Wednesday, November 28, 2012

puentes invisibles

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marcelino veía inexpresivo hacia las profundidades, escondidas atrás de niebla densa, del precipicio gigantesco frente a él. nadie sabía realmente que tan profundas eran, lo único seguro era que la caída significaba la muerte segura. el viento movió su ropa y su cabello aquel ordinario día nublado y miserable. los ojos fueron hacia adelante tratando sin éxito de suprimir toda emoción, cansado de la huída, pero creyéndose, afectado por el delirio, carente de alternativas. volteó hacia atrás, hacia donde llevaba viviendo un tiempo ya y su corazón expulsó corrosiva amargura involuntaria. vio la gente que se quedaría en esa isla sin escape aparente y un poco de enojo rebelde e irracional brotó en su mente. se dio cuenta de lo que pasaba y cerró con fuerza los ojos, no tenía control de sí mismo y eso era lo que más le dolía. volvió a ver hacia adelante, hacía la densidad de la niebla, hacía la incertidumbre. recordó los puentes invisibles por donde había llegado hace unos años y supo que no tenía de otra.

guardó sus cosas en una maleta vieja y desgastada y se paseo por la casa que tanto le había costado construir, ya no significaba nada para él, todo ese sufrimiento, todas esas lágrimas ya no importaban, habían sido enterradas en el tedio diario y la rutina insoportable. salió y vio a sus vecinos que no sospechaban de sus planes. se les quedó viendo un segundo, buscó sentimiento, encontró sólo el vacío de siempre, ni un adiós ni nada. tomó su maleta y se subió a su motocicleta. fue a la oficina de gobierno y pago sus deudas, no podía irse con algo que podía perseguirlo un día, tenía que dejarlo todo limpio, borrar su paso, exterminar su recuerdo. volvió a su motocicleta y paseo por el pueblo que dejaba. no había nada que extrañar. se sintió ridículo y se encaminó hacia el precipicio, hacia la salida, hacia los puentes invisibles.

Tuesday, November 20, 2012

cabecita blanca

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un día empecé a ir a un cine de por mi casa no más porque sí. en un parpadeo fue todo lo que hacía. vi todo más de una vez. en una función, en una película de la que no me acuerdo, noté una cabellera blanca contra la luz de la pantalla. después de esa primera vez no pude dejar de notar a cabecita blanca, como le apodé, un día que me sentía especialmente ingenioso, sentado frente mí. ciclo tras ciclo de películas que terminaron en lo más profundo de mi memoria vi a cabecita siempre solo y, como yo, no faltaba a nada. después de esa primera no podía no saludarlo antes de que empezara cada película, decirle mientras se apagaban las luces "estás listo, cabecita? allá vamos".

en la retrospectiva de la india maria lo vi sentado, tomando un café, esperando, sin darse cuenta, conmigo la siguiente película. ya hacía un buen tiempo desde esa primera película que vimos juntos y supuse, en mi inocencia, por apiadarme de mí mismo en la elección de las palabras, que podíamos, cabecita blanca y yo, ser amigos, por qué no? me acerqué, tímido, y le pregunté si podía sentarme, volteó a verme como si un perro le hablara. confusión, sorpresa y miedo en su mirada, parecía que la pantalla, de repente, le dirigiera la palabra. pude ver, a través de sus ojos, como recordaba que otras personas podían verlo. me dijo que me sentara y me senté, contento, optimista de los años de amistad que seguían, frente a un prospecto prometedor en la búsqueda incansable, como medico con toda la familia infectada, para la cura de la soledad. nuestros ojos se encontraron un segundo, nunca lo había visto tan de cerca, no sabía de su gorra café cubriendo la cabellera blanca, me sorprendió ver que tenía barba de chivo y bigote y sus ojos y su estructura ósea muy parecida a la mia. pensandolo bien creo que  no había visto su cara. nos vimos ese segundo y luego empezó a hablar. me dijo su nombre, que mi área de Broca entendió como "cabecita blanca", me vio con frialdad y, como el actor que ha interpretado el mismo papel por décadas dice sus lineas, me dijo que poco a poco sus sueños y proyectos se habían marchitado y que nunca había logrado nada en su vida. me dijo que, con el paso de los años, se olvidó totalmente del modo de tratar a los demás, había destruido el puente con la humanidad y que se había internado en la oscuridad de la caverna de sí mismo. nunca había tenido esposa, no tenía nada que ofrecerle a las mujeres, nada que ellas quisieran. cabecita blanca pasaría, me dijo, como quien dice la nimiedades diarias, sin rastro por la historia. por supuesto, cuando se dio cuenta de todo esto, hace muchos años, le pareció un problema y uno grave, trató de cambiar, trató de importarle, pero era demasiado tarde, la realidad le parecía insoportable. me dijo, mientras me ofrecía un cigarro y fumábamos tranquilos como dos señoras amigas en un café, que no era una presa del destino, que no era una víctima de las circunstancias, que no se autocompadecía, que, gracias a las infinitos productos intelectuales de las excepciones humanas más sobresalientes, hora tras hora de sueños de gente genial y sabia, que el podía cambiar su fortuna, que podía con voluntad unirse a las filas de la sociedad y cantar en coro con el resto de la humanidad, pero no quería seguir el programa, simplemente no le daba la gana. se bajó, dijo cabecita blanca, de la montaña rusa y todos los días veía llegar e irse miles de carros llenos de gente emocionada y ansiosa de bajar y subir y gritar y sentir el vertigo de los años. cabecita me dijo que nunca fue bueno para la vida, que nunca encontró nada que le interesara lo suficiente para quedarse y, sin excusas, no importaba lo que hubiera adelante.

yo me quedé como piedra primero y luego quise contribuir, pero en nuestros ojos, activado ese sentido que uno génera después de tanta espera por películas, como dos hurones que detectan un halcón, era hora de la india maria vs. el hombre blanco. nos paramos sin más, nada se podía interponer entre nosotros y esa sala, me hizo un gesto con la cabeza, yo me le quedé viendo y salimos. nunca volvimos hablar después de eso. él, como siempre, se sentó hasta adelante, yo en la fila 3 asiento 12.