Monday, December 02, 2013

almacén de inútiles

27

muriel, despeinada, demacrada y con mocos bajando de la nariz, esperaba a su marido, meciéndose, nerviosa, en su sala con sillones y alfombra blancos y lamparas rosas, con pinturas de caballos y payasos serios, iluminada bien por las puertas de vidrio que daban al patio. eran las 3 de la tarde de un jueves aparentemente ordinario. un señor calvo y flaco, pero panzón, entró con el saco desarreglado y el portafolio desbordándose de papel, había cansancio desgarrador en su gesto y prisa torpe en sus movimientos, parecía reflexionar sobre cada movimiento antes de hacerlo. dio unos pasos por el pasillo que separaba a la cocina de la sala/comedor de su casa tamaño regular y se quedó parado. "juaquin" le susurró muriel a su esposo, poniéndose de pie, dejando caer su pañuelo desechable; el perro de la familia, joselino, se lo comió sin que nadie se enterara. juaquin y muriel se quedaron viendo unos segundos, el corazón alocado, tics yendo y viniendo por los rostros, un segundo de suspenso insoportable y juaquin sonrió por fin, la primera sonrisa en 25 años, pequeños cúmulos de piel cayeron de su cara, muriel rompió en llanto, corrió hacia su hombre y se abrazaron con fuerza, se abrazaron como dos sobrevivientes de la peor guerra de la historia y se sintieron el uno al otro, celebrando la hazaña de haber sobrevivido, felicitándose y no pudiendo esperar a que empezara su futuro brillante. "tengo el maldito dinero... vamos a sacarlo de aquí" dijo juaquin en el oído de muriel antes de separarse y limpiar su cara, sonriendo como un niño.

"ramoncito..." muriel tocó la puerta tímidamente. no se podía hablar con ramoncito, nunca sabías cuando estaba ocupado con sus proyectos o cuando estaba dormido o viendo la tele. momento equivocado y ramoncito empezaba a gritar y a decir cosas hirientes y el día estaba arruinado. ramoncito llevaba años trabajando en lo que él decía era su obra maestra y eras llamado un estúpido ignorante si preguntabas algo más. una tarde, que ramoncito se fue de juerga, muriel se metió a su cuarto y descubrió con horror que ramoncito, abajo de su cama, en una caja, tenía un montón de espantosas figuritas hechas de alambre y cassettes con canciones horribles. desde niño había sido un tremendo hijo de puta y desde que pudo hablar muriel y juaquin fantaseaban con su partida, pero cumplió los 18, terminó la escuela, siguió pasando el tiempo y nunca se fue. por una mezcla de valores burgueses programados el disco duro primordial, de cultura incrustada como calzón en gordo, de culpa, de chisme familiar, de el-qué-dirán y miles de cosas más que tenían que soportar para pertenecer, no se atrevían a correrlo de su casa, además de que era un bueno para nada y mandarlo al mundo real significaría condenada de muerte. por eso, a través de los años, aceptaron con la cabeza abajo que su parásito hijo jamás se iría y las cosas seguirían de ese modo hasta el fin. pero una tarde, en el mercado, a muriel le dieron un panfleto. dejó el mandado a la mitad de la calle y corrió lo más rápido que pudo de regreso a su casa. juaquin estaba en el comedor con un vaso de whiskey, escuchando contra su voluntad el último paisaje sonoro de su hijo, maldiciendo la vida, perdido en muchos tipos de oscuridad. "juaquin!" gritó muriel al entrar kramerezcamente, "juaquin!" gritó con todas sus fuerzas, agitando la cabeza, "cállate, mamá" se escuchó a la distancia. con el panfleto memorizado y arrugado en sus manos, lloraron como refugiados que reciben la noticia de su regreso a casa. eso fue hace 4 años, el almacén cuesta mucho dinero y nuestros protagonistas apenas sabían jugar al capitalismo, así que se pusieron ahorrar pacientemente, a escarbar con temple, poco a poco, día a día, en la pared de su celda existencial, siempre con la esperanza de la libertad, esperando el glorioso momento de verse libres de su inútil.

abrieron la puerta despacio, con cuidado, sin hacer el menor ruido. muriel y juaquin, cada vez que tenían que tratar con ramoncito, se volvían dos inexpertos artificieros, uno pensaría que ya se habrían acostumbrado con 25 años de práctica, pero estas bombas eran siempre diferentes, siempre impredecibles y explotaban inevitablemente. se asomaron, ramoncito estaba dormido, se pasaba las noches haciendo quien sabe que cosa y dormía durante el día. muriel hizo una seña y retrocedieron, dejando pasar a tres tipos corpulentos con cara de hombres serios. "ramón!" gritó uno de ellos mientras lo zarandeaba, otro de los hombres guardaba ropa interior en una bolsa de basura, el tercero fue al baño por el cepillo de dientes. ramoncito despertó sobresaltado, los hombres lo agarraron y levantaron sin problema. ramoncito, que en cualquier otra época ya sería un hombre hecho y derecho, listo para tener familia y morir en la guerra y a los casi treinta años con fuerza suficiente para presentar el que sea tipo de pelea, no puso resistencia. sólo, primero, hizo cara de confusión y, después, se empezó a quejar, "ay déjenme dormir, quien son estos, ay, mamá, maldita sea, qué les pasa, déjenme dormir". sin dificultad, los hombres, cargando al bulto humano, bajaron las escaleras, atravesaron la casa y salieron. ramoncito miraba a su alrededor desorientado, tal vez pensando que era un sueño, a lo mejor no sospechaba que al fin sus padres se atrevieron a librarse de él, diciéndose a él mismo, tras increíbles acrobacias mentales, que seguía siendo el amo de su destino. muriel y juaquin se quedaron parados en la entrada, abrazados, con lagrimas de felicidad en los ojos, viendo a unos extraños llevarse a su único hijo como los de control de animales se llevan a una alimaña que ha estado molestado sin parar durante años. y allá fue ramoncito, a la parte de atrás de una camioneta, sin una palabra de explicación, sin idea de lo que le estaba pasando o a donde iba ni por qué, en camino sin regreso al almacén de inútiles.