenía, no regañas a un animal salvaje. Además, sólo sería hundirse más, no tenía ganas de invitar a más gente al horrendo espectáculo de la desgracia del corazón y se sintió irremediablemente ridícula. Pero el desprecio corría, se dijo que vivía en un mundo de gente mierda, todos mierda, pura mierda y no había lugar para la decencia, los mierdas habían ganado y ahora éste era su mundo, ella que creía en el amor verdadero, no tenía lugar en este nuevo de psicópatas y ojetes. Esto le provocó tristeza y, acostumbrada a la depresión, ahora viéndose en terreno conocido, se calmó un poco. Con el odio retrocediendo, se dijo que había que reconocer y respetar la lucha por la sobrevivencia, no todo el mundo tiene una vida cómoda y agradable como la suya. El hombre este lidiaba con la violencia de la dinámica sistémica, que el dinero, que el amor, que el día a día, lo mejor que él podía. Además, se dijo, ya totalmente con el control recuperado, ella era una gran creyente de la redistribución voluntaria de la riqueza y darles billete a los pobres era practicar lo que creía. Al final, resignada, cansada, reconociendo que a lo mejor exageraba y que no era para tanto, con las murallas del delirio clase mediero levantándose, con  las mentiras  de la autoestima contraatacando, ya lista para pasar a lo que sigue, supo qué hacer. Lo bloqueó en todo sin decirle nada, decidida a nunca más tratar de encontrar el amor por internet, traumatizada, reconociéndose un conejito en una pradera con halcones volando sobre ella, resignada a continuar por el momento en esa fiesta de uno. Sacó un suspiro largo, se paró entumecida de la silla de su escritorio y fue a darse un regaderazo de 3 horas, tenía que limpiar su cuerpo y alma.