Tuesday, August 26, 2014

Pequeñas Maldiciones

35

arnoldo, despeinado, desarreglado y ojeroso, aventó por ahí una maleta vieja, cuadrada y café, se sentó en la cama de su niñez y con un suspiró reconoció la avasalladora resignación. escuchó un instante el silencio del ahora extraño departamento de su padre y recibió las cachetaditas acostumbradas que da la soledad cuando es recordada súbitamente. arnoldo se echó, puso las manos atrás de su cabeza y vio el techo blanco que lo había recibido cada mañana de infancia y adolescencia, hasta que se quedó dormido. tuvo el mismo sueño de siempre; en un cuarto oscuro con sólo una luz cayendo pesada sobre la mesa metálica que lo separaba de tres misteriosos hombres en saco negro y lentes oscuros, arnoldo era sometido a un peculiar interrogatorio. sentando del otro lado del escritorio, uno de los tipos lo interrogaba, balbuceando rápidamente, no se entendía lo que decía; el segundo estaba parado atrás, cerca del primero, viendo a Arnoldo inexpresivo en silencio; el tercero estaba recargado contra la pared, fumando, apenas visible, perdido en la oscuridad. el interrogatorio incrementaba en volumen y velocidad, pero el modo del interrogador no cambiaba; arnoldo, confundido y nervioso, pasaba su vista de un hombre a otro, contestando que no sabía de que hablaba, buscando, desesperado, las respuestas a la preguntas que no entendía. hacía mucho calor y arnoldo, a diferencia de los frescos sujetos, estaba empapado en sudor. sin aviso alguno, los hombres empezaron a flotar, las paredes se separaron y una luz cegadora lo cubrió todo; las paredes desaparecieron y los desconocidos, con la cara hacia arriba y los brazos extendidos, flotaron hacia la fuente de la luz; arnoldo, sentado todavía, más confundido que de costumbre, veía la escena deslumbrado, tratando de hacer sentido sin nada de éxito. entonces despertaba sobresaltado. era de noche ya y la panza rugía un escándalo. fue a su cocina y se hizo unas tristes quesadillas con queso endurecido y tortillas viejas deshaciéndose.

tenía cita con el doctor. recorrió lentamente los pasillos del hospital psiquiátrico escabrosamente vacío y en absoluto silencio. nadie por ningún lado. al final de un pasillo, al dar vuelta, encontró una puerta imponente, con diseños hermosamente tallados del mito de Prometo. la humanidad celebrando el fuego de los dioses mientras unos cuervos se comían y se volvían a comer el hígado de un gigante. un placa dorada a un lado "dr. gonzalez" se leía. arnoldo caminó como atraído, contra su voluntad, sentía flotaba. camino a la puerta, a un lado del pasillo, había una ventana hacia una sala de juntas; staff del hospital, unas 20 personas, sentadas o paradas, alrededor de una mesa con ceniceros atestados, miraban la nada con expresión de absoluto cansancio, todos estoicos, pero se podía percibir que habían vivido algo horrible, fumaban incontables cigarrillos. un viejo flaco y alto, en bata arremangada, viendo hacia adelante, con ojos desbordantes de emoción, tocaba, inspirado, la guitarra acústica y cantaba, acompañado por cada uno de los presentes, una canción triste sobre mejores tiempos y recordaba que tenían que hacer lo mejor que podían porque no tenían de otra. arnoldo se quedó viendo la escena conmovido por el sentimiento; en los mares del espíritu se hizo una tormenta, las olas del corazón se estrellaron violentas y las nubes del alma se deshicieron a chorros; recordó que no sabía nada de nada, el mundo empezó a girar, hubo el reinicio mental causado por la salvación de la autoestima, los ojos perdieron su brillo un segundo, el gesto se tornó idiota y, parado frente a la ventana, con el staff del hospital cantando todavía como soldados en trincheras, arnoldo despertó, el brillo regresó, vio por última vez más el interior de la sala, atesoró el momento y continuó hacia la puerta.

el doctor gonzalez, con la lengua salida y pegada hacia el lado izquierdo del labio superior, armaba un modelo de una nave espacial. pegaba con cuidado y con cada parte pegada decía una y otra vez "oh sí, oh sí, así me gusta, sí, sí". la oficina era gigantesca, toda de madera, con una ventana enorme detrás del escritorio, las cortinas color vino cerradas. una luz cálida y acogedora iluminaba placenteramente el lugar. el escritorio elegante y pesado de madera fina, donde estaba sentando el ocupado doctor, se encontraba al extremo opuesto de la oficina. una sala a la izquierda y cuadros y libreros en las paredes y tapetes exóticos en el suelo. arnoldo tocó la puerta, el doctor abstraído no escuchó nada más que los latidos de su corazón. arnoldo volvió a tocar y sin recibir respuesta, temiendo al doctor muerto, abrió la puerta tímidamente y asomó la cabeza. el doctor pegaba ágilmente una parte más "sí, sí, sí" se escuchaba seguido de eco. "doctor?" dijo quedamente arnoldo y, al notarse ignorado, se fue acercando poco a poco al escritorio que estaba a unos buenos metros. "doctor?" repitió el joven ahora un poco más fuerte, el doctor seguía perdido en la concentración necesaria para armar un modelo no fácil. arnoldo ya estaba muy cerca del escritorio y, contagiado por la intensa dedicación del hombre de medicina, fue hipnotizado por el esfuerzo asombroso. se sentó a ver como eran pegadas las piezas hasta que por fin la tarea fue terminada. el doctor se alejó complacido, viendo su modelo, felicitándose a sí mismo y dándose mentales palmaditas en la espalda notó la presencia de arnoldo, admirando, sentando en uno de los sillones de cuero negro del otro lado de su escritorio con sólo un teléfono, un papel, una pluma y una nave espacial encima.  "arnoldo" susurró el doctor y se le quedó viendo, extrañado. arnoldo encontró la mirada del doctor y se quedaron viendo, tratando de recordar que hacían ahí. "ah sí" dijo de repente el doctor, "tenemos una cita" y sonrió sintiendo tantita pena; arnoldo recordó también, regresó la sonrisa y se acomodó en el sillón. de un segundo a otro, el doctor adoptó su usual actitud profesional y se inclinó sobre su escritorio, juntando las manos, entrelazando los dedos, viendo con interés al ojeroso, despeinado y desarreglado joven. "dime, arnoldo" dijo el doctor "en que te puedo ayudar?" arnoldo bajó la mirada hacia a un lado con los ojos muy abiertos, sacó los labios besando al aire y buscó con cuidado las palabras que describieran su mal. había pensando tanto al respecto, pero ahora, a la hora de la hora, cuando su futuro estaba en juego, tenía que describir su padecimiento lo mejor posible para así poder deshacerse de él. en una milésima repasó su síntomas; era muy afortunado y en general todo iba bien; estaba sano, joven y fuerte, no le faltaba nada, medio gordo y medio feo, pero una vida de eso lo tenía más que acostumbrado; la cosa era que cuando todo estaba listo para ser 100% perfecto, todo se jodía para no acabar ideal, siempre medalla de plata; eso más la imposibilidad de poder quejarse a gusto por lo diminuto y por eso, al mismo tiempo, grave de su problema no aplicable a la simpatía de sus congéneres que bien podían ser extraterrestres, lo empujaba hacia el colapso nervioso y la acumulación de manías y la cada vez más irremediable alienación. pasaron segundos de absoluto silencio. por fin, miró al doctor, quien esperaba paciente, y viéndolo a los ojos, sintiéndose igual partes ridículo y con derecho, con el suspenso a todo lo que daba, ansioso de tantita comprensión, dijo con la voz entrecortada "pequeñas maldiciones".