Wednesday, October 30, 2013

dos semanas

25

era una calurosa y agradable tarde de agosto. si se volteaba hacia arriba los ojos dejaban de funcionar unos segundos, si se inhalaba con esmero los pulmones se llenaban de aire de calidad inigualable. el cielo despejado, el pasto fresco, los pájaros gritando, los insectos a mis pies bailaban desenfrenados. estaba sentando bajo la sombra de un árbol, en una banca de mármol, perdido en el majestuoso jardín de la casa de mi madre. tenía los labios rojos por el agua de jamaica y la imaginación perturbada por los cuentos raros de H.P. "ohh" hacia al leer, poniendo las puntas de mis dedos sobre mi boca. me cansé y tiré el libro al suelo. el calor placido de la tarde me hizo su títere, me echó la cabeza para atrás, puso en contacto a los vellos de mi antebrazo con mi húmeda frente y, apretándome como cual juguete para perro, solté un suspiro de satisfacción. qué rica tarde, qué día tan magnifico, qué vida la mía y qué fortuna tan generosa que no se cansa de consentirme y regalarme días tan maravillosos como aquel. pensé había alcanzado el limite del deleite y creía con certeza terca que ese sentimiento duraría para siempre. las ganas de celebrar se transformaron en la coreografía de Tímido y bailé bajo el árbol. empapado regresé a la banca con antojo loco de algo refrescante; el popote apareció mágicamente en mi boca y tomé, soltando ruiditos de disfrute, hasta que la aparición repentina de la sirvienta me hizo gritar como mujer y aventar el vaso hacia las ramas provocando una lluvia de vidrio. quien sabe cuanto tiempo llevaba ahí parada la infeliz idiota, pero como sea traté de aparentar gracia, ella me veía apenada, toda marrón, sujetando con fuerza su delantal, me rendí de inmediato. "joven..." dijo sin saber que hacer "joven... su madre... su madre lo busca". eso sólo significaba una cosa, algo quería ella quien me expulsó de su cuerpo como demonio incomodo un lluvioso día de otoño.

"lucifer, oh lucifer" se escuchaba tenebrosamente por los pasillos oscuros. la sirvienta caminaba a toda velocidad, me daba risa como se movía como un simio. iba de prisa porque sabía las consecuencias de hacer esperar a su señora, yo trataba lo mejor que podía de seguirle el paso, pero mi pésima condición física me daba puñetazos en la barriga y hacia girar mi cabeza. en nada, la sirvienta me dejó atrás y desapareció en la penumbra. llegué arrastrándome, sacando flema por la boca y moco por la nariz, convulsionándome creí moría, pero, minutos después, ya estaba sobre las plantas muy derecho, gritando con mi voz más masculina "s-sí... sí, madre querida" nada de dignidad quedaba. contemplé la kilométrica sala, con su duela resplandeciente inmaculada tapada aquí y allá por tapetes exóticos, etéreamente alumbrada por ventanales de suelo a techo, en las paredes todos los grabados de Los Desastres de la Guerra y, exactamente a la mitad del cuarto, una chimenea colosal bajo el retrato de mi abuelo, retratado con el mismo rostro de desprecio con el que le arrebató esas tierras a unos desafortunados nativos. una tarde mucho como esa en la que nos encontramos, mi pariente desalmado encontró unas colinas verdes y frescas, se le activó lo desagraciado, no tardó en llevar muerte y destrucción y se apoderó de todo. ahora, el viejo era protagonista de cuentos de horror que los pocos aborígenes restantes cuentan a los niño y ahora, su hija, mi madre, sentada frente al retrato, contemplaba con ternura un .950 JDJ, su rifle favorito. le cantaba con dulzura, fumando un cigarrillo fino, mirándolo como en la tele las madres miran a sus recién nacidos, en alguna parte polvorienta llena de telaraña de mi cerebro la luz débil de la tristeza mezclada con envidia mezclada con hambre de justicia parpadeó unas cuantas veces sólo para ser ignorada y regresar al olvido. esperé en el umbral, acostumbrando al desdén materno, una vez había esperado 5 horas, pero no importaba, montando sobre mi imaginación viajaba a lugares fantásticos, cielo azul, pasto verde, etc. "me voy de safari" dijo de repente, "-ari, -ari, -ari" el eco se propagó por los pasillos de la casa y por mi redondo cráneo. escupió el cigarrillo que cayó con gracia sobre un cenicero de plata. una fuga de lagrimas ocurrió en mis ojos, es duro cuando el desfile de alegría de la vida desocupada es arruinado así no más, sin verlo venir siquiera, no hay justicia en este mundo, qué dura puede ser la vida. seguí callado, no había oportunidad de reclamo, sabía que no escuchaba, lo veía en su lengua paseado por sus delgados labios, había un sabor a sangre corriendo por su boca y el brillo del placer homicida en sus ojos. me enderecé un poco más, listo para lo inimaginable e hice cara de a quien le apuntan con un puño. "me voy dos semanas" y tiró su mirada sobre mí como quien se hace responsable de basura ajena especialmente apestosa. se levantó, le dio su rifle a la sirvienta ninja que apareció quien sabe de donde y me dio la espalda. mientras salía se escuchó como me imagino la confirmación del fin de los tiempos se escuchará un día "te encargo a ricardo -ardo -ardo -ardo" y se adentró en las sombras. ricardo era el perro de mi madre, un pomerania color dorado, con personalidad atribuida inexistente, el recipiente del afecto que por derecho natural me pertenecía y que me fue negado. "pero..." le susurré con tristeza a la sala vacía, ya tenía planes para las siguientes dos semanas, iba a ver todos los episodios de mi programa favorito el show de Pepita Rodriguez, a parte de que no sentía otra cosa más que antipatía por mi canino sustituto.

la vi partir en un carro lleno de señoras gritando y disparando al aire, todas con ese gesto de no poder esperar para ponerle fin a lo que sea, mueca desbordándose de baba y mirada con pequeñas calaveras, el club de muerte de mi madre era notorio en mi pueblo. la vi alejarse, con polvo en la boca y los ojos, confiado en que podía delegar la responsabilidad a la servidumbre y entregarme al entretenimiento sin preocupación alguna, pero creo que no valdría la pena contar nada de esto si no hubiera estado desastrosamente equivocado. chiflando, tratando de recuperarme del rato de convivencia con mi madre, fui a la cocina en busca de un sandwich, pero sólo encontré una nota pegada al refrigerador con un imán en forma de chuleta, la nota decía "gone fishin'". mi madre me había tendido una trampa, le había dado vacaciones a la servidumbre, confiada de que mi ineptitud mataría al pequeño ricardo, sacrificándolo para por fin librarse de mí. le sobrarían las razones para lanzarme al mundo real si regresaba y encontraba a la única cosa viva que quería muerta. "oh no" susurré apoyado en la pared, apenas respirando, el planeta había caprichosamente alterado sus movimientos acostumbrados y ahora, en lugar de la rotación y el traslado rutinarios, se movía como un maldito agitador de pintura, estaba al borde del ataque de pánico. "no hay tiempo que perder, tengo que salir de ésta" dije, siendo más listo de lo que ella me creía, con la cabeza bombardeada por el terror de las consecuencias y en llamas por el fuego del coraje. "qué engañosa madre tengo, sí, qué engañosa, qué engañosa" repetía pasmado, recorriendo los pasillos hacia mi pequeño cuarto, lejos de donde mi madre entretenía a sus amistades, escondido donde nadie pudiera verme. me senté sobre mi cama, moviéndome hacia adelante y hacia atrás, considerando mis opciones. "maldita sea!" grité fuera de mí al llegar a la funesta conclusión de que no había escape y lo destruí todo. caí al suelo con las manos ensangrentadas, rodeado por los restos de mi teclado y papeles arrugados con canciones de amor. permanecí un rato en el suelo por el esfuerzo de la destrucción, atacado por una carcajada demencial, no quedaba más que reír. de pronto, como cereza en este pastelito de cagada, noté a ricardo, el perro, en la puerta, sacando la lengua con expresión estúpida, mirando la nada junto a un charco maloliente de orina, estaba ahí sentando sin moverse, como burlándose, como diciéndome "jódete, basura".

las tinieblas se ciñeron sobre el paraíso, la gloria de los días pasados quedó en el olvido, transgredida sin remedio, violada, quebrantada por el giro violento de los eventos funestos que cayeron como gordos mórbidos sobre pequeños bebés y todo lo que restaba era desolación y aridez, oscuridad aparentemente eterna, el desierto del alma, el páramo del espíritu, el basurero del corazón y el horror no se hizo esperar. esa misma noche, exhausto por sacar al perro a cagar, limpiar y darle de comer, al cerrar los ojos para un poco de buen merecido descanso, en mi pantalla mental apareció ricardo en medio proceso de podredumbre, "está muerto! está muerto!" se escuchó, luego un estruendo y, antes de que me diera cuenta, me encontraba corriendo por los pasillos más oscuros que de costumbre, corría al amplio cuarto del perro con fotografías de él y mi madre en las paredes y una cama pequeña y lujosa en medio. el cuarto estaba vacío y yo, enloquecido, torturado por la preocupación, caía de rodillas, golpeando el suelo con los puños, con ganas de vomitar y maldiciendo entre sollozos. de pronto, de las sombras del rincón, empezaron a salir miles de pomeranias, miles de ricardos, ladrando y meando, cagando, apilándose, acumulándose hasta el techo y yo, asfixiado por tanto perro, era sepultado y me iba al infierno. con sólo unos segundos de sueño, despertaba con los nervios una ruina, empapado en sudor, con ricardo al pie de mi cama, sacando la lengua, viendo la nada, mojando el edredón con su baba apestosa. lo pateé al suelo y traté de volver a dormir, pero cada vez que ponía la cabeza sobre la almohada la misma pesadilla empezaba, la misma angustia una y otra vez, la desesperación de la asfixia y regresaba a la realidad, a ricardo babeando, a la oscuridad de mi cuarto y al recuerdo de mi situación sin escape. la noche siguiente fue la misma historia. así dos semanas, noche tras noche de ataque terrorista en el psique. para la segunda semana despertaba del horror, con los ojos desorbitados, gritando en la oscuridad "no, ricardo, no! no! por favor, ricardo, no!" y recibía al amanecer con el perro de mi madre sentando sobre mí, paralizado por tanta noche en vela, con el cerebro inservible, en el sucio y frío suelo, con pequeñas lagrimas uniéndose al charco de orina debajo de mí.

A H.P. LOVECRAFT