Tuesday, May 22, 2018

¡Hurrah por las Anchas!

95

Las mujeres anchas son un verdadero regalo del cielo. Sé muy bien que no hay posibilidad de que alguna me voltee a ver, pero eso no frena mi pasión al verlas pasar. Al toparme con ellas, en menos de un instante, sin que pueda hacer algo al respecto, explota en mí el deseo, me vuelvo un animal y, antes de que algo lamentable o vergonzoso pase, miles de años de evolución frenan el impulso primitivo y me paralizo. Es difícil de explicar lo que me hacen, lo que me pasa en el cerebro, corazón y genitales, al presenciar este espectáculo maravilloso y repentino. Más allá de la lujuria colosal que me provocan, al encontrármelas, me pongo contento, se disipan las penumbras que cubren la esperanza y quedo libre de la estorbosa venda de la pesadumbre. Cargado hasta el tope de genuina emoción, “¡hurrah!” gritó dentro de mí, alterado “¡hurrah por la anchas!” le grito al mundo, riendo a carcajadas, girando sobre mi propio eje, con los brazos extendidos hacia los lados, admirándolas en toda su anchura, súbitamente desorientado, sin saber qué hacer, descompuesto, con la cabeza dando vueltas, nervioso y ansioso, suspendido de la realidad, planeando sobre la existencia, surcando los aires del deseo y de un segundo a otro, todo acaba. Desaparecen y ahí me quedo como quien ha comido algo delicioso, pero diminuto, con la mente reiniciándose, recordando poco a poco quién, cómo y qué soy. No hay remedio y sigo adelante con mi día, ahora con la memoria impregnada del recuerdo placentero de aquellas magnificas criaturas. Empujado a reflexionar, obligado a repasar el orden de las cosas, termino aceptándolo todo con buena actitud. Soy un adulto y he vivido lo suficiente para contar con los soportes que previenen que me venga abajo y me tire por la ventana al ser cacheteado de vez en cuando por las duras verdades de la vida y, no dispuesto para nada a remediar mis defectos, me es natural la imposibilidad de su cariño. No pasa nada, me repito, recuperado de la impresión, continuando con mi paseo, con la autoestima estable, celebrando el encuentro. “Hurrah” susurro feliz y sonriente, pero, a la vez, algo cabizbajo por lo poco que duran los encuentros. Tengo ganas de reclamo absurdo, de volverme creyente, voltear al cielo y agitar mi puño, pero tengo más ganas aún, viéndome hasta el colmo de inspirado, de cantar una canción de amor proveniente de la zona más noble de mi alma. Todo pensamiento impuro, ahora que no hay ninguna alrededor, se va y en su lugar queda la añoranza de saber poesía para hacerle justicia al sentimiento que brilla esplendido. Quiero dedicarles versos, me gustaría contar con el ingenio para decir algo elocuente, algo gracioso o inteligente, pero no, soy un hombre ordinario, muy de mi tiempo y me refugio torpemente en mi teléfono y pretendo que no siento nada. Voy y compró un helado y, bajo el poderoso sol, me planto en una banca en un parque, tratando de superarlas, pero no lo logro y al final del día, sin opciones, no queda más que ir como condenado a la orca, a encerrarme, a llenar la alfombra de la lujuria y ansia. Me hago daño con las anchas del internet, se me sale la baba, y acabo apestoso, tirado en el suelo, con la respiración agitada. “Hurrah” le digo al adolorido colorado globo desinflado entre mis piernas, “hurrah” les digo a las anchas gimiendo en el monitor y, con un maremoto de sentimiento azotando dentro, me meto a bañar. Paso horas en la regadera, volteo hacia la nada, sintiendo al agua tibia caer y a los males echarse para atrás un rato, cansado, sintiéndome como rata inepta y resignada en laberinto fácil de solucionar, todavía bajo la influencia de la fugaz aparición, y digo, con sentimientos extraños paseando casualmente por mi centro, solemne “hasta el siguiente encuentro, anchas, ojalá supieran cuanto las amo y que las celebro sinceramente, son un verdadero triunfo de la naturaleza y no... no sólo me conformo, estoy alegre de encontrármelas por ahí haciendo lo que sea hacen las diosas en la tierra" y ya de regreso en la inercia de la vida, no queda más que esperar a volver a encontrármelas para decir hurrah por mis muy amadas anchas, hurrah.

A TODAS LAS ANCHAS DEL MUNDO

Sunday, May 13, 2018

Harto Arte

94

Era el futuro y las máquinas administraban el mundo. No había necesidad de gobierno y la gente ya no tenía que ir a trabajar; el remolino que te jalaba hacia la miseria había desaparecido y sólo quedaba ocio y diversión. Los pobladores del futuro se entregaron a sus pasatiempos y organizaban concursos de talento que tomaban lugar en los centros recreativos de sus pueblos rodeados por naturaleza descontrolada, conectados por trenes. Muchos se la pasaban increíble, pero había algunos otros que se perdían en sí mismos y eran consumidos por la locura. Una de esas personas era Liberty “la Chaparrita” Domínguez, quien al enterarse que ya no tenía que ir a trabajar, se volvió loca de la emoción, abandonó todo y se fue a dormir hasta tarde y consumir brutal cantidad de arte. No la podían encontrar en ningún otro lugar que no fuera el museo del pueblo o sentada en su sala en silencio, hojeando libros, dejando a siglos de pinturas entrar y quedarse. Claro que la mayoría, como la Chaparrita, se concentraron exclusivamente en sus aficiones pero, a diferencia de ella, no les dedicaban cada segundo de su vida. Nuestra obsesiva y maniática amante de, más que nada, la pintura, se limitaba a consumir, día tras día, sin moderación ni propósito, dejándose caer sin recato, insensata, en el precipicio del aparentemente infinito desfile pictórico y poco a poco, la Chaparrita se fue alejando de sus amigas, dejó de ir a los convivios o frecuentar la cantina y se encerraba en su casa, perdiéndose, con los pies despegados de la realidad, absolutamente pasiva, en la dimensión paralela del harto arte.
Una tarde, llegó un email. La máquina había detectado el creciente desperfecto mental en la Chaparrita y, para evitar tragedia, le dijo que se uniera a una actividad. Como es difícil elegir cuando se tienen mil opciones, la computadora le dio tres al azar: equipo de futbol, clase de baile interpretativo o el coro del pueblo, ganador de la última competencia regional. “Hmmm” hizo con una mueca la Chaparrita al enterarse por completo del significado de las noticias, ella no quería separarse de su arte, pero sólo los locos idiotas se oponían a los administradores del mundo. “Bueno, ya que” y fue al centro recreativo de su pueblo a unirse al equipo de futbol. Le dieron unos tacos chiquitos muy bonitos color rosa y un uniforme usado que había pertenecido a la Chaparrita Contreras quien se fue a vivir a la naturaleza y se la comió un coyote, la locura nos hace víctimas a todos, justo lo que se intentaba evitar. Por eso, la Chaparrita Domínguez, de mala gana, fue al primer entrenamiento. Era a las siete de la mañana, lo que le chocó de sobremanera y renunció toda sudada y cansada, la actividad física tan temprano simplemente no era lo suyo. Luego, viéndose más como bailarina que cantante, se inscribió a la clase de baile interpretativo. La máquina le envió a su departamento, un leotardo usado que había pertenecido al Enano Benítez quien había practicado tanto que se ganó el privilegio de un leotardo nuevo. La Chaparrita se probó el leotardo muy entallado, el cual activó todos sus complejos; aunque no era gorda, sentía su lonjitas más grandes de lo que en realidad eran y se dijo que no podía atreverse a salir así y renunció antes de empezar. Sólo quedaba el coro del pueblo, el número uno de toda la región, el indiscutible campeón, con estándar alto en verdad. Como nadie hacia otra cosa más que dedicarse a lo que le gustaba, las personas que antes hubieran sido conserjes o cajeras, ahora cantaban como ángeles. Podía ser intimidante, pero a la Chaparrita no se le ocurrió nada de lo anterior y fue a su primer ensayo, manteniéndose optimista. Entró al salón en el centro recreativo y, con los otros nuevos, fue recibida por el director del coro. “Bueno, ahora sí, todos a cantar” y así fue como la Chaparrita se dio cuenta que tenía cero oído musical; más que cantar, rebuznaba y fue cortada del coro de inmediato. Con la esperanza en la basura, la Chaparrita Domínguez regresó a su pequeño departamento a consolarse con sus libros.
A la mañana siguiente, le llegó otro email. La máquina, programada para sentir compasión y comprender la complejidad de la mente humana, le mandó un cuestionario. Qué le interesaba a la Chaparrita Domínguez, a qué le quería dedicar su tiempo, qué ponía a su pequeño cuerpo a temblar de la emoción. Sentada frente a su computadora, tomó su mentón con el pulgar y el dedo índice y se entregó a la introspección; estuvo un instante dentro de sí, pero la confusión sólo creció. Con la desesperación amenazando con destruirla, impacientándose, desacostumbrada a la adversidad, vio a su alrededor en busca de respuestas y, en el paseo visual, se les quedó viendo, con desbordante sentimiento, a sus libreros de suelo a techo, atascados de libros de arte. Unos segundos y pasó sus ojos a su mesa de centro invadida por completo por catálogos de museos de todo el mundo. Al final, siguiendo las pistas hacia la solución del misterio de qué hacer consigo misma, llegó a su mouse sobre un libro de H.R. Giger y terminó de darse cuenta que sabía harto arte y que era capaz de dar una clase magistral. “Ah pues sí, verdad” se dijo con la esperanza brillando deslumbrante, riendo un poco apenada de lo obvio que ahora parecía la respuesta, y explotó confeti de las paredes, se oyeron aplausos y “felicidades, Chaparrita, muchas felicidades” de las bocinas escondidas. Una sonrisa llegó para quedarse en la cara linda y tierna y recibió otro email diciéndole que sus clases de apreciación de arte eran los martes y jueves por la tarde. “Genial” dijo la Chaparrita Domínguez y, emocionada y sin mucha gracia, fue corriendo a preparar su clase.